Welcome to ma maison (2021)

Galicia está de enhorabuena: no todo es cine industrial, canónico y de buena factura; también se hacen películas transgresoras. En España, el número de directoras y directores con mayor tendencia a innovar es cada vez más abultado. Su nivel cultural, el entendimiento del cine como expresión artística, la mayor receptividad que sus proyectos encuentran en las administraciones y el favor del público no son condiciones ajenas a este fenómeno cultural.

Welcome to ma maison es un excelente ejemplo de esta cadena de circunstancias. Una propuesta, valiente y arriesgada, en la que, en el aparente marco de lo documental, conviven diversos géneros cinematográficos. Un relato, inteligente y perspicaz, sobre los distintos aspectos y preocupaciones del oficio cinematográfico. Cine dentro del cine, que se aparta de la narración tradicional, de lo narrativo al uso y lo literario. Una historia sin historia (convencional), en la que, sin renunciar a la tensión y al conflicto, se concede especial atención al viaje como tránsito experiencial. La actitud de un actor -extraordinario, versátil, camaleónico... Igor Fernández- ante la triple dimensión actor-persona-personaje, sus debates internos, éticos, existenciales, su angustia vital... interactúan con la preocupación del director (del propio filme) por que el resultado de su trabajo no se salga fuera de su control, al tiempo que la sección de producción (de la que forma parte el propio director) muestra su inquietud ante la posibilidad de que el proyecto no llegue a buen término. Pero, más allá de todo esto, tal vez lo más apasionante de este filme singular -un relato que se mira en el espejo de su propia narración-, donde todo resulta descarnadamente verdadero, es entrar en el juego estimulante de deducir entre este sugerente trenzado de imágenes de diferente naturaleza, dónde está la ficción y dónde el documento; la dificultad para averiguar qué hay en sus bien planificadas imágenes, elocuentes y poderosas, de calculado y qué nace y es descubierto en el proceso de construcción de las mismas.

En este su segundo largometraje, Andrés Goteira, demuestra que el primero (Dhogs, 2017) no fue un acierto casual, que posee una sólida formación y tiene ante sí una prometedora andadura como inventor de relatos cinematográficos. Qué la salud y la suerte le sean propicias.

Experimento fallido que se escuda en el actor para justificar su propio sinsentido narrativo y la poca brillantez detrás de sus ideas. Mención especial para este actor novel, víctima de la pretensión de un director perdido y falto de ética.

Grave error beneficiar de una subvención a alguien que malinterpreta por completo el significado de "la no dirección es también dirección". Las dos secuencias en las que Igor se abre por completo y expone sus temores más vitales ante la cámara son devastadoras. Es una lástima que el director haya sido capaz de jugar con la vulnerabilidad emocional de sus protagonista para adornar el desastre de su premisa inicial.

Vergonzosa la secuencia de la conferencia en la que el director y un oyente le recriminan a Igor su decisión de no dejar grabar a sus padres. Un poco de responsabilidad señor Goteira. Detrás de la no dirección también hay un discurso, y a veces hace falta tenerlo claro antes de ir a rodar. De lo contrario terminas refiriéndote a tu propia película de la siguiente manera:

"Mi película es un documental no documental, falso documental no falso documental. No sé lo que es. No lo entiendo."

A seguir subvencionando estas maravillas.