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Il trovatore (TV) (1978)

Escena
9
Una ópera soñada
Traumnovelle de Arthur Schnitzler y su adaptación a la pantalla "Eyes wide shut" es el mejor paralelismo que encuentro para definir esta versión vienesa de Il Trovatore verdiano. No por que se parezcan en nada, sino por la capacidad que tiene esta soberbia producción de 1.978 de convertir un folletín intragable con unos giros argumentales inefables y que cumplirían con la fórmula "tragedia + tiempo = comedia", en un espectáculo fantasmal, una especie de thriller psicológico negro, un relato soñado, una pesadilla entre absurda y fascinante.

Las únicas críticas que he leído a esta producción son cierto estatismo en la puesta en escena y la pobreza en los decorados, porque el vestuario es correcto, del 78, pero muy correcto. También a la realización televisiva. Estoy en total desacuerdo salvo que, como es obvio, estas producciones adolecieran del evidente cartón piedra de la época, la dirección de escena algo estática que supervisó el propio Karajan y la pobreza de los decorados unidos a un iluminación prodigiosa, hace que se cree esa sensación de relato soñado durante toda la representación muy favorecida por una realización que tiende a primeros y medios planos.

Es un acierto absoluto porque de otra manera nunca hubiera entrado en la obra. En palabras del maestro del materialismo marxista Gustavo Bueno: "La importancia de la ópera, para las capas de las burguesías urbanas ascendentes, se funda en los mismos mecanismos en los que se apoya la importancia del fútbol para las capas de trabajadores urbanos.....Los argumentos de la ópera ofrecen en general situaciones estrambóticas e irreales pero tales no obligan a nadie a tomar posición práctica en los entreactos (como obligaría una obra de teatro "de tesis")....los asistentes a las temporadas de ópera de Sevilla, de Bilbao...se sienten en comunión con todos los demás asistentes <<distinguidos>> del mundo, de Nueva York, de Londres... En comunión además, con unos valores que han sido declarados ad hoc en la cumbre de la espiritualidad, <<supremos>>, a pesar de su inanidad intrínseca". ("El mito de la cultura").

Esta versión de esta ópera en concreto evita todo esto o, por lo menos, lo reduce al mínimo porque produce un efecto onírico muy vienés que salva lo indefendible de la obra. La irrealidad a la que se refiere Bueno como sinónimo de incredulidad, se salva con una realidad soñada y de la que el espectador sí toma parte aunque no sea como "en una obra de tesis". Además el bueno- malo de Bueno también era conocido por ser un sabio provocador que no dejaba títere con cabeza y con un aire ciertamente siniestro ( su más que estimable parecido a Werner Krauss, al mismísimo doctor Caligari, así lo atestigua) aunque todo ese show era triste o alegremente necesario para hacerse oír. De hecho, se contradecía cuando afirmaba que no había nada artísticamente más sublime que escuchar una cantata de Bach en una hermosa iglesia. Todo un sabio.

A ese estado de duermevela ayuda sobre todo y además de lo dicho, el excelente reparto casi insuperable de los cantantes y una orquesta y un director en estado de gracia que crea un prototipo de héroe romántico pero verdiano, no wagneriano, pero todo ello entre brumas y moviéndonos siempre en el proceloso terreno de la irrealidad del mito romántico , que es su inconfundible gran acierto.

José van Dam el gran bajista que nunca, o casi nunca (por si de casualidad leyera esto algún purista) falla y el mejor Cappuccilli nunca visto acompañan a una absolutamente perfecta Kabaivanska; a la gran triunfadora de la noche, una insuperable Fiorenza Cossotto y a uno de los dos o tres o pongamos cuatro mejores tenores de la historia, Plácido Domingo, con permiso del Me Too, que serían los dos primeros. Su papel exige un do sobreagudo al que él no llegaba, decía que llegaba al natural en fonografía y al sí natural en escena, pero no se echa de menos porque su interpretación, como casi siempre, es maravillosa. A lo mejor llegó a ese do sobreagudo en los camerinos cuando perseguía a alguna corista a la voz de: " Mira que te foooolllloooo" y con la minga Dominga en la mano, dirían las lenguas viperinas "mituneadas", pero con el mitú, el mitó, el mitá o la mitad de la mitad de la mitad de Minga Dominga, lo mismo conseguís un cantante medio decente.

El público vienés, que como todos sabemos de música no tiene ni puta idea, absolutamente entregado a, primero su director, al que casi agreden con un ramo de rosas, a la Cossotto, después, que monta un pequeño numerito de diva agradecidaaa y emocionadaaa, a lo Lina Morgan, y se rinde a un tímido Plácido Domingo, luego, y a los demás, después.

Por si fuera poco Il Trovatore es la menos popular de la trilogía verdiana y tampoco es Falstaff u Otelo, es decir, no es de las consideradas más grandes de Verdi, pero a mí sí que me lo pareció tras disfrutar de esta insuperable versión, por lo menos en formato dvd. De referencia para todo verdiano o para cualquiera sea aficionado o no a la ópera.
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6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
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