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The Maids (1975)

Sinopsis
Solange (Glenda Jackson) y Claire (Susannah York) son dos hermanas que trabajan como sirvientes para una estricta señora (Merchant Vivian). Cuando la señora y el señor (Marcos Burns) salen de la casa, las dos mujeres se alternan a modo de juego como amo y sirviente saliendo así de sus frustraciones. (FILMAFFINITY)
Género
Drama
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
The Maids
Duración
95 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
6
El cuento de las criadas
El juego frívolo –pues siempre está escrito desde arriba– de las criadas jugando a ser las señoras de la casa lo hemos visto en contadas ocasiones. Mi favorita puede que sea "Los fieles sirvientes" de Betriú. Lo de arriba y abajo es también un cliché común. "Ahí abajo, en la cocina, sois las soberanas", dice una genial Vivien Merchant, aún habitando un piso de un solo suelo. Lo cierto es que "The Maids", producción del American Film Theatre, no es más que eso, teatro filmado. Esto es, sencillamente, una aclaración. El director no pretende más que filmar la obra de Jean Genet, y sólo resbala cuando pretende salirse del texto con alguna burda estrategia de montaje.

Hablemos pues del texto, la puesta en escena y, por supuesto, las actrices. La obra es un regalo para cualquier actriz, cambio de registros, monólogos superlativos, acciones perversas que navegan entre la erótica del poder, la admiración al amo castrante y el profundo odio de clase. Sin embargo, mi parte favorita es esa en la que cada cual adquiere su rol real, cuando las señoras son señoras y las criadas son criminales. Ese momento en el que la obra deja de ser un ensayo superfluo de la sociedad de clases para convertirse casi en una comedia negra. No me interesa en absoluto esa reflexión final –repito que interpretada de forma soberbia por Glenda Jackson–, de la que sólo rescato alguna imagen sugerente. Una del texto, la criada por fin revelada de sus auténticos instintos, descalza por un balcón de la plaza Vendôme. Y otra ideada por Miles, el director, también en ese monólogo final, donde Susannah York resucita reflejada en el espejo rococó del tocador. Las actuaciones son tan potentes que la película te absorbe por completo, uno queda fascinado ante ese despliegue de violencia dialéctica. El único problema es que el poso del té es más fuerte que el del texto en sí.
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