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¡Jo, papá! (1975)

¡Jo, papá!
97 min.
5,1
197
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Sinopsis
Enrique es un comerciante acomodado que vive en una ciudad de provincias del noroeste de España. Está casado con Alicia y tiene dos hijas: Pilar y Carmen. Con el paso del tiempo, su matrimonio se ha convertido en algo anodino y rutinario. (FILMAFFINITY)
Género
Comedia
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
¡Jo, papá!
Duración
97 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
7
El reloj parado
Jaime de Armiñán nos presenta a una Ana Belén como una joven con una personalidad muy definida traspasando esa puerta que empezaba a abrirse desechando falsas inhibiciones y costumbres ancladas. Si en un momento Ana Belén muestra parte de su cuerpo no parece aquí que sea de forma tan gratuita, es una forma de explicar que ya no se teme la desnudez propia tan normal cuando va a vestirse por la mañana o, menos normal, en la ducha estando el padre en el cuarto de baño; siendo como era la desnudez algo tan reservado incluso para uno mismo.

El caso es que a pesar de esa personalidad transparente, la muchacha no quiere amores de una noche pero tampoco está dispuesta a rechazarlos, como el padre quiere para preservar la dignidad de uno y de la familia. Y es que, como dice el joven pretendiente, a su padre se le paró el reloj. Se le paró el reloj en el tiempo que marcaba unas costumbre ancestrales basadas en una moral retrógrada derivada de una religión mal interpretada.

Es por tanto un viaje que arrastra el padre por los lugares donde luchó en la guerra como un repaso de sus principios, de su vida, contra un presente, el de la hija, que exige que no le cuente historias (partidistas; las anécdotas y los hechos contados imparcialmente siempre son bienvenidos); aunque también hay una historia de la madre aparte, una historia de una vida no vivida, que es la otra cara de la moneda, la de las personas que callan y no imponen, ni cuentan penas.

Y efectivamente, el reloj del padre se paró (siempre puede darlo cuerda otra vez). Lo lastimoso es comprobar cómo hoy, hoy mismo, hay todavía gente, incluso gente joven, y que se las da de estudiosos y progresistas (contrasentido total), que tengan el reloj parado en las mismas horas que el padre de la joven (y esos ya no le vuelven a dar cuerda). Vaya mierda de gente aún con las dos españas.
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6 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Mi general
Melómano, malicioso y sentimental. Constantes de Armiñán.
Un estudio sobre el tiempo. Sobre su empeñada e imposible negación. En tres partes o personajes.
El principal, Ferrandis, insufrible por su mezcla de infantilismo egoísta, perversión ridícula y castradora y patetismo anquilosado, no quiere salir de los tiempos heroicos de la guerra. Aquellos momentos en los que era joven y triunfador. Quiere encerrarse en esa cueva de la memoria y raptar a su hija para refugiarse allí con ella. Apenas observa a su verdadera compañera y casi ni existe la hermana más pequeña.
Mal padre, mal marido y mal hombre. Además de pelma, reprimido y absurdo.
Su amada, y casi amante, Belén, cargante y tedioso ser, a pesar de su indudable belleza, pelazo y bonitos rasgos en cuerpo blanco y pequeño, como tallada con esmero, porcelana frágil y resistente, alabastro, marfil, que se deja querer por papá y tiene miedo a volar. A sus hermosos, y tiernos, 23 años sigue en el nido coqueteando, jugueteando malévolamente, ella también, juego de dos, con el progenitor que la mima y cerca, tan felón. Es su centro de los desvelos, su imán y su medio/miedo/deseo.
La madre, Leal, es la menos mala aunque también tiene lo suyo. Así como el padre se quedó en la guerra y la nena como niña buena que teme al mundo y la carne, ella se agarra a su fugaz recuerdo amoroso que ha ido idealizando penosamente con el paso del tiempo. Símbolo y reflejo de su derrota y tedio. Víctima de un marido que no la hace caso ni quiere y de una hija que se la ha saltado en el escalafón o rango, la muy bellaca y traidora al esposo le ha robado.
Y hay otro tiempo mayor que engloba a los otros tres, los supera y da contexto. El tiempo histórico. La película está fechada en el 75 y Franco murió ese año. La película podría ser un intento de reflejar esa tensión que durante esos años se estaba produciendo entre lo viejo y lo nuevo. Habría que preguntarse por el calado del cambio. Si fue realmente profundo y verdadero o solo conveniencia y postureo. Aquí, ¡cómo no en el pacato cine español!, se ve expuesto con más claridad en el aspecto carnal, en el deseo de perder la ominosa virginidad, y con ella mudar la piel y mandar ese régimen opresivo y puritano a donde se guardan los trastos viejos y se difumina la maldad. Estos asuntos se concretan más explícitamente en la semana de pasión, en el jueves santo; la lucha entre la religión normativa y censora y el afán de la juventud por cambiar el paso o simplemente por adaptarse a los tiempos que en todo el mundo estaban, o habían estado, cambiando.
Quizás sus muchas ideas, reflexiones, sugerencias, insinuaciones y maldades estén desarrolladas pobremente, de forma afectada, relamida y algo repelente. Un tratamiento como de fábula tibia, casi de comedia levemente trágica o de tragedia contenida, sabiamente escéptica; no acaban de casar el costumbrismo ramplón y algunos, bastantes, diálogos y situaciones poco inspirados y bastante recurrentes.
Se nota cierto oportunismo, cierto aire común al cine de la época, como si creyeran que estaban siendo transgresores cuando en realidad no eran más que temerosa, tristemente convencionales y coyunturales.
Especialmente irrita, en ese sentido, el personaje de Flotats, demasiado bueno, paciente e inteligente parece querer ser a los ojos del director, no tanto a los del espectador, que más bien lo ve como un monigote pedante, melifluo y displicente que se mete en un avispero plúmbeo y poco excitante.
Las muchas escenas de los enamorados son cansinas y subrayadas, una especie de concesión a unas modas morales, sexuales e intelectuales que vistas hoy resultan artificiales, huecas e impostadas, tan inanes como las que trataban de sustituir. Con un mal añadido, que eran la antesala del aguachirri hipócrita y desolado que nos ha tocado vivir a los siguientes. Esa aparente permisividad y relajo que en el fondo no es más que miedo, control y desesperación. Dentro de lo malo, ellos mantenían guardada cierta inocencia repipi. Nosotros solo tenemos ruinas y espectáculo. Consumo y desidia. Cinismo y barbarie. Y sermones. Muchos sermones. En eso, como antes, hemos retrocedido a marchas forzadas.
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5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
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