La dama del armiño (1947)

El hecho de que a día de ayer, nadie haya escrito algo sobre ella siendo muy poco votada, da buena cuenta del desconocimiento que suscita esta cinta, bien es cierto que, algo acartonada y enmohecida, una fantasía romántica dentro del género del cine histórico español. El dramaturgo Luis Fernández Ardavín, hermano del director del film, urdió en 1921 un drama en verso sobre la figura del Greco y uno de sus más enigmáticos y dudosamente atribuidos cuadros: "La dama del armiño". El dramaturgo, libre de ataduras históricas, fabula que la tal dama es la hija del pintor de la que cae fervientemente enamorado un joven orfebre judío. Completa el triángulo multiracial una joven morisca, que siente por el semita una pasión insoslayable. 25 años después de su estreno en los escenarios emprende Eusebio, con la colaboración de su hermano, la tarea de adaptar la obra a la pantalla. Para darle un poco de aire cinematográfico cuentan con la colaboración del también director y guionista Rafael Gil. Aparte de "airear" el drama y concebir algunas escenas en función de los decorados de Enrique Alarcón, habría hecho falta un mayor pulimento de los diálogos, en prosa, tan tremendamente literarios, encorsetados por la censura e incómodos para la agilidad de la trama. Lina Yegros encarna a Catalina, la hija cristiana del Greco, Jorge Mistral a Samuel, el orfebre judío y Alicia Palacios a la musulmana Jarifa.

Amor, celos, asedio y desdén se dan cita en una película que se las arregla para justificar la conversión del judío al catolicismo de modo que su amor por Catalina resulte lícito, en tanto que Jarifa, capaz de sacrificarse a sí misma por el hombre al que ama, desaparezca del mapa. Ardavín la ha mostrado antes tumbada a los pies de la cama de Samuel, como el lebrel al que él acaricia. Samuel ve por primera vez a Catalina durante el Corpus, a la que ha acudido para estudiar la Custodia de plata que constituye el corazón de la procesión. Extasiado, Samuel eleva sus ojos que van de la Custodia al balcón donde está Catalina. Ardavín liga los dos objetos de adoración mediante una panorámica, en una transferencia que condicionará la conversión de Samuel. Así, desde su mismo planteamiento y mediante sendas analogías visuales, “La dama del armiño” plantea una metáfora sobre la unidad religiosa, mediante la Santa Inquisición entendida al modo del nacional-catolicismo. O asimilación o aniquilación.

Tradicionalmente se ha identificado este espectacular retrato con doña Jerónima de las Cuevas, la mujer con la que El Greco mantuvo relaciones al poco tiempo de llegar a Toledo, fruto de las cuales nacería su único hijo Jorge Manuel. Son escasos los datos referentes a esta dama, a quien algunos consideran de la nobleza toledana, aunque en los archivos no aparezcan datos referentes a estos apellidos. Se ha sugerido que fuera de ascendencia morisca por lo que el matrimonio con El Greco no se llegó a realizar aunque también se ha apuntado que el pintor estaría casado en Italia o, permaneciendo soltero, no pudo demostrar que no tenía cónyuge en otro lugar. Al parecer su amante había muerto muy joven, elaborándose una romántica teoría según la cual Doménikos la utilizó como modelo idealizado de numerosas obras. Bien es cierto que no tenemos más referencias a ella en la vida del artista que el testamento, en donde es mencionada como madre de Jorge Manuel. Este soberbio retrato femenino se relaciona con la estancia de El Greco en Madrid. Por otro lado, tras las últimas investigaciones existen razonables dudas de que el cuadro lo pintara el ilustre pintor, adjudicándoselo a la pintora italiana Sofonisba Anguissola, afincada entonces en la corte de Felipe II, cuadro que se exhibe en un museo de Glasglow.

Volviendo a la película, un drama romántico que no entiendo como puede figurar como comedia en la ficha técnica de esta web. Detalle elegante y sensual es el enamoramiento de la pareja a través de los espejos y el verbo galante del hebreo, de envidias, rencores y traiciones, de honores mancillados y duelos a sable, de artistas maestros en la orfebrería y la pintura. La música excelente de García Leoz, la fotografía siempre inspirada de Manuel Berenguer, destacar también que Eusebio Fernández Ardavin fue pionero del cine mudo y del sonoro español, un artesano que, en mi opinión adolece de un pulso narrativo que atrape al espectador, pues su caligrafía me ha parecido, aunque elegante, un tanto academicista y excesivamente amanerada, al menos en esta película que por otra parte se deja ver como testimonio de un determinado cine histórico de la época.