Dolemite (1975)

Pocas películas sean tan buenas para explicar un género como Dolemite en representación del blaxploitation. No es la mejor ni de lejos, ni quizá sea tan famosa como Shaft (la original de los 70), pero esta película rezuma los tics y lugares comunes del género, con la salvedad de que no tiene una banda sonora tan buena como otras películas del estilo.
Son obvios la parquedad de medios y el amateurismo cutrescente, pero al mismo tiempo se deja ver al tener una energía particular, un qué se yo, con esos colores sobresaturados de los 70, ese argumento infantil, y esa batidora de influencias y trasfondo político que hacen que sea recomendable como curiosidad o cápsula de una época que nos queda ya bastante lejana.

El, así llamado, Blaxpotation es un género rarísimo, lleno de contradicciones, entre la parodia y el homenaje, a favor y en contra de las minorías raciales, pensado por y para la cultura afroamericana, pero apropiado y celebrado por el mainstream, en un extraño diálogo no resuelto, algo muy característico y propio de una época y de un modo de hacer cine, irrepetible.
Como tantos otros, llegué a la pelicula tras "Dolemite is my name", de Craig Brewer. Esperaba ver una película mucho más bizarra que la que resulta ser. Está bien, las escenas de acción casi parecen un chiste, se ve el micrófono en varios planos, el argumento está lleno de agujeros y dislates. Pero, así y todo, sigue siendo una película mucho más sólida de lo que pensé que iba a ser. Esperaba ver un disparate absurdo en clave de humor, pero no deja de ser una película policial, sobre el crimen y el hampa, contaminada por el canabis y la cultura afro, por el Kung Fu y el metalenguaje.
Dolemite, personaje humorístico en la ficción y en la realidad, es presentado como un ex presidiario tratando de recuperar el club nocturno que alguna vez le perteneció. Tendrá que enfrentarse contra Willie Green y con la misma corrupción estatal y hasta con el FBI.
La película tiene de todo. Escenas de acción, comedia, romance, números musicales, tiros, patadas voladoras, una excelente banda de sonido, drogas, chulos, putas y hasta dos o tres rutinas, de las que fueron habituales en los shows de Rudy Ray Moore, que resultan irreverentes e inclasificables.El cocktail es único y extrañísimo y, según la predisposición con la que se mire la película, no defrauda. Es una rareza, una curiosidad cinéfila. Parte de la historia y la belleza de una época artesanal y lejana, de un cine cargado de pasión y significado.