El pájaro de arcilla (2002)

Una película correcta en su realización: guion, planificación, dirección de actores y ritmo narrativo. Me daba un tufillo a tremendismo, a utilización de la infancia como pornografía sentimental, vista en tantas ocasiones, o a una película "necesaria", es decir, sin ningún valor artístico y chantajista: si no estás conmigo, estás contra mí, a pesar de que sea zafio, didáctico, "buenista", voluntarista, burdo, maniqueo o "tremendista", si no te gusta mi película es que no compartes esos valores, es que eres de los otros, de los malos malísimos, es que eres un monstruo. Pues nada de eso, es la historia de una familia de Bangladesh en el contexto histórico más caliente de su reciente historia (los años setenta): resultados electorales no respetados, golpes militares y guerra civil de independencia. Sin embargo todo está esbozado, es el marco histórico, aunque el marco decida el destino de los personajes. Es pues una película de "esbozos": qué es el Islam y cómo hay que transmitirlo, como los sufíes, una especie de monjes hippies, o por la fuerza con la yihad.
La vida en la madrasa del niño tampoco tiene un enfoque solemne o grave, es la vida en una escuela coránica que trasmite muy mal la religión a sus alumnos, la letra con sangre entra, aunque uno de los profesores representa el contrapunto a esa línea general. Y eso es lo más interesante de la película: la forma de trasmitir las enseñanzas religiosas cambiará el espíritu, para bien o para mal. Las secuencias más hermosas de la película siempre tienen como protagonista a la música: cómo el padre recita el Corán cantando, las fiestas al aire libre con esa magnífica cantante de esa canción del "pájaro interior" que no puede volar ( sencilla metáfora del tema de la película), el duelo entre ésta y otro estupendo cantante / recitador de versos coránicos que explican el mundo, como si de dos gallos raperos se tratase...
La música exultante, primorosa, arrebatadora te deja en un estado catatónico, arrobado, hipnotizado, anulado por completo. Es la música de los encantadores de serpientes. Los hippies se marcharon a la India en los sesenta-setenta a hacer el indio buscando su yo interior fascinados por la música de Ravi Shankar, entre otros. Ahora los neohippies y los hippies pijos se marchan a Ibiza a buscar el amor libre dopados de house y música electrónica, los tiempos cambian.
Son, pues, las secuencias musicales las que hacen ganar enteros a la película, esa música que, como dicen los gitanos, tiene duende. En la obra maestra "El salón de música" se daba buena cuenta de ese duende, de ese encantamiento, que te puede llevar a la bancarrota y a la catástrofe, de la misma manera que quita los "sentíos" a las cobras. Porque si trasmites el Corán con esa música y esos versos, te dan ganas de abrazarlo y no soltarlo jamás, de la misma manera que la Biblia si escuchas los cantos gregorianos o las pasiones y cantatas de J.S. Bach.