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The Hallow (2015)

The Hallow
96 min.
5,1
1.013
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Trailer (Inglés)
Sinopsis
Adam y Clare se mudan a una zona rural con su hijo recién nacido. Enseguida empiezan a recibir advertencias sobre los malos espíritus que pueblan el área, pero la joven familia prefiere disfrutar la belleza de los bosques. (FILMAFFINITY)
Género
Terror Sobrenatural Monstruos
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Irlanda Irlanda
Título original:
The Hallow
Duración
96 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Irlanda-Reino Unido-Estados Unidos;
Links
Premios
2015: Festival de Sitges: Sección oficial largometrajes
2015: British Independent Film Awards (BIFA): Nominada a Mejor nuevo director
6
REBELIÓN EN EL EDÉN
El que una naturaleza cabreada (en el caso de “The Hallow” un frondoso bosque irlandés) decida vengarse de los agravios infligidos por el especímen humano, después de ser violada en lo más profundo de su esencia, no sin antes presentar batalla a los intrusos que osan adentrarse en ella y perturbar su paz, es un tópico argumental que, sin pedirlo, me trajo a la mente al personaje de Tomme (Charley Boorman), cuando le cuenta a su padre (Powers Boothe) lo que hace la naturaleza cuando le tocan las narices, en “La Selva Esmeralda” (1985), de John Boorman. Al igual que en la cinta que nos ocupa, hallamos un nítido paralelismo entre la Selva Amazónica que le roba el bebé a un ingeniero y la frondosa y oscura arboleda que intentará arrebatarles a Adam (Joseph Mawle) y a Clare (Bojana Novakovic), su sufrido neonato.

Si en una son los indios indígenas, en esta son unos diabólicos seres, cuya naturaleza se halla en el doble filo de la visión folklórica de los lugareños, y la explicación científica que el protagonista encontrará, al relacionar el extraño hongo que descubre en el tronco de uno de los árboles que marca, con los monstruos que no dejarán de acosarles.

A este motiv arquetípico, presente en el corpus mitológico de muchas culturas y religiones que se remontan a la prehistoria, se refiere ese carácter tan despiadado del sacrificio que “exige” la mater natura, como precio a cambio de los dones que prodiga.

Por no decir los “castigos” que se reserva para aquellos que osan lastimarla (este sería el significado de la pringosa sustancia negra que contiene al peligroso microorganismo).

En este sentido, hallamos también una interesante referencia de lo expiatorio a través de la horrenda experiencia de mutaciones fisiológicas en “La Granja Maldita” (1987), donde se usa al igual esa doble lectura de la justificación científica (agua contaminada) del mal provocado, y el origen de éste en el pecado (el adulterio).

Así, fuese deliberadamente o no, Corin Hardy trabaja sobre una premisa a la que vemos también asomar la coleta en el subyacente discurso de este ecologismo de cariz ideológico (más que basado en el rigor biológico), que los mandatarios saben instrumentalizar, no porque crean en ello, sinó porque ven en una más de esas líneas de pensamiento único que se pretende imponer en pro de la corrección política, un buen fajo de votos entre los adeptos de estos lobbies.

El realizador no reparará en sacar tajada de ese cándido buenismo de los fans del “buen rollo”, que en el primer acto despachará con unos porretes de los padres algo “neo hippies”, que con crío y perro se van tan felices a meterse en la boca del lobo. Vaya que si en ello hay una intencionalidad sarcástica, a Hardy se le debe una “ola” como Dios manda.

Asegurándose también el tiro como cofirmante del guión, no pierde el tiempo, y después de echar una pulla en el primer acto, y que recogerá en el último tramo del metraje, especialmente con el guiño final durante los títulos de crédito, sume al espectador en un no parar que, más que "in crescendo", nos eleva a un grado de tensión que mantendrá constante, sin dejar por compasión unos segundos de mínimo sosiego.

La malsana ingenuidad que envuelve los idílicos primeros minutos, y que está narrada casi rozando la burla, es enseguida quebrada por un rápido ascenso al estado de angustia, cuya primera y lúgubre manifestación es la actitud con la que los lugareños reciben a los recién llegados; cliché, por otra parte, usado un sinfín de veces en todas esas películas en las que el/la/los/las protagonistas del periplo de turno, andan hacia el centro de sus pesadillas bajo esa silenciosa mirada, entre curiosa y amenazante, de unos locales de los que no se intuye claramente si actúan de cobardes espectadores o, incluso, de cómplices de la acechante maldad del paraje.

No falta, pues, tampoco, ese rol de mal agüero que en películas maestras de referencia toma forma simbólica de cuervo, gato negro, u otro bicho de ese color (como el caso del rotweiler).

Ese ambiente premonitorio pone un punto de partida en el delirio del espectador, que pronto verá acelerado el ritmo narrativo, a tenor de los movimientos de cámara, la invasión de un escenario en penumbra o a oscuras que mantendrá casi fuera de juego a las horas diurnas, y la aparición de los monstruos del bosque, cuya manifestación visual, más sugerida en el inicio del desarrollo, y progresivamente hasta ser descaradamente explícita en el último tramo hasta el desenlace, donde Hardy se permite algo de casquería para ayudar a que todo caiga en cascada, y ofrecer una salida al embrollo: tanto al guión, como a los protagonistas, hacia aquél sol naciente redentor en su denodada carrera para escapar y librarse de la terrible zozobra.

En todo este tiempo, parece que no podremos dejar de contener el aliento. Y hasta en momentos, Martijn van Broekhuizen, director de fotografía, se permitirá provocarnos descargas extra de adrenalina, como en la sucesion intercalada de planos de Adam intentando poner en marcha el motor del generador, luchando contra los efectos visibles de la infección, para devolver la luz a la casa, a la par que el globo del ojo de Clare, quien intenta contener a uno de los monstruos en la buhardilla, está a punto de ser penetrado por el aguijado apéndice del ser atacante.

Desconozco por completo si Corin Hardy conoce la obra de Luís Buñuel; pero en esta secuencia vi la escena del ojo de “El Perro Andaluz” (1929). ¿Un homenaje referencial, o una simple coincidencia? Y cabría añadir que el mismísimo Dalí quedaria asombrado con la facha de los duendes malignos que acosan a esta familia.

La partitura compuesta para orquesta, de James Gosling, y disponible en el “espotifai”, no es para lanzar cohetes, pero cumple dignamente con su cometido: su cándido y ténue carácter del principio, va acorde con la calma e il·lusión que brilla en los rostros de Adam y Clare, en su viaje en barco hacia su nuevo destino
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10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Ojo por Ojo
'The Hallow' tiene, pese a que en sus primeros momentos no lo aparente, un corazón.
Esto significa que, de entrada, detrás del matrimonio de Adam y Clare, hay el mínimo cariño puesto para que no se acaben transformando en monigotes que no nos importe ver enfrentados al horror.
Y esa distancia, que apenas cuesta un par de escenas, es la gran principal diferencia que esta historia establece con otras.

Tras una mudanza a Irlanda, con el fantasma de la crisis que sobrevuela su existencia tranquila, la pareja con su bebé se afinca en una casa en las proximidades del bosque.
Un bosque en particular que va a ser aserrado y vendido pieza por pieza, símbolo de los tiempos en los que no importa tanto la antigüedad de algo como si puedes permitirte conservarlo. Las primeras excursiones de Adam allí, en ese sentido, solo dejan translucir su enorme hastío de ser siempre aquel a quien le tocan las quejas.
Las voces de los lugareños diciendo que el bosque no debería ser transitado solo contribuyen a eso: locos que hace mucho que, en ese paraje aislado, perdieron la capacidad de distinguir entre cuento y realidad.

Sin embargo, después de una marca casual a un árbol, como quien marca un ladrillo, Adam y Clare se enfrentan a intrusos que les rompen la ventana de su bebé. Una marca por otra, parece decir esa siniestra acción.
Pronto, se darán cuenta de que no están solos, sino que muy al contrario siempre han estado rodeados. Las almas en pena de los desarrapados forman parte de las entrañas del bosque, y al igual que cualquier persona lucharán para conservar su propio hogar.
Desde esta perspectiva, se convierte en una historia que guarda una "denuncia" interesante: quizá nos hemos acostumbrado tanto a la indiferencia, tratando a la naturaleza como un ser pasivo, que no cabe en nuestra mente la venganza de todo lo que pasa a formar parte de ella.

Somos capaces de ver las cuencas de los ojos vacías y las expresiones de las nudosas criaturas: no son del todo ajenas a lo humano, pero siguen siendo terribles monstruos de los que hay que huir.
La película opta por la mejor vía, la de la contención, en forma de vistazos fugaces y formas en la oscuridad, que podrían acechar desde cualquier parte. Todo ello sin dejar de subrayar la omnipotencia del bosque, que rápidamente puede penetrar hasta las entrañas de cualquier muralla o mecanismo, porque al fin y al cabo de él vienen todas las cosas y a él retornan.
Las leyendas auguradas por un habitante cercano al bosque se tornan ciertas y adquieren dimensiones de pesadilla imparable, recordando por qué hacemos bien en temerlas, poniendo a prueba a una familia demasiado ingenua que los ha tomado por inocentes cuentos de hadas.

Pero es entonces cuando asoma el corazón del que hablaba antes, porque igual que el bosque instiga terror y siente ira, también siente compasión.
Nos fijamos entonces en las caras que asoman entre las formas de madera, y nos damos cuenta de que tienen tanta pena por perder su casa como una pareja que puede llegar a perder a su hijo. Entonces la persecución terrorífica se detiene, dejando espacio para una necesaria contemplación.
En el fondo y desde el principio, esto había sido una historia de formas que habían sido humanas, que defienden ese último trozo de humanidad que les queda.

Se nos puede olvidar, que casi cualquier monstruo fue persona en algún momento.
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3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
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