La leyenda de Vandorf (1964)

No comparto la idea que se comenta la cual apunta que La Gorgona ha envejecido mal. Las películas de la Hammer son únicas por su estética y por lo tanto difícilmente comparables a otros filmes de terror (o no) de la época. Es cierto que no todo lo que se realizó bajo el signo de la productora es digno de mención, pero el caso del film que nos trae, de argumento solvente y realización impecable, es otro, del de los clásicos del cine de terror. De fotografía sugerente e interpretación rozando lo histriónico, La Gorgona, dirigida por el imprescindible Fisher, es una de las obras claves de su filmografía y de la historia de la productora, que abandona en esta ocasión el recurrente cine de vampiros para entrar en el terreno de la mitología. Un film más que recomendable para los amantes del género, cargado de buenos momentos.

Ambientada a principios del siglo XX en la imaginaria localidad de Vandorf, situada en un innominado país centroeuropeo, esta película de Fisher trasciende las características propias de un género, el fantaterror, que era la especialidad de la casa Hammer y del propio realizador.

Otros usuarios han señalado ya que un gran acierto de la película es la mezcla que realiza entre el mito griego de las gorgonas y la ambientación romántica y gótica propia de cierta literatura anglosajona decimonónica. Estando de acuerdo con ello, debo decir que tal mezcla, bastante original en el género, no es en realidad demasiado arriesgada, es más, constituye una apuesta de éxito asegurado. Ello se debe a que en el fondo, las historias de seres fantásticos o terroríficos imaginadas por los escritores románticos y posrománticos del siglo XIX (Frankenstein, Drácula y demás congéneres), son herederas más o menos directas de las que muchos siglos antes imaginaran los autores grecolatinos, circunstancia que también es extensible a las narraciones de aventuras, que deben a Homero y Cía. las tres cuartas partes de sus virtudes, así como las de superhéroes no son sino notas a pie de página de Hesíodo, por citar alguno.

En consecuencia, el guión destaca por haber captado y desarrollado esos vasos comunicantes antes referidos, de modo que la concepción de la historia se convierte en lo más importante, quedando muy por encima del desarrollo de los diálogos, por lo demás bastante correctos. Pero es que la película brilla especialmente por su acertada ejecución formal, caracterizada por una narración fluida e inteligente, en la que cabe señalar la excelente puesta en escena, muy bien complementada por la magnífica fotografía de Michael Reed, que hace gala de un cromatismo muy acertado, con unos fantásticos y sugerentes tonos azulados. Añadamos a todo ello las oportunas composiciones musicales, que en ocasiones se convierten en motor dramático (véase y escúchese la secuencia en que el Profesor Heitz "es atraído" hacia el castillo), y la portentosa dirección artística de Bernard Robinson, que recrea a la perfección el encantador ambiente gótico y decadente que requería la película. Fisher demuestra su saber hacer escondiéndonos durante el mayor tiempo posible a la Gorgona, habitualmente apenas entrevista, recurso clásico donde los haya pero muy frecuentemente ignorado, dada la desmemoria cinematográfica reinante. De las interpretaciones poco que decir, tal vez es cierto que Pasco resulta algo soso, especialmente en comparación con una acertada Barbara Shelley, por no hablar de Cushing y Lee, siempre eficientes en estos papeles, dada su experiencia; en este caso es el papel del primero el más atractivo.

Pero lo que en mi opinión eleva al filme por encima de sus congéneres, muchos de ellos muy correctos y atractivos, es su condición de historia de amor desesperadamente romántica. Así, el personaje clave, el que a mi me resulta más interesante, no es en modo alguno la Gorgona, sino el Doctor Namaroff; en efecto, muy pronto los espectadores sabemos que él sabe, y sólo algo después comprendemos su intrigante comportamiento, únicamente explicable por obra y gracia del amor, en este caso un amor imposible, como tal vez lo sean todos los verdaderamente románticos.