Las sillas musicales (2015)

Parte de una situación actual, una situación a la que se ve sometida la mediana edad en su conjunto salvo afortunadas excepciones. Soledad, conformismo, insatisfacción; la vida se resume para muchos en un conjunto de actividades más o menos alienantes que realizamos sin motivación ninguna hasta que algo se cruza en nuestras vidas cual clavo ardiendo y nos agarramos a él como si fuésemos inmunes al fuego y dicho clavo fuese nuestra única tabla de salvación; y debajo el vacío de siempre, como para no aferrarse con uñas y dientes.
Es el caso de Isabelle Carré, nuestra protagonista, tan necesitada de cariño como de la chispa de la vida; un hecho fortuito le hace salir de su rutina. Quiere vencer sus miedos, sus inseguridades, vivir otra vida o ser la protagonista de la suya, harta, ya, de ser mera figurante en esta comedia que es la vida misma; quiere querer, ya sea a un perro o a un hombre en coma, ser querida, lo normal, vamos.
Todo ello tocado con humor y con algún que otro puntito relativamente divertido. No pintaba mal la cosa, pues.
El problema no es ya lo previsible que resulta cada escena, ni siquiera lo inverosímil de cada diálogo y de cada situación, ni tampoco que la empatía con los actores sea completamente inexistente; a pesar de todo eso se medio va dejando ver. El problema es el desenlace. En mi modesta opinión roza el patetismo. Todo bicho viviente sabe como va a terminar el mini film pero hacerlo de forma tan absurda y precipitada teniendo en cuenta los 80 minutos de duración, escapa completamente de mi razonamiento.
Buenas intenciones pero flojita.

Hay películas a las que no hay que pedir demasiado, siempre que no sean una bazofia de entrada. En esta película se agradecen las interpretaciones de Carré y de Maura, el planteamiento inicial, algunas que otra cosa simpática, como el perro, o el detalle con el ratoncito (para los que nos gustan los animales); en fin, entretiene.
No es profunda, no es cómica, se queda a mitad de camino, es previsible, pero la imprevisibilidad y los finales magníficos son rara avis, en el cine y en la narrativa en general. La vida, de por sí, para la mayoría de la gente, es muy previsible.