París, París (2008)

Christophe Barratier encandiló a medio mundo en 2004 con "Los chicos del coro", celebradísimo debut en el que sin embargo se podían atisbar de lejos algunas concesiones (que personalmente no me importaron lo más mínimo estando ante una obra que me caló tanto). Cuatro años después ha vuelto con esta entrañable "París, París" que posiblemente vuelva a ganarse con justicia al público, continuando con algo menos de suerte por la senda antes apuntada.

La historia, protagonizada por unos actores en estado de gracia a los que se suma la desconocida y bellísima Nora Arnezeder (que se come la pantalla con su sola presencia en casi todas las escenas que protagoniza, especialmente los números musicales, y resulta el hallazgo de la película sin duda: un nombre a apuntar y al que hay que seguir la pista), comienza sustentándose en ellos a la par que en una recreación histórica notable. En esas primeras escenas ya se pueden entrever las cartas que va a jugar el film, con suerte dispar, hasta los últimos minutos: un tramo final que quizá concede más terreno de la cuenta al sentimentalismo que hasta entonces solamente habíamos intuido, y echa por tierra bastantes de sus posibilidades de llegar al espectador como una obra de mayor enjundia.

Pese a ello, no por ser algo obvia resulta menos disfrutable, quedando a la postre una de esas películas sencillas de las que se sale con una sonrisa en la boca y la sensación de haber invertido bien dos horas. Y eso para nada es poco.

"París, París" cuenta una historia sencilla, con personajes sencillos. Pero ahí radica su encanto. Es una historia de lucha, de segundas oportunidades, de la búsqueda de un sueño. Y todos estos ingredientes conforman una comedia agridulce, con tiempo para las risas y para las lágrimas, con buenos y malos, con luces y sombras. Todo en un escenario inmejorable, el París de 1936, al que el director saca un partido excelente.

Que nadie se espere una segunda parte de "Los chicos del coro". Aunque aquella me encantó, esta supone un escalón más en la carrera de Christophe Barratier, que si sigue por esta senda va camino de convertirse en un director a tener en cuenta. Sigue mantiendo la frescura de aquella, con personajes entrañables, como el señor Radio, Jacky Jacket o la auténtica estrella de la función (nunca mejor dicho), el señor Pigoil que construye el fantástico Gérard Jugnot, con una variedad de registros muy destacable. Pero ya digo que sería injusto destacar a uno, ya que todo el reparto raya a gran nivel. No puedo olvidarme de la guapísima Nora Arnezeder, tan dulce como su propio nombre y con una voz preciosa.

La puesta en escena es preciosa y los números musicales muy pegadizos, a lo que ayuda la excelente banda sonora.

En definitiva, una película (a mi parecer) muy bonita, llena de esperanza y de vitalidad.