Harpya (C) (1979)

Raoul Servais es un cabrón y lo sabe. La mitad de sus trabajos son sátiras bestias de situaciones cotidianas del día a día, de estereotipos, de grupos sociales. Está contento con su condición de provocador y a mi juicio con esta "Harpya" es donde mejor ha atinado en la crítica, esgrimiendo un documento que es tan arrebator a nivel visual como cruel y alocado en su contenido.

"Harpya" toma su nombre de una leyenda, de una criatura mitológica mitad mujer, mitad pájaro. Pero su trabajo va más sobre la realidad, presentando una crítica feroz que roza la misoginia, el machismo, un "zas entoda la boca" a la figura de la mujer y la forma en la que esta se aprovecha del hombre, para luego dejarlo tirado y hecho una mierda, pasando a su siguiente víctima. Supongo que a Servais le habría dejado su novia, porque sino no se explica tanta mala hostia concentrada en apenas unos minutos. El adjetivo "arpía" se ha utilizado innumerables veces en referencia a la figura femenina y aquí llega a su máximo nivel: un hombre, por la noche, se encuentra a otro ahogando a una mujer en una fuente. Asombrado, corre a socorrer a la dama, que resulta ser -literalmente- una arpía.

Lo que sucede a continuación es una putada tras otra. El bicho resulta ser terriblemente posesivo, macabro, le quita la comida y tortura al hombre continuamente. Cuando éste intenta escapar, se da el fin del ciclo y vuelve a iniciarse. Cruel, cargado de vioolencia y con una ambientación malsana, un estilo de animación soberbio y un guión que, realmente, debe haber sido forjado desde el profundo resentimiento. Alguna ruptura o un desengaño amoroso. "Harpya" molestará a las mujeres por la imagen que se da de ellas y sorprenderá a los varones por la mala leche que encierra, pues va directamente hacia los extremos. Yo aplaudo su valentía, su libertad, su mala leche y su fantástico estilo. Servais no me apasiona en general, pero aquí no hay duda: si quiere, puede.

Original propuesta tanto desde el punto de vista conceptual como formal, mediante el que R. Servais pone de relieve sus inquietudes personales y artísticas en el ámbito de una vanguardia cinematográfica ávida de seguir explorando los límites del surrealismo y adentrarse en experiencias de simbolismo ecléctico.
Muy celebrado en su momento, el cortometraje no contiene elementos innecesarios o que distorsionen su línea conductora de manera que se sigue con atención, resulta asequible, sugerente, inquietante por momentos y vívido pero también controvertido.
El director belga sabía que la naturaleza de la harpía requería un tratamiento conciso.