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Kinski Paganini (1989)

Kinski Paganini
81 min.
4,9
153
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Sinopsis
Kinski pensaba que había tenido experiencias similares en su vida a las que tuvo Niccolo Paganini 'El Diablo del Violín', quien hizo caer a la Europa del siglo XIX en un frenesí musical, y a través de cuya personalidad Kinski ofrece una profunda y sincera visión de su propia vida: una vida llena de extremos. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Biográfico Siglo XIX Música Erótico
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Italia Italia
Título original:
Kinski Paganini
Duración
81 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Italia-Francia;
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6
Hipertrofia de la naturaleza esencial
En el exquisito y singular libro "Paganini", del escritor argentino Ezequiel Martínez Estrada, leemos:

"La salud de Paganini abarcaba únicamente los órganos aplicados a la composición y a la ejecución de la música, y un largo, interminable ejercicio había fortificado ese sistema en detrimento de todo el material fisiológico accesorio".

Klaus Kinski simboliza extemporalmente la figura de ese hombre contrahecho, que provocaba éxtasis y odio, amor y lástima, furia y veneración. Dirigió esa película como un poseso que se entrega al ejercicio de su droga. Cuando estuve en Buenos Aires, hace poco, y compré el libro de Martínez Estrada y la película de Kinski, sospeché que esta no podría ser apreciada sin leer aquel previamente.

Y en verdad, así pareciera ser. Las actitudes grotescas del mago genovés, encarnadas de manera punzante por Kinski, se entienden mejor si repasamos algunas de las opiniones de contempóráneos de Paganini, recogidas por el argentino en su obra:

"Su cuerpo íntegro se adaptaba más estrechamente al violín que, trabajado tanto como sus músculos y nervios, viene a ser uno de sus órganos...Desarticulando sus miembros, hipertrofiando su cerebro; fijando las condiciones fisiológicas de toda su existencia, él persigue lo imposible, en técnica, hasta sus últimas consecuencias." (Reneé de Saussine; "Paganini, le magicien")

La película es el documento de un hipertrofiado acerca de un muerto-vivo que manifestó en su arte el divino horror de los límites de lo humano.
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24 de 26 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
La luz de una vela.
Kinski cumplió, dos años antes de morir, su sueño de realizar una película sobre (según él mismo) su alter ego Paganini. Una película que resulta una vorágine demencial de impulsos, un ser poseído delante y detrás de las cámaras, que se muestra a sí mismo pero con diferente identidad.

Rozando lo pornográfico, una maraña de imágenes sin nexo cronológico ni argumental aparente se suceden en compañía del incesante sonido de violín que impregna todo el metraje. Y es que el único diálogo que importa, el único discurso que destaca es el emitido por el propio violín que, incansable, recorre toda la vida de Paganini hasta el mismo final.

De entre el caos reinante, sobresalen tres escenas impresionantes. Una de ellas es la que sirve de introducción, de alguna manera, con un teatro a rebosar, con los palcos dorados brillando entre el tenebrismo reinante en toda la obra, con un Kinski que asoma o acaso se intuye entre las sombras. La otra, donde el maestro se detiene ante el niño que pide en la calle tocando el violín sin mucho éxito, colosal. Para terminar, el propio final, la agonía, el virtuosismo, la demencia, la psicosis; un demonio que llama a las puertas del infierno, siempre dentro del estilo tenebroso y barroco reinante. Todo está envuelto en un manto de oscuridad, solo sirve de guía la luz de una vela.
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6 de 6 usuarios han encontrado esta crítica útil
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