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Désirée (1954)

Désirée
110 min.
6,2
960
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Sinopsis
En 1794 Napoleón (Marlon Brando) conoce a Desirée (Jean Simmons), una bella joven de la que se enamora locamente. Sin embargo, el absorbente mundo de la política y de la guerra llega atrapar por completo la atención y el interés del brillante general. El dilema que se le plantea es el siguiente: renunciar a la gloria o renunciar al amor. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Histórico Biográfico Siglo XVIII Siglo XIX Guerras Napoleónicas
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Désirée
Duración
110 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
1954: 2 nominaciones al Oscar: Mejor dirección artística (Color), vestuario color
6
Desirée y Napoleón
Adaptación de la novela de Annemarie Selinko, basada en el estudio de los diarios de Desirée. Dirigida por Henry Koster (Kosterlitz), fue rodada en los estudios de la Fox. Las imágenes exteriores iniciales se tomaron en Pebble Beach (Monterrey/California). Obtuvo dos nominaciones a los Oscar (decoración y vesturio).

La acción comienza en Marsella (1794) y concluye en París (1815). Narra la historia de Desirée Clary (Jean Simmons), hija de un comerciante marsellés, de la que se enamora Napoleón cuando ella tiene 17 años. Las ambiciones de Napoleón le llevan a París, donde por conveniencia contrae matrimonio con Josephine Beauharnais, mientras ella se casa con Jean Battiste Bernadotte.

La película frivoliza la realidad con escenas espúreas, que deslucen el relato, como la rendición de Napoleón, tras Waterloo (1815), ante Desirée. La obra muestra las inmensas ambiciones de Napoleón, que sueña con dominar el mundo, aún a costa de desmesuradas pérdidas en vidas humanas y de sacrificios personales tan poco razonables como la renuncia a su único y gran amor. Napoleón encarna la megalomanía, las ansias de poder absoluto y una desproporcionada ambición. La insaciabilidad de ésta le lleva a emprender aventuras cada vez más arriesgadas, en una espiral sin retorno de sangre, dolor y derrotas. Desirée encarna el contrapunto de Napoleón: no le gustan los palacios, detesta la ostencación, se adapta mal al rigor de los formalismos oficiales, confraterniza con todos, es consciente de sus limitaciones y renuncia a honores que no la satisfacen. Bernadotte personifica la fidelidad a los ideales, la incorruptibilidad, la disconformidad con Napoleón y el éxito basado en el trabajo, en el respeto al Parlamento y en el servicio a los ciudadanos.

La música incorpora 24 melodías, algunas tomadas de autores diversos: "El vals de Desirée" (Alfred Newman), "Te Deum" (Wagner), "Plaisir d'amour" (Giovanni Martini). Las composiciones originales evocan el alma de los personajes. La fotografía opta por un cromatismo equilibrado, contrastado y matizado. Destaca la recreación escénica del cuadro de Jacques-Louis David "La coronación del Emperador" (1805/07). Se beneficia de un vestuario y unos decorados brillantes y llamativos. El guión enlaza historias de diferente tono en un solo relato, del que Napoleón es el protagonista. Los diálogos son algo artificiosos. La interpretación de Brando (29 años) es correcta, aunque inferior a sus niveles de excelencia ("Un travía llamado deseo", "La ley del silencio"). Michael Rennie cumple con corrección, mientras Jean Simmons queda deslucida en un papel en el que no se siente cómoda. La dirección, excesivamente maleable, busca la espectacularidad y el favor del público con concesiones que devalúan el film.

Película realizada para un éxito fácil y amplio, con sacrificio de la solidez de la obra y el rigor del relato. Contiene elementos de interés.
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29 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
El diario de una mujer que ansiaba la libertad
“DÉSIRÉE” comenzó como una biografía novelada, escrita en 1953 por Annemarie Selinko (1914-1986), una reconocida historiadora austríaca, autora de diversos libros de los cuales, cinco, han sido ya llevados al cine. Conocida su rigurosa investigación sobre la vida de aquella jovencita francesa bautizada como Bernadine Eugénie Désirée Clary, pero llamada tan sólo por su tercer nombre, y años más tarde renombrada Desideria, al convertirse en la reina de Suecia, muchos chocaron con la imagen que daba ella de Napoleón Bonaparte, el hombre del que Désirée fue su prometida, pero lo cierto es que la señora Selinko se basó fielmente en los diarios de su protagonista y su historia la dramatizó sujetándose a los hechos de la manera más veraz que le fue posible.

Como en toda historia, hay verdades, pero podrían escasear las precisiones, porque las mismas versiones de los hechos que haya podido dar Désirée, estaban sujetas a su capacidad perceptiva, a su estado emocional, y a la versión que hubiese recibido de algunos hechos, que bien pudieron haber sido falsos, inexactos o tergiversados. Es decir, la rigurosa verdad histórica no existe –y esto vale para cualquier personaje del mundo-, sólo tenemos acceso a aproximaciones a la verdad.

En tal sentido y dados los cambios dramáticos que, para su guión cinematográfico, debe haber añadido luego Daniel Taradash, más los toques finales que, por exigencias técnicas o de cualquier otra índole, impuso el director Henry Koster, queda claro que, como película, “DÉSIRÉE” hay que interpretarla por lo que cuenta, por los recursos utilizados para contarlo y por el significado que pueda dejar en cada espectador.

En lo que a mi respecta, tipos megalómanos como Carlomagno, Julio César o Napoleón, que exterminaron a millones de personas en su delirio de ser los dueños del planeta, por más buenas intenciones que pudiesen haber tenido, me resultan tan absurdos y lamentables como ordenar a un hombre que mate a otro dizque para que éste pague por su crimen. Nacen dos asesinos (el que ordena y el que ejecuta) para acabar con un tercero. ¡Habráse visto algo más estúpido!

Como mujer, el retrato que se nos da de Désirée me conmueve en su afán de encontrar el verdadero amor, su esperanza de llevar una vida tranquila al lado de la gente sencilla, y sintiéndose igual a todos los que rodean… pero lo único que logra en su esforzada existencia, es ser “amada” por militares ávidos de poder al coste que fuera, unos cuantos títulos honoríficos plasmados en hojas archivadas en un anaquel, y una vida palaciega, lúgubre y protocolaria, que jamás la satisface ni siquiera en lo más mínimo. El calor que le falta a la película, es bien explicable: Ni Selinko, ni Taradash, ni menos Koster, consiguieron verlo por lado alguno en la vida de aquella pobrísima gente.
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11 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
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