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La camarera del Titanic (1997)

La camarera del Titanic
100 min.
5,0
4.022
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Sinopsis
Francia, 1912. Horty, un joven obrero gana el concurso anual de fuerza que organiza su empresa: el premio es un billete de ida y vuelta para ir a Southampton a ver la partida del Titánic. Durante la noche, una hermosa muchacha llama a su habitación del Gran Hotel de Southampton y le pide alojamiento. Es una camarera del Titanic: debe embarcar al día siguiente y todos los hoteles de la ciudad estan completos. A la mañana siguiente, ella desaparece. Horty la ve en el Titanic, intenta acercarse, pero el barco zarpa. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Romance Drama romántico Titanic Años 1910-1919
Dirección
Reparto
Año / País:
/ España España
Título original:
La femme de chambre du Titanic (La camarera del Titanic)
Duración
100 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción España-Francia-Italia-Alemania;
Links
Premios
1997: Premios Goya: Mejor guion adaptado y diseño de vestuario. 5 nominaciones
Bigas Luna se distanció de su estilo habitual, obteniendo buenas críticas y un aceptable resultado en taquilla.
[FilmAffinity]
"Producción de época de carácter romántico, que atesora una realización ágil y precisa, una magnífica dirección de actores, unas cuidadísimas interpretaciones, una fotografía de alta escuela y un interesantísimo guión ganador de un Goya."
[Diario El País]
7
Entre el desierto y el jardín sin flores, un brote de hermosura.
Perdido irremediablemente entre la burda e intolerable voluptuosidad de la ¿fascinante? Valeria Marini en la deleznable "Bámbola" -un desierto- y entre la vulgar, torpe y desastrosa reconstrucción histórica de "Volaverunt" -un jardín sin flores-, el algo más que irregular Bigas Luna adaptó al cine una novela de Didier Decoin que reconstruía fantasiosamente el amor entre un sufrido obrero al que su patrón premia con ver zarpar al mítico Titanic y una camarera empleada en el barco. Luna, pues, y tras muchos traspiés, se fijó en un argumento jugoso, sencillo, que mezclaba verismo y fantasía, con el que además podía seguir apostando por constantes de su cine, solo que depuradas: fetichismo, erotismo, sensualidad, lo mediterráneo... Gracias a esta película el espectador se reecuentra con un cineasta sólido, que sabe combinar notablemente lo académico con lo avispado. La película es embaucadora, tiene una reposada narración, es sutilmente lírica y romántica (algo inusual en Luna: un maestro de lo cortante y chocante), que logra extraer lo que busca: capacidad fascinadora e implicadora del espectador, quien se inmiscuye en la preciosa e imposible historia de amor que se le cuenta, al que le llega la bendita sensualidad de la impresionante Aitana, la riqueza y adecuación de decorados y puesta en escena, la realidad de una aprovechada gran producción europea.
"La camarera del Titanic" es, por tanto, una original fábula que usa el mítico y entonces modernísimo barco como icono para crear una elegía sobre el romanticismo, los sueños, la autofabulación, el escapismo, la pasión fingida o real, el amor ya sea breve o sostenido, cierto o inventado, el deseo ya sea circunstancial o prolongado; la melancolía y lo poético fuera de lo sucio y prosaico que es lo terrenal; elegía rota cuando la realidad saca sus fauces y enturbia absolutamente la bendita ficción. Así, se muestra una faceta de Luna, ya entreabierta en sus obras previas, solo que allí había que bucear bajo la suciedad de lo contado para extraerla (¿o no es una obra maestra, un poema abierto y descarnado, pero sucio, "Bilbao"?) y aquí sale diáfana, sin equipajes ni obstáculos.
Así pues, esta película es la más sugestiva, convincente, hermosa y mejor película de Luna desde "Jamón, jamón" con distinta y por lo visto no continuada apuesta estilística (miedo me da ver "Son de mar") y con alguna maravillosa secuencia (aparte de la presencia de Aitana Sánchez Gijón) como cuando Olivier Martínez rocía con champán el cuerpo de la divina camarera inventada.
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16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
El sueño de una noche de primavera
Las leyendas se basan en hechos reales, pero se magnifican de tal manera que la verdad original es lo que menos interesa, y el imaginario popular les da proporciones grandiosas, descomunales, lo cual las dota de la cualidad de la inmortalidad.
La ficción de las leyendas, de los relatos y de los cuentos fascina al público y dispara sus fantasías escondidas, sus deseos de vivir vidas ajenas, de creerse en otra piel con circunstancias diferentes. También quien hilvana historias se fuga durante un rato de sí mismo y realiza aspiraciones que en la vida real son impracticables.
Ese es el espíritu de “La camarera del Titanic”, que gira en torno al sueño de una noche de primavera, la víspera de la partida del Titanic del puerto de Southampton.
Aunque el terrible suceso del naufragio del Titanic en su viaje inaugural bastó por sí solo para encumbrar al trasatlántico más grande y laureado de su tiempo, su leyenda es mucho más colosal que lo que fue el barco en sí, y la tragedia que se llevó al fondo del océano retumba indeleble, persistente en la memoria colectiva. Ha habido tragedias con muchas más víctimas, otros naufragios más dantescos, pero el Titanic se labró un aura imbatible, que tiene más de inventado y añadido, de mentiras y de exageraciones, y de puntos de vista, que muchos otros sucesos igualmente fatales. Es por eso que ya es leyenda. Y a la gente le da igual saber la verdad, tantas verdades que se hundieron.
Horty, el obrero de una fundición francesa que en una competición gana una estancia en Southampton para ver zarpar al Titanic, comprende que el espíritu humano está hecho de sueños. El Titanic no era tan imponente como su fabulación lo recrearía después, nunca hubo en él historias y romances tan bellos como los que la imaginación exaltada de los curiosos materializaría en sus opulentos salones y camarotes.
Marie, la misteriosa camarera que llamó a la puerta de Horty en aquella noche de abril, sería ninfa y heroína, diosa del amor y del sexo, aventurera osada, cicerone de la sensualidad desbordada, con unos labios más turgentes que el común de las mortales, una piel de una calidad ultraterrenal, un hambre insaciable.
Y Horty, una vez devuelto a la gris y sucia fundición, se da de cara de nuevo con las miserias de obrero pobre, pero algo ha surgido en él, estimulado por su breve estancia en Inglaterra: la necesidad de contar, para quien quiera escucharle, pero sobre todo para escucharse él mismo, el milagro de una noche de primavera en la que él se enamoró de una desconocida.
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10 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
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