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Austerlitz (2016)

Austerlitz
94 min.
5,7
182
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Disponible en:
Suscripción
Sinopsis
Esta película es una observación minimalista de los visitantes que acuden a visitar un campo de concentración nazi. (FILMAFFINITY)
Género
Documental Nazismo Holocausto
Dirección
Reparto
Documental
Año / País:
/ Alemania Alemania
Título original:
Austerlitz
Duración
94 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Premios
2017: Premios del Cine Europeo: Nominada a mejor documental
2016: Festival de Venecia: Sección oficial (Fuera de concurso)
7
El turismo os hará libres
Entiendo cualquier reacción ante una cinta como esta; en buena medida ‘Austerlitz’ funciona como un espejo deformado; deformado por nuestra propia percepción. Dura lo que dura –aproximadamente– una visita a un campo de exterminio. Es inquietante, incómoda y, hasta cierto punto, ‘alentadora’. Muestra al ser humano –como especie– capaz de subsistir incluso en medio del horror. Esa “banalidad del Bien” de la que habla Diego Lerer es la prueba de que ni el pozo más oscuro suprime de raíz la vena de felicidad superficial y frívola que alienta en las personas. No seré yo quien juzgue la pureza ética y moral de cada paseante; sólo se ve de ellos su envoltura, la cáscara, el bocata, el palo-selfie, la mochila y poco más; ¿cómo saber qué mecanismos de defensa se encienden en el alma ante el espanto de otro tiempo?

Mi primer contacto con un campo nazi fue en Dachau, cerca de Múnich. Hacía un día esplendoroso, lleno de luz y con un cielo azul y despejado. Poco antes de llegar, a la salida de un túnel, se desencadenó de pronto una tormenta de nieve abrumadora; aún recuerdo la intensidad del viento y de los truenos. Un manto blanco, similar al de ‘Los muertos’ de James Joyce, cubría todo el campo. Entré sobrecogido. Nos recibió un muchacho rubio –descendiente, al parecer, de algún preboste nazi– para explicarnos las malditas estaciones del viacrucis; con ello, en cierto modo, exorcizaba voluntariamente “sus” demonios familiares. Como en ‘Mimoun’, de Rafael Chirbes, la climatología moduló mis sensaciones. En el camino de vuelta, la tormenta ya se había disipado, pero algo en mí se había roto sin remedio.

Sergei Loznitsa, en ‘Austerlitz’, también presenta un recorrido de ida y vuelta. No podemos saber cuál es su posición, adónde apunta con sus planos fijos e insistentes. En lo que a mí respecta, su cine abre un espacio reflexivo-emocional perturbador. Aventuro que ese es justo su objetivo –esto es, claro está, puro especular–. Abundan los detalles que conmueven: la copa de un árbol tras de un muro, con las ramas ondulantes; la mirada, despavorida, de una o dos mujeres; las sombras y reflejos cuando el plano se vacía; la risa superpuesta a alguna explicación; el movimiento de los pies con un panel que hurta el resto de los cuerpos; el momento, casi obsceno, en que un excursionista imita la pose de los torturados. En ocasiones sentimos que hay espectros que lo observan todo desde el aire mismo; en otras se adueña de nosotros el sopor; a veces tomamos consciencia de que es el propio espectador esa presencia fantasmal al otro lado de la cámara. El tempo de la cinta excava en nuestra forma de mirar, que oscila como oscila el péndulo en la caja del reloj.

Mi segundo y último encuentro con un campo de exterminio fue en Auschwitz-Birkenau. Auschwitz, tan pulcro y ordenado, era como un inmenso ‘photoshop’; pensé en lo que decía Primo Levi acerca de la falta de verdad del campo así aseado. La granja-Birkenau me golpeó con virulencia. Llegaba pertrechado con el poema ‘Fuga de la muerte’, de Paul Celan, y su “negra leche del alma”. Sus versos y las diminutas flores amarillas me quebraron. Aún conservo algunas fotos del lugar. No sabría decir por qué ese impulso de tomarlas, por qué ese estar ahí junto al recuerdo de los muertos. Me veo en ellas y me siento vanamente avergonzado.

Dudo que vuelva a pisar la tierra de otro campo de concentración, considero que he tenido suficiente. Como escribiera T.S. Eliot, el ser humano no puede soportar una excesiva realidad. Siguiendo a Blas de Otero, “no sé cómo decirlo, dan ganas de acabar de una vez.” Y, sin embargo, este documental pudiera ser enmienda a tan oscuros pensamientos.

No concibo para mí tal salvación, pero la deseo con fervor para mis semejantes, los turistas.
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10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Bocatas y selfies entre cámaras de gas
Documental que se me ha hecho algo pesado. Te vistes de voyeur y observas la paradoja de que un lugar de tortura y muerte del que antes rezaban sus víctimas para poder huir, ahora van hordas de turistas en masa, muchos de ellos por fotos de postureo, que en la puerta de una cámara de gas, ahora se abarroten obesos con bocatas y palos selfie. Pero ese concepto a trasladar se pilla en 5 minutos. No hacen falta 95. Porque además algunos enclaves puntuales si que te da más coraje y te traslada algo de la claustrofobia del lugar pero la mayoría del rato es un plano fijo exterior enfocado a un sitio aleatorio del campo (tampoco es que hubiera ninguno bueno o plácido) o gente a bulto sin más.

Además para acabar de meterte en la atmósfera se debería haber estado allí de visita o estar puesto en historia del lugar de saber qué pasaba en cada sitio para trasladarte. Pero no es mi caso. De hecho es un bálsamo cuando en algún momento aparece algún guía de españoles hablando y explicando. Al menos tienes algo que escuchar y prestar atención porque es fácil que el cerebro desconecte o no mantengas la concentración. Aún con eso, como digo, la paradoja que plantea es muy potente, aunque el metraje sea excesivo y por tanto aprueba sobrado. Personalmente estuve por primera y única vez hace un año en un pequeño campo de concentración de Trieste (Italia) y provoca muy mal cuerpo. No me apetecía ir comiendo un bocata o haciéndome fotos sacando morritos. Un lugar de muerte muy oscuro.
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6 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
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