La divina comedia (1991)

Con la sensación de entrar a escondidas en una mansión cuyas habitaciones son escenarios, un teatro que se va desplegando por cada lugar de esta casa de alienados. Interpretaciones llenas de fuerza y calidad hacen que boquiabierto, casi sin darte cuenta, recorras este lunático mundo teológico, literario, sentimental, mientras mentalmente ahondas en tus razones para creer o no creer. Es una de esas películas que te obsequian con algo nuevo, que te dejan un regusto que no sabes diferenciar, a veces es amargo, y otras dulce. Una bella película repleta de magníficos actores.

ASILO DE ALIENADOS

Este es el cartel que cuelga al principio de la película. Luego vemos desfilar por dentro del Asilo a Raskolnikov, a Nietzsche, al Profeta, a la celestial Maria Joao Pires tocando en vivo y directo el piano, mientras el Profeta y Nietzsche discuten como en un contrapunto secundario, las bondades de un hipotético Quinto Evangelio, que resulta ser un libro con todas sus hojas en blanco.

También están Adán y Eva (arrepentida de manera no muy convincente), Iván Karamazov que llega al final en una moto, para tratar de salvar a su hermano Aliosha, si mal no recuerdo...Uno que se cree Mesías, también otro que es el Doctor y que parece cómplice de todos los desmanes teóricos y metafísicos de los alienados.

La alienación misma es la película, interesante y lenta, que profundiza poco en un argumento que daba para mucho más, pero sin duda tiene toques que la salvan, en principio las manos de Joao Pires, la gran pianista portuguesa, en interpretaciones soberbias de Beethoven y Bach, entre otros.

El personaje mudo, como en toda película muy dialogada, muy verbal, viene a ser casi el que le da el toque de enigma o epifanía al film. Esta mudez se cruza en polifonía plegada con el Evangelio en blanco, en un más allá de la teología, un espacio que deviene cinematográfico y que en sus innumerables grietas, heridas, vacíos, incongruencias, nos entrega la gracia gratuita de ciertos sonidos, de ciertos etéreos golpes de efecto, que agradecemos sin que nos sintamos entusiasmados en demasía.