Katla (Serie de TV) (2021)

No sabía lo que me iba a encontrar cuando inicié el primer capítulo. Acabo de terminarla y sigo sin saber exactamente qué he visto. Lo que sí sé es que el viaje ha merecido la pena.

La rigurosa austeridad de los paisajes, esas cenizas que lo cubren todo, las expresiones adustas y poco comunicativas de la mayor parte de los personajes y el misterio central que se va desenvolviendo de manera pausada pero inexorable me han conseguido atrapar de manera convincente sin que me haya sentido insultado por los retruécanos y golpes de efecto a los que este tipo de producciones suelen recurrir.

Se nota que hay una idea sólida desde el principio y un desarrollo de personajes meditado. Me daba un poco de miedo que trataran de sobre explicar lo inexplicable o que lo dejaran como un misterio sin respuesta típico de guionistas perezosos. No es el caso. Las tramas confluyen y aunque algunas explicaciones están sólo elegantemente sugeridas con una sonrisa ante un espejo o un cuerpo semienterrado (¿sabemos realmente quién es quien yace bajo la escoria del volcán?) el final es convincente.

La historia podría cerrarse perfectamente con esta primera temporada. Algunos personajes cambian ante nuestros ojos de la peor manera posible. Otros se redimen. Algunos mueren. En su conjunto el final es satisfactorio y se merece una segunda temporada.

¿Podemos compararla con Dark? Sí, sin duda es una prima nórdica y seca de la gran serie alemana (gran serie pero quizá excesivamente confusa). Aquella es algo más contundente y excesiva, rocambolesca incluso. Esta es una pequeña joya de silencios y miradas, de personas que nunca se han planteado quienes son pero que ahora no tienen más remedio que hacerlo, de niños y de monstruos.

Y la omnipresencia del volcán que ominosamente se cierne sobre todas sus vidas, cambiándolas de manera irreversible.

El gemelo malvado, el mito del Doppelganger...facturas no pagadas, cuentas pendientes. Katla no es nueva en su mensaje pero bien que se hace maña para construir una historia fresca, elegantemente currada. En un pueblito de Islandia se producen apariciones no deseadas de figuras que, en realidad, nunca se fueron.

Sorprende su manufactura: muy bien filmada, y viniendo de Netflix es toda una rareza. Katla es una serie de color gris pálido, con matices de armoniosa mesura. Hasta sus escenas más borde están desarrolladas con parsimonia, no se percibe un atisbo de nerviosismo en esas cámaras.

Estamos ante una serie que arranca lento (los tres primeros episodios se limitan a presentar a las apariciones, con casi nulo avance argumental). En el episodio cuarto va tomando envión y encuentra su tono, digamos que se encuentra a sí misma, en su segunda mitad: notoriamente superior a la primera. Desde lo metafórico hasta la explicación más sesuda y científica posible, Katla no busca ser gratuita en su desarrollo. El guión es de los mejores de Netflix (de hecho no encuentro cabos sueltos).

Ellos vuelven y vuelven, jamás desaparece lo que nunca se fue.