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El rey de todo el mundo (2021)

El rey de todo el mundo
95 min.
4,7
94
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Trailer oficial HD (ESPAÑOL)
Sinopsis
Manuel se encuentra preparando su próximo espectáculo, un musical que trata sobre cómo se pone en pie un espectáculo musical. Para ello recurre a la ayuda de Sara, su exmujer y reconocida coreógrafa. Durante el casting, la joven Inés se revela como una estrella emergente mientras introduce en la trama a su padre y a la mafia local. Durante los ensayos, crecerán la pasión y la tensión entre los bailarines. La poderosa música mexicana marca el tono de la historia mientras se va conformando una obra en la que se entrelazan tragedia, ficción y realidad (FILMAFFINITY)
Género
Musical Baile
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
El rey de todo el mundo
Duración
95 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción España-México;
Links
Premios
2021: Festival de Valladolid - Seminci: Sección Oficial
6
UN REY DE NUESTRO CINE
No vamos a descubrir a un maestro, a un cineasta fundamental en el cine español y universal como Carlos Saura. “La caza", “Cría cuervos", “Deprisa, deprisa”, y tantas otras, son películas que nos hicieron entender en nuestra adolescencia qué era el cine, y madurar como cinéfilos. Saura sigue haciendo cine, como lo siguió realizando Manoel de Oliveira más allá de los cien años, y eso es un regalo para los espectadores.
Su nueva película continúa la línea de acercamiento al mundo de la música y de los bailes populares. En este caso a los de México. Hay una escueta línea argumental que no añade nada a la película, pues lo principal son las impresionantes y bellas coreografías de Edgar Reyes, rodadas con maestría con Saura, y la banda sonora de Alfonso C. Aguilar y Carlos Rivera, o esas letras y música de corridos, rancheras, danzones..., que a mí (particularmente) tanto me gustan.
Y no por reiterado, admirar la dirección de fotografía, una vez más de Vittorio Storaro. Un mago de la luz. Un placer para los sentidos.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
5
Romanticismo monocromático
Es todo un símbolo de integridad artística y convencimiento personal que algunos creadores cinematográficos mantengan intactas sus obsesiones temáticas y registros léxicos por mucho que el mundo a su alrededor cambie, manteniéndose imperturbables ante tendencias u oportunismos. Autores tan fieles a sí mismos que las fases crepusculares de sus respectivos cuerpos fílmicos quedan impregnadas de un aura anacrónica tan irrepetible como tierna. Tal es el caso de la trayectoria de un maestro del cine español, que estrena un nuevo capítulo en una obra fílmica de marcada naturaleza interdisciplinar: él es Carlos Saura, y su nueva película, presentada en la Sección Oficial de la pasada Seminci, El rey de todo el mundo. Un drama romántico de naturaleza eminentemente teatral y musical. Una obra de coordenadas reconocibles y nobles intenciones que se verá muy beneficiada de nuestra conexión emocional con los trabajos previos del aragonés para conectar con sus inquietudes temáticas. Sin embargo, la grandeza de aquellas obras no se debía únicamente a los elementos situados sobre el tablero, sino también a la manera de combinarlos y de extraerles su máximo potencial. Los ingredientes de la receta de El rey de todo el mundo son sabrosos, pero la elaboración es perezosa y descompasada.

El rey de todo el mundo se entrega al baile, a la pasión expresada a través del movimiento sincronizado de cuerpos jóvenes. La sintonía de energías lozanas encima de un escenario que, como no puede ser de otra manera, ofrece un reflejo especular de las angustias emocionales de la pareja creativa al borde de la obra teatral. Una pareja creativa compuesta por el autor del argumento y la responsable de la coreografía, con la que comparte un pasado amoroso cuyas heridas no acaban por cerrarse. Juntos lucharán por sacar adelante ese montaje que supone el argumento de la película. Es inevitable observar el tráiler o un puñado de imágenes promocionales y no vincular esta obra, al menos plásticamente, con Sevillanas, Tango o Flamenco (obras todas ellas, dicho sea de paso, tan poco comprensibles desde el prisma de la ficción tradicional como deslumbrantes en el plano artístico). Son muchos los números musicales que bañan el metraje, y como cabía esperar son estos los momentos más atractivos de la producción.

El trabajo fotográfico de Vittorio Storaro se estructura sobre la conjunción expresiva de fuertes rojos y azules, reflejados sobre los personajes en los diferentes espacios escénicos de la futura obra musical. En la combinación de recreación dramática, realidad y narración oral encontramos un poderoso momento de puesta en escena al principio de la cinta, en el que la cámara se desplaza por un lugar cuya naturaleza espacial y temporal se transforma para amoldarse al relato. Lamentablemente, instancias de esta lucidez son un mero oasis. Las coreografías son elegantes y sensuales, pero el lenguaje visual con el que se filman es pobre. La puesta en escena, rutinaria. La cámara no se desplaza alrededor de la danza de maneras particularmente creativas.

Cuando asistimos a los ensayos escénicos el filme se sostiene mínimamente, pero hay mucho porcentaje de película que no es baile, que pretende desarrollar un argumento con ambiciones dramáticas. Y es ahí donde surgen los problemas. El argumento contiene una considerable carga de afectación trágica, y la responsabilidad de llevarla a buen puerto se pone sobre los hombros, salvo un par de excepciones, de un reparto de actores no profesionales (al fin y al cabo, son bailarines). Sus prestaciones físicas son innegables, y para un relato tan sensual resulta consecuente recurrir a caras tan atractivas, pero sus dotes interpretativas son demasiado limitadas para evitar que los diálogos de la cinta no resuenen huecos, histriónicos, engolados o, en suma, falsos. A las carencias interpretativas del trabajo y la indigestión amanerada de su guion se suma una ejecución desatinada a nivel tonal, letárgica cuando pretende exhibir pulso. Convincente sin alardes en sus instantes más íntimos, sumamente acartonada cuando atraviesa las fases más turbulentas.

Una apuesta en torno al amor que busca ser colorida pero que, pese a sus intensas tonalidades, resulta monocromática en su poco inspirado maridaje de realidad y ficción, drama y teatro, palabra y música. Un viaje desvaído.
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2 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
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