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Cartas envenenadas (1951)

Cartas envenenadas
85 min.
6,4
190
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Sinopsis
En un pequeño pueblo de Quebec, el Dr. Pearson (Michael Rennie) comienza a recibir cartas en la que se le amenaza para que rompa con el supuesto romance que está sosteniendo con Cora Laurent (Constance Smith) y simultáneamente, muchas otras personas comienzan a recibir misivas donde se amenaza con hacer públicas sus faltas. ¿Quién es? ¿Qué intereses tiene? El Dr. Pearson y el psiquiatra Laurent (Charles Boyer) se disponen a averiguarlo. (FILMAFFINITY)
Género
Cine negro Remake
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
The 13th Letter
Duración
85 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
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8
The 13th Letter: Otto Preminger y la abstracción
El todopoderoso Darryl F. Zanuck, mandamás de la 20th Century Fox, se vanagloriaba de poseer a dos de las actrices más bellas del mundo: Gene Tierney y Linda Darnell. No se limitó a tenerlas bajo contrato. Además, las promocionó adecuadamente colocándolas como cabecera de reparto desde sus primeras películas. Aunque el departamento de publicidad cambió ostensiblemente la biografía de Linda Darnell, a fin de hacerla más interesante, lo cierto es que sus inicios artísticos se vieron potenciados por una madre muy ambiciosa, decidida a convertirla en estrella a toda costa. Un destino trágico y el tutelaje de Joseph L. Mankiewicz, Douglas Sirk, René Clair, John Ford, William A. Wellman, Rouben Mamoulian, John M. Stahl, Otto Preminger o Henry Hathaway contribuyeron a convertir esta mujer de bandera en leyenda.

Otto Preminger reparó en ella y la dirigió hasta en cuatro ocasiones siendo Cartas envenenadas la última de su contrato con la Fox, un remake americano de un clásico del noir francés: Le Corbeau, de Henri-Georges Clouzot. En el papel de una de las vecinas de una localidad canadiense que vive atemorizada por un maníaco que envía cartas anónimas, la Darnell volvió a estar vibrante y bellísima. En la estela de títulos como Laura, ¿Ángel o diablo?, Perversidad, Trampas, Doble vida o Noche eterna que abren el camino del pesimismo reinante, tanto por su tema como por sus estéticas naturalistas, el drama pasional coloniza el terreno: tentación sexual, manipulación de sentimientos, asesinatos por celos, incomunicación en la pareja o su ósmosis en la violencia criminal, soledad y desvíos de la realidad son esquemas que imperan en Hollywood desde el final de la II Guerra Mundial.

El hombre o la mujer infiel es un concepto que se prodiga en el cine y la literatura pero el ciclo negro lo traslada de forma inédita a un realismo físico en el que la pasión desencadena los conflictos. El sexo capitaliza comportamientos que desatan la crisis, la locura, el crimen y la desesperación. Otto Preminger capta una cascada de implosiones en una pequeña ciudad donde la hipocresía y la protección de las apariencias son el motor de sus habitantes. Un inquietante Charles Boyer se mete en la piel del médico engañado por su mujer sobre el que pesan las sombras acusadoras. La sofisticada fotografía de Joseph LaShelle congela la belleza de Linda Darnell a medida que avanzan los trucos del relato, realzados por la turbadora música de Alex North. Preminger pliega a su universo los hallazgos del realismo poético francés y da forma a una historia de posesiones sublimadas con una puesta en escena que pone de relieve los resabios visuales del director vienés y su influencia alemana para contarnos que todos somos culpables potenciales con reacciones de animal depredador.
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19 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
6
Pálido reflejo del original francés
Poco puede aportar este remake de "El cuervo" al extraordinario original filmado por H.G. Clouzot ocho años antes. Parece evidente que el argumento de "El cuervo" correspondía totalmente a la concepción cinematográfica de Premiger donde la ambigüedad argumental y cinematográfica es una de sus más apreciadas constantes y, de hecho, la brillante mano del maestro judeo-austro-húngaro insufla una cierta y personal sencillez y ligereza al original. Sin embargo soslaya completamente la enorme carga de acidez casi malsana de la película francesa rodada, lo que acrecienta aún más su mérito, bajo la ocupación alemana. En el haber de la película la interpretación serena, gélida y distanciada -algunos dirán fría- de un actor de perfil modiglianesco como Michael Rennie, la extraordinaria belleza de Constance Smith y la siempre eficaz labor de Charles Boyer. Sólo por esto último satisfará las ansias de los completistas.
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9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
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