Una pandilla de pillos (1994)

Esta es una de esas películas de las que guardo un recuerdo tan bueno, que no quiero volver a verla, y no por que no me haya gustado; sino, todo lo contrario.
Quien no quiso ser un día el enamorado Alfalfa, o el rudo Spanki, o el multimillonario Waldo. Tener un madre como Whoopi Goldberg; hubiese dad mi paga semanal de toda la vida por pertenecer a "Club de machos antimujeres", y más por poder ser el amor de la pequeña Darla; y aún más por poder mover las orejitas y tener un pelo en punta que se mueva a su antojo.
En fin, el tiempo me ha hecho tener cierto criterio para elegir mis películas favoritas; y esta es una de ellas, no por despliegues gráficos, guión, actuaciones (es más Whoopi Goldberg nunca me ha gustado) o dirección; sino, porque cada vez que la veía me quedaba pasmado sin pestañear, soñando con ser uno más de la pandilla.

1000 veces encantadora. 1000 veces inspiradora.

Ya soñaba con verla, con reír y con aplaudir cada escena bien hecha hasta que tienes tantas ganas de saltearte la escena romántica entre Alfalfa y Darla.
Cuantos de los que son adultos se sienten identificados con hechos convertidos en viturilla, que por más salgan desastrosos, igual sales como el héroe airado del vecindario. Habrán tenido su sistema de juegos, habrán dejado volar la imaginación y dar la cara al grano de la injusticia con presentarse el primer fanfarrón que conoces, en este caso quitándote al amor de tu vida.
Pero, pese a una escena decantadora y triste tras la pelea entre Alfalfa y Panky, un amigo mantiene un arma que desfunda en un acto prolífico, suave y pacifista con solo reconciliarte para recuperar la amistad y darse una oportunidad más.

De lo mejor que puede hacérseles ver a un niño, adulto y anciano juntos y en medio de la corriente individualista severa que aglutina los medios hoy en día.
Los Pequeños Traviesos ofrece esa tierna mirada hacia el pasado, basándose en ese clásico mantra:
Éramos tan felices, que ni lo sabíamos.