Los encuentros de Anna (1978)

Akerman sabe rodar, de eso no hay duda. Cada plano está estudiado hasta el límite de lo enfermizo. Cada objeto, cada persona, cada sonido, la luz, la simetría, la profundidad, el color, la temperatura... Todos los elementos funcionan exactamente como deben.
El componente autobiográfico de la cinta es total, tanto que resulta doloroso conociendo la historia personal de esta directora.
Aurore Clément fue la encargada de interpretar a Anna, el principal y casi único personaje de la película, y lo hace con extraordinario talento. El resto de personajes forman deliberadamente parte del decorado, cumpliendo el cometido de ayudarnos a entender un poco mejor las soledades de Anna. Son mero contexto.
Es evidente que Akerman no tenía la menor intención de entretener, sorprender o divertir al espectador. Tampoco hace un esfuerzo para que empaticemos con Anna, más bien parece que lo único que quiere es que sepamos de su existencia, tal cual y sin adornos. Lo que es, es.
Seamos sinceros, la película, en un sentido convencional, es tremendamente aburrida. Monótona. Tediosa. No va a ninguna parte. No concluye. Me ha tenido dos horas esperando a que ocurriera algo que sabía de antemano que no iba a suceder, y me ha dejado finalmente con una cierta tristeza. Ok, Chantal, supongo que es lo que querías. Buen trabajo.

Lecturas de aislamiento en la introspección del sentimiento. Conexión inútil que abarca el tiempo y el lugar. Marioneta del porvenir, ocupada en su monotonía sin recompensa emocional. Un cara a cara con la incapacidad para observar. Rechazo al rincón inmaterial.

Única filmando estructuras humanas. Akerman se muestra en un viaje de imposibles incómodos. Asolada tras cada interacción. Alternativas de escape con barrotes establecidos. Lejos del motivo, abrazando la ausencia entre lágrimas afónicas. Vínculos cercanos exponiendo sacrificios. Nexos sorteables que secuestran la ilusión.