Conquistaron el mundo (1956)

El mundo está lleno de imbéciles. A rebosar. O eso es al menos lo que piensa y dice Tom Anderson. Claro que el bueno de Tom se pasa el día charlando con los venusianos del juicio final de la humanidad a través de un, ejem, sofisticado equipo de radioaficionado que tiene toda la pinta de ser de cartón y tapas de Nescafé pintadas, de modo que, de entrada, a uno no que queda muy claro si el amigo Tom es un genio y un visionario o si está, el pobre, como una auténtica chota. Como Tom tiene la cara, el cuerpo y la voz de Lee Van Cleef, su esposa, muy sensatamente, decide no llevarle la contraria, por si las moscas. Lo mismo hace Paul Nelson, su mejor amigo, interpretado por Peter “¿Te gustan las películas de gladiadores?” Graves, que disimula como puede que cree que a Tom le falta un tornillo, hasta que descubre que es un peligroso hippy poseído por los demonios de la paz y el amor y que ha colado en un satélite a un enviado de una raza de seres superiores que acabará con las guerras, el hambre y la enfermedad, precisamente los tres pilares básicos del sustento de su patria. Ante tan antiamericanas intenciones, Paul decide que ha llegado la hora de actuar.

Si uno no es quejica ni quisquilloso y entra, durante el poco tiempo que dura, en el juego que le propone Corman, disfrutará de lo lindo con uno de los más cochambrosos ejemplos del cine de invasiones espaciales de los 50. El guión, que no deja de lado ni la psicosis nuclear ni la paranoia comunista, es absurdo y delirante, es cierto, y está además aderezado con mucha cháchara moral y filosófica, como si se quisiera dignificar el producto final (innecesariamente) con unas cuantas frases solemnes acerca de la bondad, el entendimiento entre civilizaciones y otras chorradas por el estilo. Pero tiene ritmo y está bien interpretada, tanto por Graves y Van Cleef como por sus esposas en la ficción, Sally Fraser y, muy especialmente, Beverly Garland, la sufrida mujer del quintacolumnista Tom. Hay, además, agradables toques de humor que le dan un simpático aire paródico, de modo que uno le perdona todos sus defectos. O casi.

Cuando salen a escena esos chapuceros y aleteantes croissants de goma que el polizón venusiano envía en cuentagotas desde su cueva para someter la voluntad de sus víctimas, uno se ríe, pero se pone en alerta: si es así como esa inteligencia superior subyuga a los hombres a su antojo, ¿cómo será él, qué pinta tendrá ese horrendo invasor? Dios mío, ¿como explicarlo? Veamos: si los pepinos copulasen, y lo hiciesen además con cangrejos o bogavantes, el producto de ese coito, adornado con unos demoníacos cornetes, dos amenazantes canicas pintadas por ojos, una ristra de colmillos de cochino jabalín y un ribete de yemas de espárrago a modo de patitas, vendría a ser un miembro de esa raza destinada a gobernar el mundo. La alucinante lucha final entre los humanos y tan espeluznante criatura hay que verla para creerla y casi supera mi infinita capacidad de perdón. Avisados quedáis.

Prototípica película de la Factoría Corman. Pocos actores, pocos medios, una historia de ciencia-ficción más propia de las revistas pulp, un alienígena feo y gomoso con malas intenciones. El cartel animaba al público juvenil a asistir engañándole con una mujer voluptuosa observada ¿lascivamente? por ese alienígena mientras el texto habla de "las mujeres serán sus esclavas" (y ya sabemos que hará con ellas...) ¡Ay, esas fantasías calenturientas!.

¡Tenemos a Dick Miller en sus primeros papeles de figurante! Los actores tuvieron bastante recorrido tanto en cine -Un Lee Van Cleef resucitado por Sergio Leone- como en TV, con Peter Graves, antes de tener el pelo blanco y formar parte de "Misión Imposible". Beverly Garland, otra habitual de Corman, tiene un papel extrañamente destacado, alejado de las mujeres-florero y débiles tan habituales en los filmes de aquellos años.

La trama es muy sencilla. Una invasión alienígena. El control mental provocará violencia y muertes, algunas un poco tremendas. No habrá remedio. El guionista bebe de la novela de Robert E. Henlein "Amos de Títeres"(1951) en eso de controlar al prójimo. Sin embargo, a mí me recuerda más a una metáfora sobre los peligros del comunismo y la Caza de Brujas. Tu mejor amigo puede ser un traidor y colaborar con el enemigo, que pretende controlar tu vida, destruir el American way of life, y se infiltra gracias a autoridades controladas. Más que marciano ...¡Nikita Krushev!

Fin de fiesta en las cuevas Bronson, como no podía ser de otra manera. Hacían cola en ese paraje todos los filmes de serie B ¿Se imaginan a sus monstruos haciendo cola para filmar su escena?.

Monstruo muy ridículo, pero eso es lo de menos. Son los 50.

Curiosamente, años después tuvo un remake bastante maloso titulado "Zontar, la cosa que llegó de Venus" o algo así...y su monstruo ¡aún es peor!