Una señorita rebelde (1974)

Pocas obras tienen tanto de Henry James, como “Daisy Miller” (1878), la cual pareciera ser un fidedigno recuerdo de juventud, cuando su padre, heredero de parte de la gran fortuna de su abuelo, decidió que sus hijos debían educarse entre EEUU y Europa, viaje del que no podía prescindir ninguna persona que quisiera sentirse realmente formada, pues significaba pasar del mundo de las enciclopedias (al que se resignaba la mayoría) al conocimiento directo. Por esta razón, James pasó de vivir en New York (EEUU) -donde había nacido en 1843-, a París, Roma y Londres donde terminaría por nacionalizarse.

Formado con los rigores de la Era victoriana, Henry James tampoco tenía muy definida su sexualidad, y según su biógrafo Leon Edel, padecía una sexofobia que, como a casi toda la colonia norteamericana en Europa, lo llevaba a extremar los cuidados que debían tenerse con la particular discreción y cultura de los habitantes del viejo mundo. Por eso, en ese encuentro de Frederick F. Winterbourne (su alter ego) con la coqueta, locuaz, espontánea, y sin duda inocente, Daisy Miller, primero en Vevey, Suiza y luego en Roma, está colmado de personales y profundas confusiones, que lo llevan a aplaudir la independencia cultural de la muchacha –por lo cual se enamora profundamente-, pero perdido en mucho “el tono americano” de su propia personalidad, no logra desapegarse del pundonor y las tradiciones que se manejan entonces en Roma, y por eso la fuerte influencia que la endurecida mistress Walker ejerce sobre él.

En su quinta película como director, Peter Bogdanovich se ha propuesto una muy fiel recreación del cuento de Henry James, conservando situaciones y diálogos con el mayor rigor posible, y aunque a muchos ahora podrán resultarle tontas y ridículas las costumbres y la moralidad que aquí se refieren, la película -como la obra- dan cuenta de lo que tuvieron que padecer varias generaciones de tatarabuelos entre la gran cultura europea… ¡y después dicen que todo tiempo pasado fue mejor!

Cybil Shepherd -actriz descubierta por Bogdanovich en las pasarelas, a quien hizo debutar en su película “The last picture show”- no solo se ajusta bastante a la descripción física que da el escritor de su personaje (rubia… su cara encantadora… ojos increíblemente hermosos, honestos e inocentes…) sino que logra una caracterización llena de vitalidad y de coquetería que resulta bastante halagadora, ¡incluso con su –nada extraño- cotorreo!

“DAISY MILLER”, da perfecta cuenta de que los convencionalismos sociales en ocasiones también matan, pues lo que muchos llaman locura o degradación, y por lo cual son capaces de maltratar sin misericordia alguna, en muchos casos, no es más que la capacidad de ciertas personas de ver y asumir por anticipado otra realidad… que pronto ha de avenirse y acogerse inevitablemente.

Después de rodar sucesivamente una serie de extraordinarias películas, que le colocaron a la cabeza de los más prometedores directores de los 70 – “The last picture show” (1971) “What's Up Doc? (1972) y “Papermoon” (1973)-, la estrella de Peter Bogdanovich fue decayendo profundamente, tanto en lo artístico como en lo personal. Esta pelicula marca, de hecho, el inicio de esa decadencia al adaptar con desgana la novela de Henry James, uno de tantos relatos finiseculares que confronta el rígido mundo de convenciones europeas con la actitud abierta y plebeya de las elites norteamericanas.

Daisy Miller es una joven vulgar y libre que vive su vida como quiere lo que le hace chocar con la incomprensión del estrecho mundo aristocrático británico. La película, que cuenta con agradables localizaciones, especialmente en Roma, viene sin embargo, totalmente lastrada por la agotadora, cansina e irritante interpretación de Cybil Seppard, a cuyo naufragio Bogdanovich colabora con ilusión, imprimiendo un desarrollo dramático abrupto y discontinuo bastante molesto, entre aires de una comedia que no hace gracia y un drama que no conmueve conformando, para nuestro asombro y estupor, un mediocre y aburridísimo trabajo, inesperado en un director de las dotes de Bogdanovich. Sólo muchos años después, con la desternillante “Noises off!” (1992, Qué ruina de función) nos haría recordar qué grande y fructífera carrera podría haber tenido.