Atlantic Crossing (Miniserie de TV) (2020)

Si es cierto que en la infancia está la patria, que el corazón es un músculo y como tal es sensible al desgarro, que la sabiduría es un bien esquivo que deja ver su luz siempre tarde, puede ser cierto también que la libertad responde a veces a interpretaciones, y que el ser más libre no es el poderoso, sino a menudo el que despierta su poder de los pliegues más íntimos de sus temores.

La rareza de las formas de gobierno inventadas por el hombre ha establecido, aún en el siglo XX, que la monarquía puede ser símbolo de libertades. Y esa verdad tan paradójica se vuelve transparente cuando la muerte acecha, cuando la violencia del oscuro Reich pretende muy otra monarquía.

El miedo a perder la maravilla de ese prado verde, que fue mapa de la infancia, lleva a personajes temerosos a acciones de las que jamás se creyeron capaces.

Así los militares noruegos llegan a pensar un pacto con Hitler, así el príncipe Olav envía a su familia a América, y así la princesa Martha despliega su vuelo y pide armas, mientras en un melancólico despertar del letargo de la nobleza, se siente atraída por un presidente democrático.

La mirada de la mujer, inexplicablemente relegada, cobra aquí su importancia y su realeza. Sofía Helin nos lleva de la mano por esa angustiosa búsqueda para hallar la fuerza que hace falta para torcer el rumbo de la historia e impedir la colonización de su Pueblo.

Después está la historia, que más o menos puede parecerse a lo que aquí se cuenta. Pero la historia nunca es más que una excusa para que una buena ficción cobre vida. Ya puede uno ir a buscar las precisiones de la historia a su cuna de libros. O puede uno creer que Lacan no está tan loco cuando sostiene que la realidad tiene estructura de ficción.

Porque cuando una ficción alcanza el señorío de poblar nuestro entendimiento con nociones renovadas aunque conocidas, inolvidables aunque ya olvidadas, podemos entender que estamos ante un trabajo cuyos alcances están aún por definirse, porque ya no importa si es bueno o malo, cuando en el fondo sabemos que lo llevaremos siempre en un rincón de la memoria.

Es una serie producida por los países nórdicos más Alemania y EE.UU. y creo que por eso mismo, consigue darnos una visión global del conflicto que narra, en los primeros tiempos de la Segunda Guerra Mundial, cuando las naciones, no solo europeas, se movían en los terrenos pantanosos de la "neutralidad". Cosa que, como se vio más tarde, era una utopía frente a las ambiciones anexionistas de la Alemania nazi.

Cuenta con bastante acierto las idas y venidas de las monarquías europeas, siempre constitucionalistas, frente a los dictados de sus respectivos gobiernos, sin caer en el fácil recurso maniqueo de buenos y malos, con un guion ajustado y una dirección digna.
Capítulo aparte es la labor actoral, muy buena desde mi punto de vista, con actores de la talla de Sofia Helin (a la que pudimos conocer en "El puente"), Tobias Saltelmann (de "El último reino", "Borderline"), Kyke MacLachlan y muchos otros actores menos conocidos pero que cumplen con maestría con sus papeles, de menos o más relevancia.

Leo en una crítica profesional que es una serie monárquica pero logra el efecto contrario, pero yo veo más bien un intento, bastante conseguido, de humanizar a las personas que, por su nacimiento han de cumplir unos deberes que los demás no tenemos. Y en esta serie se ven sus contradicciones, sus flaquezas y debilidades aunque, de vez en cuando, se atisbe un rayo de buen hacer, de sentido del deber o de honorabilidad personal.

Vamos, como las tendríamos cada hijo de vecino, que nadie es perfecto por nacer en alta cuna ni por hacerlo en el lumpen de la sociedad.