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Séptima página (1950)

Séptima página
72 min.
6,0
206
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Escena (ESPAÑOL)
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Sinopsis
Crónica de la actividad cotidiana de un diario llamado "La Jornada". Los sucesos que relata el cronista de sociedad en la séptima página constituyen un retrato de las distintas clases sociales de la España de los años 50 y proporcionan una visión de la realidad en la que se entremezclan hechos cómicos, policíacos, sentimentales, dramáticos e incluso trágicos. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Periodismo
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
Séptima página
Duración
72 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
6
Crónicas de sociedad.
Arranca en la redacción del madrileño diario “La Jornada”, siguiendo a varios de sus reporteros que nos llevan a historias paralelas, y en algunos casos convergentes, en las que se mezclan cazadotes, esposas infieles atormentando a esforzados esposos, banqueros con mantenidas y una trama delictiva y termina con la inclusión de los sucesos contados en la película, una vez finalizados, en la página de sucesos y sociedad (la séptima pagina del título), su posterior tipografiado y su distribución por la ciudad todo ello mostrado de forma clara y comprensible, apuntando ese estilo característico con el que el maestro Ladislao Vajda nos hizo disfrutar y emocionarnos en posteriores y de algún modo míticas producciones (Mi tío Jacinto, El cebo y Un ángel paso por Brooklyn, por citar las, a mi juicio, autenticas obras maestras de su filmografía), dejando fluir la sintetizada acción en una especie de neorrealismo suave, sin caer en la gazmoñería, ni la cursilería que por aquella época eran frecuentes en este tipo de historias y sobre todo resultando bastante entretenido (sus 72 minutos se pasan volando), mostrando además unos magníficos exteriores del Madrid de la época (Cibeles, Gran Vía, Puerta de Alcalá. Facultad de medicina, Paseo de las Acacias, etc.…) y como curiosidad, (al menos para mí), ver a los científicos de un laboratorio de la policía madrileña llevando a cabo unas pruebas de balística y preparando a la vez entre probetas, un apreciado café.
En cuanto a los actores, esta lo más granado de la época, entre los que destacaría a Luis Prendes y Alfredo Mayo (por citar a dos de los más conocidos hoy en día), el uno como el camarero cornudo y vengador y el otro como él mundano atracador, además de (entre otros), José María Rodero, Francisco Cano, María Asquerino, Joaquín Roa (el carterista del tranvía), Rafael Romero Marchent (el luego magnifico director), sin olvidar unos breves José Isbert como el vendedor de una tienda de bolsos y Manolo Morán como el sereno herido en un atraco.
Aunque no estamos hablando de una obra maestra, no dudo en calificarla como recomendable.
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19 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
La crítica sin concesiones de José S. ISBERT
El argumento y el guión fueron la primera de mis sorpresas. Enseguida me vino a la mente la literatura anglosajona y las intrigas “con cajones”, es decir una trama principal y varias tramas secundarias, todas conectadas entre si y al servicio las unas de las otras. Como tan acertadamente escribe la Sinopsis, la película presenta un retrato bastante completo de la sociedad de los años 50, aunque yo no diría que española sino ciudadana. Porque la realidad de aquellos años en el campo era tan distinta de la de las grandes urbes que podríamos hablar de dos países lejanos.
La intriga principal es una pistola y sus balas. Le siguen las secundarias: un industrial y sus pasiones, un camarero mal casado, una mujer frívola y ambiciosa, un amor apasionado por una utopía o un espejismo, una pareja de bailarines el día de su debut, un policía que hace carrera y un periodista tímido y entrañable que nos servirá de nexo.
Me gustó la cinta porque, como siempre que se trabaja con una buena historia, basta con un poquito de talento y algo de dinero para realizar un producto digno. El rasgo más picaresco del guión se encuentra, quizás, en la breve secuencia de mi abuelo que detallaré más abajo. Nos trasladará el autor durante un par de minutos a la Sevilla de Monipodio en Rinconete y Cortadillo.
La fotografía es excelente, y en esta ocasión otorgaré una palma de honor a la iluminación, que consigue crear ese ambiente a veces misterioso y en otras ocasiones palpitante que tan bien sirve a la cinta así como a los actores. El maquillaje también destaca, por encima de lo habitual en el cine español de aquellos años. Y no hablamos de una cuestión de presupuesto sino de talento. En uno de los últimos planos de Amparito, tanto la fotografía como la iluminación y el maquillaje consiguen momentos de gran belleza plástica, dignos del mejor cine americano de entonces, gran maestro en esos artes.
Me encantó ese Madrid que se nos muestra, ese Madrid eterno con tráfico ya endiablado. El parque del Retiro, en particular, se me antoja un marco ideal para pasear y enamorarse.
La interpretación es irreprochable y ajustada, sin excesos salvo los necesarios al servicio de las intriga. En ocasiones me recordó a otra película española de 1936, “El bailarín y el trabajador”, al usar el mismo marco de cabarets de lujo en un Madrid para muy pocos.
La breve secuencia de mi abuelo es un soplo de aire fresco. Hacía falta el gran talento de Pepe Isbert para que un vendedor de una tienda de bolsos de postín pretenda vender más caro un bolso de imitación de piel que su original de cocodrilo. Lo que antes pareciera descabellado ahora lo realizan los chinos por cien pesetas. Que el público se trague el timo de mi abuelo como algo natural, llegando incluso a lamentar que el cliente escoja el bolso de verdad en lugar del imitado, eso si que es puro arte.
Claro. Es que el trabajo de José Isbert convierte cualquier cinta en un producto de lujo.
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7 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
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