The Rainbow Man (1949)

Intriga policiaca sobre una familia supuestamente maldita aderezada con elementos fantásticos propiciados por la leyenda de esa propia maldición, que mezcla la intriga y el suspense con el misterio y el terror sobrenatural.

Ushihara pone todo el énfasis en el ejercicio de estilo, con movimientos de cámara meticulosos y planificaciones de escenas al estilo noir consigue imprimir una atmósfera propicia al misterio y la tensión, pero todos los logros visuales se echan a perder cada vez que los personajes abren la boca. La trama es difícilmente sostenible, los personajes en su extravagancia resultan excesivos, muchas reacciones son exageradas, y la forma de proceder de la policía con los sospechosos es inverosímil. Según avanza la trama parece más complicado que encuentre una salida digna que no ofenda nuestro sentido común, lo cual se convierte en certeza cuando por fin se desenmascara el misterio y se exponen las explicaciones. Queda la sensación de que todo ha sido una impostura, los agujeros en el guion son túneles por los que se fuga la coherencia, y la forma de actuar de algunos personajes se demuestran entonces absurdas.

Para colmo los personajes están sobrecargados en sus roles, como el hijo pintor que de bohemio parece sacado del París de Hemingway, o cargados de ticks vulgares como hace el hijo menor, aparecido después de años de ausencia, tocándose insistentemente las gafas como si el director no confiara en la inteligencia del público. La intrépida periodista que hace avanzar la trama cuando las gestiones policiales se estancan parece influenciada directamente de los personajes hollywoodenses de los años 30 a cargo de Barbara Stanwyck o Jean Arthur, resultando, obviamente, una sombra desdibujada en comparación.

Y los elementos fantásticos, tan estimulantemente fagocitados en los primeros minutos de metraje, se acaban diluyendo como azucarillo al toparse con la razón. El MacGuffin enigmático, cogido al principio con alfileres, acaba por desprenderse y ser arrastrado por el viento de la vergüenza ajena.

Una decepción.