La muchacha de Salem (1937)

Frank Lloyd es fundamentalmente conocido por el clásico “Mutiny on the Bounty” (Rebelión a bordo, 1935) -con la presencia estelar de Clark Gable y Charles Laughton-, mientras que el resto de su filmografía pasa un poco desapercibida, asociado generalmente su nombre, con un cierto desprecio y enorme miopía, a ese grupo heterogéneo y variable de los llamados directores sin estilo y, en su caso particular, identificándole con superficiales productos de “qualité” y producciones un poco vacuas, eludiendo el hecho de que el maestro Lloyd fue uno de los grandes pioneros del cine de Hollywood. En fin, prejuicios de la aburridísima crítica cinematográfica de los años 60 y 70. Esta irreflexiva sentencia merece ser un poco renovada si revisamos atentamente películas como “Cavalcade” (1933), con la que obtuvo un Oscar a la mejor dirección, o esta interesantísima producción sobre los terribles juicios llevados a cabo en la ciudad norteamericana de Salem en 1692 en el que una especie de histeria colectiva llevó a múltiples acusaciones de brujería y una veintena de ejecuciones. Con la presencia estelar de Claudette Colbert y Fred MacMurray –que tantas comedias compartieron juntos-, Lloyd monta en unos ajustados 85 minutos un sencillo relato sobre el fanatismo y la idiotez religiosa, bellamente fotografiado, con evocadores escenarios y una acabada producción para disfrute y gozo del avispado espectador. No es un clásico pero si una digna, recomendable y gratificante película y si cuenta con mi idolatrada Mrs. Colbert difícilmente podría decepcionarnos.

La película comienza de modo dubitativo, a modo de historia cotidiana, intimista, costumbrista y rural ofreciendo pinceladas de humor intrascendente pero también sembrando los parámetros sociales en las que se asentará el desarrollo posterior de la historia.
Desde el punto de vista estrictamente cinematográfico, la producción resulta correcta y presenta una buena factura teniendo en cuenta que se estrenó en 1937.
Sabe captar la atención del espectador y mantiene su interés durante toda la proyección a lo largo de la cual utiliza con frecuencia la técnica del documental para proporcionar verosimilitud a unos hechos muy repetidos tanto en la literatura como en el cine a lo largo de los tiempos.