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La voz de la montaña (1954)

La voz de la montaña
94 min.
7,7
814
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Sinopsis
Shuichi, hijo de Shingo, un próspero hombre de negocios de Tokio, vive con sus padres y su esposa Kikuki en una confortable casa. Por las tardes, se queda a menudo en la capital, bebiendo y divirtiéndose con su querida. Kikuko aguarda pacientemente su regreso a altas horas de la noche. Shingo, hombre sabio y de talante moderno, es consciente de los desenfrenos de su hijo y compadece a la solitaria Kikuko. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Japón Japón
Título original:
Yama no oto
Duración
94 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
8
Paseo por el parque
Shingo Ogata (Sô Yamamura) recibe una llamada telefónica.
Contesta: ¡ahí estaré!

Tras un fundido encadenado, el Sr. Ogata camina por un parque flanqueado de árboles. En el contraplano observamos a Kikuko (Setsuko Hara) sentada en un banco, al borde del camino. Ella se levanta, y tras un par de planos y contraplanos ambos se saludan. El Sr. Ogata dice:
- Demos un paseo.

La cámara de Naruse, se engancha al pelotón y con un amplio (más que largo, puesto que en contraposición con el resto de la cinta de interiores o caminos vallados, se percibe la libertad que da el otoñal parque) travelling, la cámara sigue a ambos personajes. Naruse no se olvida de los demás transeúntes que encuentran en su caminar, y la cámara se despista (como un voyeur) siguiendo por segundos a otros (quizás) protagonistas del Tokio de los cincuenta: enamorados, familias enganchadas de la mano,... y cada nuevo viandante que asoma en pantalla produce ciertas sensaciones que recoge la cámara, a los que realmente son nuestros protagonistas.

Cuando se detienen, el Sr. Ogata se sienta en otro banco después de admirar el parque. Kikuko, permanece de pie, indecisa. También apurada. El espectador ya ha detectado los cambios de su personaje, al igual que lo hizo el Sr. Ogata cuando concretó la cita telefónica con Kikuko.

Ella no tiene que decirle el motivo de la cita.
Él no pide explicaciones ni correcciones en su decisión.

Son ocho magníficos minutos de secuencia lírica donde Naruse vierte todo lo que queda. Es irónico pensar que la armonía que encontramos entre esta pareja (acrecentada por los travellings y los planos fijos que se van intercambiando meticulosamente) no existe entre los demás personajes de la película. Una pareja perfecta basada en el respeto y la integridad. Cualidades que el director percibía que se perdían en su Tokio de los cincuenta. A veces, basta una escena. Ésta, es la escena.
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50 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
La sonrisa de Setsuko Hara
Qué triste puede ser una sonrisa.
Nadie tiene una sonrisa más triste que Setsuko Hara, la mejor actriz japonesa del siglo veinte.
Hace unos días escuché una de esas frases lapidarias que nunca se olvidan. La felicidad de una madre y de un padre es la misma que la del menos feliz de sus hijos, porque si un hijo o hija sufre los progenitores sufrirán también.
Y es una frase, aunque no la única, que se puede aplicar a esta conmovedora película de Mikio Naruse, uno de los excelsos directores nipones, basada en la novela homónima de Yasunari Kawabata.
La trama explora las conflictivas relaciones de la familia Ogata, cuyo germen parece estar en la inconfesa insatisfacción de Shingo, el patriarca. Perseguido por los recuerdos de la chica de la que estaba enamorado y que murió en plena juventud, Shingo jamás ha amado a su mujer, hermana de su antigua prometida. A pesar de esforzarse en ser un buen marido y padre, no ha podido evitar la carencia de amor y vínculo (éstos son imposibles de simular y sacar de donde no los hay), y esta circunstancia ha repercutido en todos. Empezando por él, que siempre ha sido distante, excepto con su nuera Kikuko, a la que le une un fuerte sentimiento de empatía y tal vez de nostalgia por el amor perdido, que la joven bella, dulce, diligente y sensible probablemente le hace evocar. No se sabe si porque le encuentra parecido con la difunta, o si se debe a que es el tipo de mujer que le atrae y con el que conecta, pero es evidente que el sexagenario Shingo siente por su hija política algo más complejo que simple afecto paternal y que entre ambos fluye una corriente de entendimiento e interdependencia. Se aferran el uno al otro dentro del plano de la rutina corriente, de un respeto reverencial, de la solicitud de la nuera que atiende la casa de los suegros y de la preocupación del patriarca por el bienestar de sus parientes. Tengamos en cuenta que es una narración al estilo oriental; los sentimientos son tan sutiles que apenas se insinúan en un gesto contenido, una mirada, un rictus, en las lacónicas palabras dichas y sobre todo en las no dichas. En una sonrisa que puede ser cualquier cosa menos risueña.
Kikuko es su única alegría cotidiana, mientras el hombre maduro aquejado de los primeros síntomas de una enfermedad que podría ser demencia senil o Alzheimer siente remordimientos por los devaneos extramaritales de su hijo, por el fracaso matrimonial de su hija, por no poder ver belleza alguna en su esposa y por el progresivo deterioro vital de su despreciada nuera.
La grandeza de este argumento y de esta película es reflejar con tanta comedida pero sangrante emotividad la resignación de un hombre vencido a saberse infeliz y haber aprendido a vivir con ello, consciente de que los frutos de su siembra sólo pueden ser amargos, pero aún así recogiéndolos y aceptándolos como son, como él los ha creado, encaminándose hacia su ocaso gris en el que no le quedará más que la añoranza de lo que nunca fue y donde un día se sumirá en el consuelo del olvido eterno.
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28 de 29 usuarios han encontrado esta crítica útil
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