Los zancos (1984)

El inicio de la película promete en unos cinco primeros minutos excepcionales sin diálogos y que recuerda a las primeras películas del cine sonoro. A partir de aquí nos encontramos con una película poco creíble en donde sobresale por encima de el resto Fernando Fernán Gomez, que junto a la breve aparición de Francisco Rabal hacen una película más interesante de lo que sería con otros actores peores a ellos.

Un idéntico acicate generacional al que detrás de la cámara propició a Fernán Gómez dos de sus peores películas como director -frente a Rocío Jurado y María Barranco- pero que teniendo delante a Laura del Sol (¡ah, ese enigma, el capricho indescifrable de la química en la pantalla!) se obra un milagro. Aunque el hecho de que aquí ni las situaciones ni los diálogos se acerquen a los límites del sonrojo también contribuye a la obtención de los galones cualitativos en un romance otoñal tan desentendido de sentimentalismos -con un libreto coescrito por Fernando Fernán Gómez y Carlos Saura- como tocado por una progresiva desnaturalización del amor que crea ofuscamientos enfermizos.
Si persiste algún ramalazo suelto (que no molesto) de pompa y ligero azucaramiento aportado cada vez que Fernán Gómez tira de solemnidad para aleccionar sobre las propiedades curativas y peligros del amor -en ocasiones de forma encubierta, parapetado al ensayar una representación de teatro medieval-, lo contrarrestan tres oximorones: la inocencia de su partenaire femenina, el sabio (y entrañable) cinismo gañán de un Paco Rabal que se manifiesta tan solo cuando le toca y le corresponde (¿pero te has acostado con ella? ¿y qué tal, bien?? ¿está casada? ¿le gustan las cabras? ¿es una niña? ¿es lesbiana??) o el refrescante contrapunto desbordado de histrionismo (como de costumbre) y pasión juvenil de Antonio Banderas.
Por esa compañia teatral con cómicos zancudos y nombre homónimo al de la película también se dejan ver el pelo Adriana Ozores, Guillermo Montesinos y Enrique Simón (los más reconocibles): un anecdótico episodio cooperativo del grupo teatral y Gómez me ha devuelto a la memoria, en un fugaz arresto del segundo, la vocación juglar que manifestó en múltiples incursiones como narrador histrión y, por descontado, en su adaptación cinematográfica de 'La venganza de Don Mendo'.
De propina la banda metalera Santa se deja caer, o se sube a los zancos (figuradamente), aportando decibelios a un ameno impass en el parque con equilibrismos y malabares mientras Azucena Martín y Cía van a lo suyo tocando "Sin compasión" in situ.
En un triángulo de narrador y amantes polichinelas
formado por Saura, Fernán Gómez y del Sol el teatro funciona como lo que debe ser, una herramienta de acercamiento y un códice transmisor de sensibilidad, de la ilusión recuperada (y desbancada por insanas obnubilaciones carnales).
'Los zancos' (1984, Carlos Saura) camina sobre el tramo claroscuro de sentimientos que recorren desde la impotencia causada por una perdida hasta la impotencia ante la incapacidad de afrontar (o esquivar) el desengaño.
Un brioso retrato de la obsesión.