Que Dios me perdone (1948)

La historia posee un atractivo intrínseco natural -no forzado- que se instala en el ánimo del espectador y éste enseguida se siente cautivado por el argumento pero también por la estupenda factura cinematográfica de la película.
T. Davison domina todos los registros.
Unos diálogos brillantes, un ritmo cuidado y cadencioso, la incorporación de tramas inesperadas y el concienzudo balance psicológico de los protagonistas confiere a la producción auténtica entidad.
Y también la excepcional interpretación de M. Félix.
Vigor narrativo, fotografía excelente y una ambientación magnífica completan el rol de elementos destacados para conseguir que las ondulaciones de la intriga recorran todos los recovecos del celuloide.