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Cemetery of Splendour (2015)

Cemetery of Splendour
122 min.
6,4
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Sinopsis
Una solitaria ama de casa de mediana edad atiende a un soldado con la enfermedad del sueño, cayendo en alucinaciones que desencadenan en sueños extraños, fantasmas y romances. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Fantástico Surrealismo Medicina
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Tailandia Tailandia
Título original:
Rak ti Khon Kaen (Cemetery of Splendour)
Duración
122 min.
Guion
Fotografía
Compañías
Coproducción Tailandia-Francia-Alemania-Malasia;
Links
Premios
2015: Festival de Cannes: Selección oficial (Un Certain Regard)
2015: Festival de Sitges: Sección oficial largometrajes
7
La bella durmiente
Hablar del genio tailandés Apichatpong Weerasethakul resulta complicado, pues es un director tan misterioso que hace que sus películas resulten herméticas. Sus mensajes cifrados y sus continuos planos metafóricos se han ganado la admiración de un público, que se ha vuelto fiel a todo lo que hace. Pero ese estilo tan peculiar, como el que pueden tener otros como Terrence Malick, ha hecho que le odien también. Una técnica basada en planos prácticamente fijos – como las últimas películas del recién fallecido Manoel de Oliveira – y sin un argumento férreo, el cual va navegando entre el surrealismo y el documental para hablar en su mayor parte sobre la historia pasada de Tailandia, la religión y la política.

Cemetery of Splendour ha causado polémica hasta antes de ser proyectada. Ya en mayo sorprendió a la mayor parte de los críticos al ser elegida como parte de la sección “Un certain Regard” del Festival de Cannes, cosa que no se entendía cuando era la primera película del tailandés tras haber salido victorioso del certamen francés cinco años atrás con El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas. Una decisión que le restó protagonismo al film, que hubiera podido lograr algún premio perfectamente.

La película comienza con un grupo de soldados haciendo una excavación un tanto misteriosa para momentos después presentarnos a la protagonista, una ama de casa que va a empezar a trabajar en un hospital improvisado y construido sobre una vieja escuela. Allí, unos militares descansan en una cama debido a una extraña y misteriosa enfermedad que los induce al sueño. ¿Qué les ha ocurrido? No lo sabemos. Los médicos han instalado unas máquinas para que no tengan pesadillas y, en su lugar, sueñen cosas tranquilas. La protagonista conocerá allí a una médium que hace de intermediaria entre el paciente y los familiares.

Cemetery of Splendour bebe de las dos películas más importantes de Weerasethakul. Primero porque el tailandés vuelve a situar su historia en un hospital, como ya hizo con Síndromes y un siglo, un drama romántico basado en la historia de amor real que tuvieron sus padres, y segundo porque, al igual que “Tío Boonmee”, la fantasía se entremezcla con la realidad para contar la historia, pero a diferencia de su anterior trabajo, aquí lo onírico está todavía más impregnado, convirtiendo el film en un realismo mágico que hace imposible casi separar las dos partes. Pero eso no supone ningún problema, puesto que el director pretende hacer una radiografía intimista de la sociedad tailandesa y, como bien es sabido, la mayor parte de la población es budista, por lo que supone una visión inteligente con el fin de mostrar esas preguntas que se hacen todos acerca del cielo, la reencarnación y demás.

Con los continuos planos estáticos con los personajes merodeando por el cuadro mientras hablan acerca de sus vidas o acontecimientos personales, Apichatpong no se cansa una y otra vez de utilizar una técnica que parece que ya está más que pulida. La vaga línea narrativa que sus películas siguen ha sido una de las grandes críticas de sus detractores; sin embargo, la realidad es que el alejamiento de las formas convencionales de contar una historia no hace otra cosa que elevar a la película a la categoría de universal para plasmar las cuestiones presentes como algo general que ocurre en su país en su totalidad y desde hace mucho tiempo.

Le da igual utilizar diálogos intrascendentes – de hecho la mayoría podríamos catalogarlos de poco importantes o son tan codificados que no los entendemos -, pues lanza sus ideas a través de las imágenes. ¿ Quién no se acuerda del potente plano de un extractor de humo en Síndromes y un siglo? Y es que tanto los personajes y la acción al final no tienen relevancia porque lo importante radica en el entorno, aunque no sea mostrado directamente. Así, el terreno donde se encuentra el hospital improvisado, siglos atrás era un palacio habitado por los reyes de la antigüedad que libraron batallas para defender al pueblo de la ciudad de Khon Kaen. Todo lo contrario a la crítica ingeniosa que lanza el director a la dictadura presente en su país y que es personificada en los soldados durmientes. “Dormía mucho para escapar de la realidad, y escribía mis sueños. Esta película está vinculada a la necesidad de despertar” dijo Apichatpong en una entrevista. Por ello, Cemetery of Splendour también acepta una línea política, la cual le ha acompañado desde siempre, pero es aquí donde quizá podemos apreciarla mejor por la aparición del ejército. Como esa secuencia en el que se ve al soldado principal durmiendo con la máquina puesta y acto después se nos muestran planos de gente durmiendo en la calle y en una parada de autobús. O también cuando la acción tiene lugar en un bosque “mágico”, de cuyos árboles cuelgan carteles que podríamos decir revolucionarios (“El tiempo que se pasa sin hacer nada es un tiempo sin final“).

------------- Continúa en "spoiler" sin Spoilers -----------------------------
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18 de 23 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
Deseando amar... todavía
Quizá la mejor forma de abordar una crítica acerca de la última obra del tailandés Apichatpong Weerasethakul (sí, he tenido que consultarlo) sea el silencio. Un rotundo y colorido silencio. Ya desde los títulos de crédito, Cemetery of splendour se presta a la interpretación. Y es que uno lee aquello de producido por Kick the machine y Illumination Films (Past lives) y encuentra la excusa perfecta para echar a volar la imaginación y comenzar a ver alegorías en cada ráfaga de aire o en cualquier hierbajo que se cruce por pantalla. Bromas aparte, si algo ha demostrado el director en su corta pero fecunda trayectoria es que posee un lenguaje propio, un estilo, que es la seña de identidad de todo aquel que aspire a merecer el título de artista. En su caso, dicho estilo podría resumirse en su interés casi inhumano por desnudar su material, limarlo de asperezas, desnudarlo de ungüentos, ropajes y añadidos que no sean absolutamente necesarios para su propósito primero, acaso revelado en algún sueño del que solo cabe dibujar contornos, proyectar siluetas, atrapar el eco, los olores, la “temperatura de la luz”, que uno de los personajes dice ser capaz de percibir. Llegados a este punto, nos parece vislumbrar al director, su figura arrodillada, quizá su sombra, bajo un manto de estrellas en una noche clara, riendo.

Si tuviéramos que decantar el néctar sustancioso de una obra como esta, debiéramos remitirnos a lo primitivo, a un momento (lugar y época) distinto a este presente que vivimos, o malvivimos, como podría sugerir el director en un intento por culpabilizar, de nuevo en su filmografía, la occidentalización de todos los valores y la desmemoria galopante que nos aqueja. O el sueño y el insomnio perpetuos, extremos no tan opuestos de una concepción de la existencia cuyas raíces van necesitando cierta poda. Hay que recrearse en lo esencial; desviar la mirada, por una vez, a lo pequeño, a lo simbólico, no vaya a ser que nos perdamos el vagar del minutero y la caída armoniosa, cadenciosa, hoja a hoja, del calendario. ¿O acaso eran los árboles tan verdes de una escena donde dos mujeres conversan y bromean con paciencia? Con paciencia porque, en cierto modo, hemos perdido esa calma que no espera y que es contraria a la expectación hiperbólica, sobrealimentada del mal cine, sea el de la vida o el de la sala a oscuras donde se procede a “esculpir el tiempo”. Hablando de eso, el final de esta cinta me ha traído a la memoria una escena de Zerkalo (1975), donde el personaje de la madre aguarda, sentada a las puertas de la casa familiar, la venida del soldado a través del campo verde, y del viento, y de los ojos abiertos como platos; aunque diferentes en disposición, el tono se asemeja, su apuesta significativa por la contemplación, su defensa silenciosa de la maravilla. Algo muy alejado, desde luego, al fetichismo que reduce lo sagrado a predecir la lotería.

Puestos a enlazar más referencias, Cemetery of splendour evoca la labor de artesano fílmico llevada a cabo por el director surcoreano Hong Sang-soo, de cuyo cine podríamos decir que es un cine gaseoso en su búsqueda sutil de lo fundamental en el devenir confuso, a veces caricaturizado (véase el aporte escatológico y humorístico), de sus personajes, lo que nos recuerda que asistimos a la representación de unas vidas al azar. A su fluir, si se quiere, en la línea del Tao y del enigma, sin propósito evidente más allá de la empatía o la ternura. Ciertamente, resulta difícil no intimar, sin quererlo, con estas gentes deseando amar… todavía. Gentes que, entre causas naturales (antiguas inundaciones) y artificiales (la instalación de la fibra óptica), asisten al cambio como detonante y combustible de toda la larga secuencia de sucesos que conformarán sus vidas, si despiertos o dormidos quizá se trate de otra cuestión secundaria. Como secundaria será la presencia pretérita de esos palacios de ostentación por los que batallaban (y batallan, si atendemos a la creencia de que nada muere completamente) antiguos reyes y señores, poblando el bosque de sonidos y enseñanzas. De hecho, al ver a esos bellos soldados durmientes y sus periscopios de colores, uno se pregunta si entre sueño y sueño captarán algún matiz recóndito, fugaz, de la Verdad. La de las estatuas.

Por su parte, los que esperan, los “vivos”, hacen preguntas de baldosas y demás cuestiones de importancia, tan inmersos como muertos en asuntos de la teletienda o la quimera, asumiendo de manera algo inconsciente que la instalación de la fibra óptica supondrá la conexión total. Un acercamiento central al presente y al pragmatismo, pues, pero acaso insuficiente. Más allá del patriotismo aparente, se intuye la invasión cultural y proliferan las ofrendas cada día más estúpidas y mediatizadas, si bien el director no se permite navegar gratuitamente por el desencanto, sino que, con mayor o menor gracia o efectividad, nos hace partícipes del flujo incesante de energías que conviene no olvidar, así que entrena el cuerpo y la memoria mientras prestas atención completa, cotidiana. Creo que la obra del tailandés habla un poco de eso: de aquel animal del lago cuyo misterio jamás resolvimos; de buenos salvajes combatiendo el sueño y el letargo; del sabor milagroso de un trozo de fruta; de volver a ser niño que juega a la pelota por encima del derrumbe para así tener más cerca la querida sanación. Y es que, “los humanos disciplinados son los más brillantes.” Pues bien, lo viejo y lo nuevo se acarician y sonríen en esta defensa, tan calmada y reposada que anestesia, del entorno natural.

“Prefiero dormir aquí”, dice un personaje. Y yo lo entiendo.
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Crítica escrita para cinemaldito.com
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12 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
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