Tierra y cielo (1941)

Hay películas que mejoran con el tiempo, otras permanecen inalterables, y esta “Tierra y cielo” forma parte de las que el tiempo ha defenestrado por sus pobres postulados, enviándolas a descansar en el desván del más absoluto olvido. Y méritos tiene para ello, se trata de un acartonado y cursi melodrama romántico que tiene un argumento de los Hermanos Álvarez Quintero, pero que su adaptación daba para haber creado una película de intriga sobre un falso culpable, acusado de un crimen que no cometió, por lo que es perseguido, mientras que una chica bien con inquietudes artísticas, que quiere ganarse la vida reproduciendo obras maestras del Museo del Prado, le ayuda a demostrar su inocencia.

Pero en cambio, lo que se nos muestra es a un galán relamido y cobarde, que se esconde bajo un falso nombre, un gigoló venido a menos que espera a que la suerte no le sea esquiva, mientras huye de su propia amada. La película es tonta y ñoña, de diálogos tan memos que produce sonrojo escuchar, una trama tan ridícula y tópica que produce aburrimiento. Una pareja de enamorados que no se dan ni un furtivo beso, más allá de sonrisitas, suspiros y palabras poéticas. Un film que acusa sobradamente la represión de la época, las taras del régimen recién instaurado y la terrible censura que no permitía ni una amistosa caricia.

Ni Maruchi Fresno ni Armando Calvo transmiten la más mínima pasión de enamorados, todo es como una parodia melodramática ridícula que aprovecha para introducir el folclore y unas cuantas postales gráficas de los típicos lugares turísticos de entonces. Aunque no es menos cierto, que el film funciona muy bien como guía instructiva y cultural sobre los tesoros artísticos y obras maestras de Murillo, Velázquez, Zurbarán y Goya. Una visita guiada al Museo del Prado, que es introducida deliberadamente en mitad de la trama, para resaltar seguramente los tesoros culturales de la madre patria, que al menos sirve para dar a conocer nuestro patrimonio por si hay por ahí algún despistado que no lo conoce. Una película rancia y servil que desprende un insoportable tufo a naftalina.

Musical pinturero, o así, presentado en forma de melodrama insufrible. Los amantes de Teruel que se encuentran en Madrid y confirman su pasión en Sevilla.
La historia es cursi y ridícula, un amorío imposible e inasumible de un folletinesco e infantil que no se puede ni contar sin que se te ataquen, en mala hora y a mala sombra, la varicela o la rubeola y se te ponga la cara toda llena de granos.
Lo más valioso lo encontramos en las superficiales pero generosas reflexiones sobre la pintura y en su libertad narrativa; sueños, cantes, bailes, viajes, cuadros, pensiones, paseos, cartas... y otras alegrías arrejuntadas y apretujadas en un batiburrillo libérrimo y goloso.
Sirve como curiosidad arqueológica de cierto gusto y elegancia. Pero vista hoy se queda en poca cosa; una trama pueril interpretada por unos actores que declaman más que dialogan, que están horrorosos, especialmente los corderos degollados con sus miradas al tendido/infinito. A lo que hay que sumar un baño de patriotismo/patoterismo ("la gloria santa de la raza" y otras lindezas) religioso (con el tono de un meapilas en horas bajas que actúa de potente narcótico y está contraindicado si estás muy embarazado), exaltado y forzado, que es un poco bruto y a bocajarro.
Añeja, simpática, cargante y perdonable, pero no muy apreciable.