Dinamita Joe (1967)

La película es infame y no tiene puta la gracia. Pero sí un no sé qué, un resbalón, un sano cachondeo, un desmaño y goce que a mí tan duro como el pedernal me reblandecen el alma, como ese hijo tonto que tanto quieres, como esa novia mala que te sangra y desgarra y a la que amas, la cicatriz que acaricias, la llaga que te llama, la herida abierta, el mundo entero que te duele y por el que mueres. Así es con Rik o Joe.
Años sesenta, pleno apogeo del espagueti western, eclosión, dispendio, bacanal, toneladas de películas, todas las horas, Almería de romería cada día, una perpetua alegría.
La caricatura de la parodia de una chanza de una broma que nunca tuvo chiste ni se busca. Todo resuena cosa chunga, broma vana, nada.
Es Joe, de sienes plateadas, displicente, deportivo y dandi. Es tan superior a todo que nada le importa ni sobra. Sabe que siempre gana por goleada, jugando con diez, hasta con el árbitro en contra. Y aun así ni abusa; solo comprende y calla, ríe, sabe.
Es Sancho Panza, el colega, la esponja, de alcohol, el viejo sabio y venerable.
Una rubia y otra morena. Las dos lo pretenden y se ofrecen como dios manda, faltaría menos, con las dos retoza y juega. ¿Las quiere, no las quiere?
El maloso minero. De pena. De ridículo en ridículo hasta el final.
El rey sol, el Nerón latino. El de la silla regia, portátil. Grande.
El senador. Pícaro mayor. Político corrupto (pleonasmo imperdonable). Truhan y zascandil y felón.
Y uno mismo, el crítico voluble, omnipresente, omnisciente, omnímodo, omnívoro que, esta vez y sin que sirva de precedente, remansa su verbo tropical y amargura crítica tan habituales, el fuego y la ira, la lira, el ácido y la hiel, y se apiada y apena de esta gran chapuza y no dice más nada, no solo no la fulmina, sino que se calla casi casi para siempre. Solo su inmensa curiosidad le asaetea, se rebela, con insidiosas preguntas.
¿Quiénes fueron todas estas buenas gentes? ¿Qué fue de sus vidas tan plenas y aventureras, verdaderas? ¿De dónde salieron, vinieron o llegaron? ¿ A dónde fueron o terminaron? ¿Qué pasó con todos ellos, con Rik, con Halina, con Mercedes, con el director Margheriti? ¿Sombras borradas por la historia, pobre gente que nunca llegó a nada, nuestro reflejo por tanto, el verdadero cine, su magullada y olvidada esencia, el de los jornaleros de la gloria, la serpiente multicolor, pícaros, pioneros, caraduras, maleantes, héroes, santos? Cada uno de ellos merecería una película entera para contar su existencia, sus andanzas por este perro mundo. Dirigida por Kubrick nada menos. En el cielo o el infierno. Nos la deben. Que así sea. Yo, de hecho, daría mi vida, esa bella ofrenda, por viajar en el tiempo hasta ese rodaje y hacerme pasar por uno de ellos, un extra, un intruso, un figurante, la parte contratante, compartir con ellos penas y alegrías, sus secretos y proyectos, sus remiendos y amores, sus glorias y fracasos, el sexo, la comida, la noche, la juerga, el duro trabajo, claro que se la ofrecería al mismo diablo solo por veinticuatro horas con ellos en aquel y no otro justo momento, tanto no pido, por favor, escucha mi desesperado ruego,si yo soy fausto y tú el otro.

Un spaghetti western más realizado al gusto del momento, sin demasiado oficio e ingenio.
Destaca la aportación de los cartuchos de dinamita que el protagonista dispara en lugar de los clásicos duelos a revolver. Poco más...
Dinamita un tanto deficiente