Doña Perfecta (1951)

Alejandro Galindo nos muestra el retrato de una época de forma convincente sin caer en artilugios. Como es habitual en el cine mexicano de aquel tiempo: gran escenografía, buena ambientación y una considerable fotografía; sin dejar de lado las correctas actuaciones, Dolores del Río grandiosa como siempre. A destacar el grado de cinismo del que se dota a los personajes con frases, gestos y actitudes que denotan lo conservador del contexto en el que está ambientada la historia. Siempre es interesante ver el choque de ideas, en este caso los conservadores temerosos de perder sus privilegios que a toda costa se oponen al liberal o progresista, representante del cambio, que no quieren de ninguna manera. Galindo fue un director que supo manejar muy bien este tema (Una familia de tantas) y sacó a relucir los prejucios, moralismos y supersticiones de una sociedad sumisa, amedrentada y cobijada bajo el manto de la religión, la moral y las buenas costumbres. Una vez más se muestra el fanatismo de un país que aparenta no tener remedio y que pareciera, salvo algunos cambios, que quedó retratado fielmente hasta nuestros días.

A partir de la novela homónima de B.P. Galdós, A. Galindo supo filmar una película intensa en la que el conflicto ideológico llena la pantalla con evidente habilidad porque se desprende de cualquier atisbo pedante.
Los personajes están bien definidos y también sus actitudes y perfiles psicológicos pero resulta cas inevitable que las salpicaduras del maniqueísmo empapen el celuloide.
La historia fluye sin dificultad y hay que reconocer una admirable labor de ambientación -incluyendo la banda sonora- para situar la acción en el convulso México de finales del siglo XIX.
Los mimbres cinematográficos poseen buen nivel y la producción, en definitiva, alcanza notable relieve artístico.