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La carga de la vida (1935)

Sinopsis
Una familia con dos hijas casadas prepara el matrimonio de la tercera. Mientras tanto, la singular situación del hijo menor, de 9 años, mucho más joven que el resto de su familia, hace que se vaya agrandando el desagrado del padre, que se inclina por ponerlo a trabajar en lugar de pagarle los caros estudios que se le avecinan. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Familia
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Jinsei no onimotsu
Duración
66 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
7
Ser padre, esa gran responsabilidad
Las tres hijas casadas, misión cumplida para un padre que ya no tiene que preocuparse pues tres pesos se le han quitado de encima...
sin embargo queda otro, el de un hijo, nacido a destiempo.

La cámara, a través de un doble travelling frontal que rebosa intensidad, primero hacia el niño, luego hacia el padre, expresa el modo, terrible, en que la espina de la paternidad, infinita e insalvable, se clava en lo más profundo. Secuencia áspera, de un gran impacto formal y emocional, la que define por entero el controvertido tema sobre el cual versa "Jinsei no Onimotsu", éxito en su momento de lo que habría de llamarse "shomin-geki" amén de la última película que (el hoy poco conocido pero antes vanguardista de primera fila) Heinosuke Gosho realizó en 1.935...
Realizada antes de darse una serie de hechos tan convulsos y curiosos como el traspaso de la compañía Shochiku, que al año siguiente abandonaría el sufijo "Kinema", y lo más importante, la afección de tuberculosis que llevó al cineasta a una resignada reclusión, y que aprovecharía para practicar su otra pasión: la poesía. Escrito por el experto Akira Fushimi, responsable de muchos guiones encargados a Ozu, el presente va a jugar con nuestra percepción sobre las relaciones entre hombres, mujeres y familiares; aunque domina el espíritu del nacionalismo y la tradición en la sociedad, el director, siempre audaz, abre con una secuencia en la que una mujer posa desnuda ante un artista.

La mujer es una Kinuyo Tanaka de 26 añitos y el artista es su marido; con la llegada del cuñado de ésta Gosho distribuye el escenario para una comedia costumbrista llena de malicia y picaresca que maneja hábilmente apoyándose en los ágiles diálogos de Fushimi a través de los dilemas vitales que encaran tres hermanas muy distintas, Takako, Itsuko y Machiko, definidas por su posición ideológica en esa sociedad tan ligada a la opresión social y las rancias costumbres, sobresaliendo el estilo de vida bohemio y las maneras occidentalizadas de la segunda ante el modelo de esposa perfecta que simboliza la primera, y que le ha llevado a serios problemas con su cobarde marido Tetsuo.
De soslayo aparece una madre (Tamako; maravillosa Mitsuko Yoshikawa) en el centro del divertido cuadro familiar burgués y un niño, Kanichi, que se revuelve rabiosamente honesto en comparación con la hipocresía general de la cual hacen gala los adultos; pero el film, aunque lo parezca, no es una comedia, sino que su estructura narrativa se divide en dos partes donde el director prepara el escenario a base de humor inocente y socarrón a lo largo de la primera para golpearnos con el drama en la segunda, cuyo punto de inflexión es la boda de la hija menor, temerosa ante el incierto futuro que le aguarda...

La trama se desvía, posa su atención sobre el padre de todos ellos, Shozo, lo que podríamos entender como la figura paterna tradicional japonesa, existente a día de hoy (un servidor lo afirma con conocimiento de causa); este señor, que esconde el abatimiento a la edad con una pésimamente disimulada dignidad, asume el protagonismo y, al igual que sucedía en muchas obras de Ozu, se construye un drama entre él y su hijo, aquí elemento que está de más en la familia, un impedimento para el reposo existencial a ojos del anterior. Poco a poco Gosho modela una atmósfera melancólica en la que nos absorbe con toda la naturalidad.
Lo hace a partir de una escena (comentada al principio) que es sin duda una lección magistral de cine filmado en interiores, donde aprovecha la espontaneidad de sus actores, la profundidad de campo, las perspectivas y configura, en una serie de planos generales y cortos distribuidos de un modo ingenioso gracias al elaborado montaje de Minoru Shibuya, una tragedia de la vida donde el progenitor vuelca todos sus miedos, pesares y desprecio sobre la preservación forzada de la paternidad, un acto muy reprochable que causa una sensación de tremenda incomodidad en el espectador, subrayada por las contracciones en el rostro de Tamako y el del inocente Kanichi, dormido en otra habitación, ajeno a todo ello.

Siguiendo un estilo lineal riguroso del melodrama clásico, y tan propio del "shomin-geki", lo que veremos es la progresiva quiebra del núcleo familiar; en un gesto sorprendente para la época, la esposa abandona el hogar y deja sólo al marido con sus demonios mientras se muda junto a su hija con el niño, fuerza impulsora, por accidente, de todos estos hechos. Ya no podemos ni queremos seguir al lado de ese personaje repelente que tan creíble le sale al camaleónico Tatsuo Saito, quien afirma a viva voz la condición de objetos de saldo que son las hijas (retortijones le dará a más de uno ese instante) y la carga de un varón en la familia.
Y por intervención del destino (¿o "conveniencia de guión"?) este padre infeliz irá enfrentando una serie de encuentros, a lo largo de una noche de desconexión, transformados en reflejos de esos mismos demonios para que al final, y como no podía ser de otra manera, experimente una iluminación divina que le sirva de redención, aceptando sus miedos y valorando aquello que menospreciaba (haciendo honor al clásico refrán "No sabe uno lo que tiene hasta que lo pierde"...). Es esta previsible resolución y no una más dramática lo que deja a "Jinsei..." al mismo nivel de otros títulos de mismo estilo que se realizaban en la época.

Gosho, sin embargo, la desarrolla por medio de situaciones que rebosan naturalidad, y así en modo alguno se van sucediendo forzadamente. Un claro ejemplo de esta técnica que tan bien manejaba es el reencuentro entre Kanichi y Shozo.
Mientras otro lo habría expuesto en una escena impactante y melodramática, él prefiere que suceda por un descuido del niño: un hecho tan inconsciente como volver a comer a la casa paterna después del colegio; son estos detalles lo que aportan la suficiente credibilidad y realismo para lograr la empatía del espectador y llegar a emocionarle...
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