Paraíso robado (1951)

La creación de un clima intimista que trasciende la pantalla puede parecer cursi cuando está hecho de ensoñaciones, de imágenes evocadoras y explicado con pocas palabras.
Pero es un riesgo que a veces conviene correr.

Película narrada con voz suave y paciencia artesanal en la que el tiempo adopta forma espiral.
La psicología del recuerdo, la canción del olvido, las miradas que hablan, el hieratismo en la pose y los versos pretéritos componen un universo etéreo para que la penetrante personalidad de A. de Córdova puede ejercer su función como maestro de ceremonias.

Ya sea por la fotografía, la historia, el paisaje, los personajes, el paso de un tren... ciertas películas de la Época de oro del cine mexicano me fascinan; con más razón si suelen ser joyas no tan conocidas. Pareciera que en Paraíso robado nos movemos en un esquema ya conocido, la trivialidad y el romance de siempre. La característica bruma nos muestra al enamorado atormentado que mira con resignación la imposibilidad del amor. La historia camina ineluctablemente hacia el sitio que suelen ir los dramas. Pero llega el detalle, ya antes advertido, y con ello el encanto del buen cine. El misterio, ese elemento que convierte lo rutinario en interesante. Unos versos de Villaurrutia en la voz de Arturo de Córdova complementan el conjunto. Y el cuento oscuro de aclara un poco. Y aunque el final parezca el mismo, el trayecto cada quien lo traza a su antojo.