La trucha (1982)

Al momento de realizar, “LA TRUCHA”, en Francia, el director Joseph Losey, tenía 73 años; seguía siendo un exiliado que añoraba volver a filmar en los Estados Unidos de Norteamérica, su tierra natal, y consecuente con sus mejores ideas, seguía sintiendo que la sociedad de hoy debía ser profundamente cuestionada, ya que, a los hombres, nos sigue quedando demasiado grande este magnífico planeta que nos dieron para reconvertirlo en paraíso.

Fue, “La Truite” (1963), una novela de Roger Vailland (1907-1965) -antiguo miembro del llamado grupo Vanguardia que seguía los pasos de los surrealistas-, la suerte de obra que interesó a Losey, desde el mismo momento en que salió al mercado. Junto a Monique Lange, se dispuso a hacer la adaptación y ya, en 1964, había pensado en rodarla teniendo entre sus planes a Brigitte Bardot, Charles Boyer, Simone Signoret y Dirk Bogarde, como deseados intérpretes.

Pero el filme no pudo rodarse y el proyecto se archivó durante 18 años, hasta que desaparecieron los fantasmas de la censura y resultó un productor que acogiera sin mayores reparos la antigua idea del celebrado realizador. Ahora, ya a nadie preocupa que se desnuden las liviandades de las clases altas, pues, además de que la indiferencia refuerza un rápido olvido, cuando se tiene el ‘poder’ se siente una suerte de confianza de que, “no hay peligro alguno cuando la sartén se sostiene por el mango”.

“LA TRUCHA”, nos habla de una joven llamada, Frédérique Galuchat, quien trabaja en una solvente truchera de la familia; está casada con un muchacho que lucha contra los llamados externos (e internos) de la homosexualidad, mientras que ella es asediada por los hombres que la rodean demostrando que sabe manejarlos con un carácter admirable y un oportunismo reprochable. Con Frédérique, las chicas de hoy van a recibir unas interesantes lecciones de cómo, una virginidad bien administrada, suele generar mejores y más altos resultados que venderla o cederla al primer postor. Su personaje es, sin duda, lo mejor de esta historia… y la manera como coge por su cuenta a los dueños del ‘poder,’ es una verdadera delicia, logrando que el carácter adquiera de nuevo el nivel que se merece.

Infortunadamente, no logré sentir a Isabelle Hupert, suficientemente ajustada a su papel, pues, aunque es una calificada actriz, no posee, ni de lejos, la suerte de figura que convenza como chica seductora (en este sentido, ¡el poster francés es una verdadera engañifa!), y esto, en mi caso, le resta encanto y convencimiento a la historia. Pero, como entre gustos no hay disgustos, es seguro que muchos se conectarán con la actriz y conseguirán aplaudir a un personaje que, en cualquier caso, es bastante significativo.

Más afortunados lucen, Jean-Pierre Cassel (Rambert), la suerte de libertino que no hace nada a escondidas; Jeanne Moreau (Lou), la esposa de ideas liberales… ¿en demasía o a tono con la nueva mentalidad?; y Daniel Olbrychski (Saint-Genis), el típico hombre de finanzas que, de manera convencida, cree que ‘el dinero todo lo puede’.

La metáfora, con esa suerte de pez que, pleno de energía, nada contra la corriente, resulta muy oportuna, y el filme resulta bien entretenido, demostrando Losey que, su talento, todavía palpitaba.

Como datos curiosos: La presencia del director, por primera y única vez, en una de las escenas, adivinen ¿en cuál?; y también la aparición de, Ruggero Raimondi (“Don Giovanni”), durante la cena.

Una película fría y escurridiza, como una trucha. Supérflua, pero con pretensiones, imprecisa y vaga. El señor Losey no parece tener claro donde va con el pececito, pero se obstina en llegar, que no digo yo que esté mal, pero cuando no se sabe hacia donde se va, se corre el riesgo de llegar a donde no se desea. Una trucha cque se sueña tiburón.