- Sinopsis
- Un grupo de jóvenes estudiantes, deciden jugar a un juego del rol, llamado 'El príncipe de las Tinieblas'. Uno de los chicos trae un libro de magia negra, para invocar a los espíritus. Lo que no saben es que despertarán al mismísimo demonio. (FILMAFFINITY)
- Género
- Terror Thriller Brujería Sectas Sobrenatural
- Dirección
- Reparto
- Año / País:
- 2002 / Estados Unidos
- Título original:
- The Brotherhood 3: Young Demons
- Duración
- 82 min.
- Guion
- Música
Chusquedad máxima
23 de abril de 2011
Basura de pata negra, pero negra de lo podrida que está. Esta película se corona en el Top de la Mierda por méritos propios. Antes de nada, si alguno tiene intención de transgredir todo atisbo de sentido común e intenta visionarla, avisaros de que bajéis al super a compraros alcohol de alta graduación. Uno cree que ya lo ha visto todo. Que ya nada le puede sorprender en este mundillo. Que ya está todo inventado. Craso error. David DeCoteau es como el algodón, nunca te engaña. Su nombre es sinónimo de calidad. Pero aquí se supera así mismo.
A grandes rasgos la película se puede resumir en 80 minutos de paseos nocturnos a cámara lenta por un instituto. Mientras se juega a “un juego de rol”. No hay más. Quiere ser una especie de slasher, pero (casi) no hay sangre, no hay sorpresas, no hay gritos, ni siquiera hay un protagonista, sólo una exasperante sensación de que lo que estás viendo no puede ser real.
Todo esto inmerso en una frenética vorágine de balanceos de cámara, que parecen querer reproducir el vaivén de una embarcación en alta mar. Ahora inclino la cámara hacia la izquierda, ahora inclino la cámara hacia la derecha. Cámara lenta por aquí. Ahora hacia la izquierda, ahora hacia la derecha. Derecha, izquierda. Cámara lenta por allá. Arriba, abajo. Abajo, arriba. Inmersión total. Se huelen los porros del director desde el Home Cinema de tu salón.
Este bodrio es capaz de aburrir a un tigre con los cojones colgados por pinzas de tender.
A grandes rasgos la película se puede resumir en 80 minutos de paseos nocturnos a cámara lenta por un instituto. Mientras se juega a “un juego de rol”. No hay más. Quiere ser una especie de slasher, pero (casi) no hay sangre, no hay sorpresas, no hay gritos, ni siquiera hay un protagonista, sólo una exasperante sensación de que lo que estás viendo no puede ser real.
Todo esto inmerso en una frenética vorágine de balanceos de cámara, que parecen querer reproducir el vaivén de una embarcación en alta mar. Ahora inclino la cámara hacia la izquierda, ahora inclino la cámara hacia la derecha. Cámara lenta por aquí. Ahora hacia la izquierda, ahora hacia la derecha. Derecha, izquierda. Cámara lenta por allá. Arriba, abajo. Abajo, arriba. Inmersión total. Se huelen los porros del director desde el Home Cinema de tu salón.
Este bodrio es capaz de aburrir a un tigre con los cojones colgados por pinzas de tender.
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