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El arpa birmana (1956)

El arpa birmana
116 min.
7,5
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Tráiler (JAPONÉS con subtítulos en INGLÉS)
Sinopsis
Año 1945; los japoneses están a punto de firmar la paz en Birmania. Un soldado, admirado por sus compañeros porque toca el arpa, es nombrado mediador japonés. (FILMAFFINITY)
Género
Bélico Drama II Guerra Mundial Música Ejército
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Biruma no tategoto (The Burmese Harp)
Duración
116 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1956: Nominada al Oscar: Mejor película de habla no inglesa
1956: Venecia: Premio Saint Giorgio y Premio OCIC (mención honorable)
8
EL CAMPO DE BATALLA PUEDE CONVERTIR A UN SER HUMANO EN RELIGIOSAMENTE PACÍFICO
La costumbre religiosa de enterrar, quemar, en resumen no dejar abandonados cadáveres humanos en plena intemperie, es característica de las religiones monoteístas y también de muchas otras, ya el hinduismo o la mayoría de las ramas del budismo como el asentado en Birmania. Y en esta labor religiosa va a desembocar un sargento japonés de la II Guerra Mundial, integrante del ejército nipón que invadió Birmania, cuando sufre una conversión producto del hastío de la guerra, el shock de la muerte multiplicada por muchos seres humanos y máxime cuando son muertes que él ha tratado de evitar pero que por pura cabezonería o fundamentalismo patriótico de otra gente no ha sido posible evitarlas.

Indudablemente este soldado no era cualquier soldado, sino un hombre sensible, un artista, un músico, inmerso en una guerra como suele ocurrir en todas las guerras donde siempre hay personas cordiales y pacíficas que se ven arrastradas por el sistema y los poderes a la confrontación sin ser ellos prototipos de personas violentas ni inclinadas a dañar a nadie.

El guión ciertamente no se ocupa de las barbaridades que los japoneses hicieron en ese país del sudeste asiático, sino anecdóticamente pone su punto de mira en un pelotón de soldados y un oficial (músico profesional) que avanzan por las tierras rojas de Birmania practicando cantos para mantenerse animados en ausencia de confrontaciones directas. Y sobre todo focalizando la historia en el citado sargento, con talento musical innato aunque sin estudios musicales, que toca el arpa birmana como los ángeles.

Es un película curiosa, noble, que apuesta por los valores humanos (compañerismo, piedad, misericordia, la música en el viejo sentido de método para calmar la "mala leche o mala sangre", dar sepultura a los muertos, etc.), valores humanos que son presentados como algo más fuerte y principal que las luchas y maldades también entre humanos.

Y esto, independientemente de que sea poco realista históricamente hablando, es una manera de encausar una película, pues en cine como en literatura o en pintura, escultura, arquitectura o simple decoración, no todos los intentos de llevar a cabo una obra de arte han de ser en su vertiente realista-copia de la realidad exacta, sino que también hay toda una gran variedad de conseguir mostrar la realidad suavizando, poetizando, limando, exagerando, fantaseando, imaginando otras caras ocultas de lo real, incluso mitologizándola (por algo existe el mito y tiene casi la misma antiguedad de uso que la razón).

Kon Ichikawa está en su derecho de usar en este filme el exceso de buenos sentimientos —al fin y al cabo abundan los casos contrarios y nos parece natural cuando los autores usan el exceso de maldades, violencia o degeneración en lo humano— que tocan nuestras almas y logra así impactarnos, sensibilizarnos y ablandarnos humanitariamente por cerca de dos horas. ¡Pues bienaventurado sea!

Fej Delvahe
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63 de 68 usuarios han encontrado esta crítica útil
10
La obra clave del cine japonés. Buscando a sus muertos para darles la paz y mirar al futuro.
"El Arpa Birmana" se basa en una novela publicada en 1947 por Michio Takeyama. Eran años difíciles para toda la humanidad y en Japón, un imperio destruido, habian perdido todo aquello en lo que creían: su invulnerabilidad y su destino expansionista. La derrota militar fue brutal, cientos de miles de civiles y soldados muertos o desaparecidos. La angustia de la sociedad nipona ante la incertidumbre del destino de sus soldados en los campos de batalla y de sus muertos, importante en todas las sociedades y en las familias (¿no buscamos aún los muertos de nuestra Guerra Civil?), llevó al autor de la novela, que no combatió, a escribir un texto que sirviese que vehículo para lograr una paz mental y espiritual, una especie de apoyo moral al que asirse y poder mirar adelante, al futuro y pasar página. Fue una novela surgida como necesidad de esa sociedad. Y lo logró. Es una magnífica novela.

Kon Ichikawa decidió rodar su adaptación cinematográfica. La novela es corta, apenas 182 páginas en su edición española (Ediciones del Viento). Son dos formatos distintos, papel e imagen, pero un mismo mensaje, y a fé que Ichikawa logra transmitir todo aquello que la novela plantea y lo que flota en la novela y no está escrito. La película es una OBRA MAESTRA. No es tan solo un alegato antibelicista, es la búsqueda de conseguir paz y cerrar unas heridas tan profundas que desgarraban la sociedad nipona.

Su fotografía en B/N es impresionante, por su dureza y dramatismo que transmite con las imágenes del horror que muestra. Llegan al alma y al corazón. Mizushima, el protagonista, recorre un camino iniciático muy duro. Tantos muertos sin reposar en paz, devorados por carroñeros, la solitaria figura del soldado muerto que sujeta la foto de su bebé, y que nadie sabrá que fue de él, las montañas de cientos de cadáveres pudriéndose en el fango... es duro, muy duro. Y ahí Mizushima asume su rol, sacrificando su vida futura para dar la paz que tanto necesita esa sociedad. La carta que hace llegar a sus compañeros de armas es desgarradora, o como se comunica con ellos y se despide mediante ese maravilloso instrumento que es su arpa, el arpa birmana, que da nombre a la película.

La música acompaña, es otro protagonista, tanto la que él toca con su arpa, como la propia BSO.

Hay pocas películas que lleguen a alcanzar este dramatismo y la esperanza que se atisba tras todo el horror de las guerras. Te golpea duro en el corazón, muy duro. Esa imagen del cadáver japonés solo y abandonado en la selva, sosteniendo la foto de su bebé, su último acto de vida, un acto de amor a sus seres queridos, a recordar todo lo que pierde al morir y sin saber que le ocurrirá a su familia, a miles de km, la tengo clavada en mi mente ...
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24 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
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