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Un don excepcional (2017)

Un don excepcional
101 min.
6,5
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Sinopsis
Tras el fallecimiento de su hermana, Frank Adler (Chris Evans) se hizo cargo de su sobrina Mary (Mckenna Grace), y ambos viven juntos en un pueblo costero de Florida. La niña tiene ya 7 años, y demuestra tener un asombroso talento para las matemáticas. La situación se complica cuando Frank deberá luchar por la custodia de la niña, pues la abuela cree que debe irse a vivir con ella a Massachusetts y aprovechar su don con los números. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Infancia Familia Matemáticas
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
Gifted
Duración
101 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Links
Premios
2017: Critics Choice Awards: Nominada a mejor intérprete joven (Mckenna Grace)
7
El Valor de la Normalidad
He aquí una interesante vuelta de tuerca a las historias sobre superdotados.
La mayoría de las veces, estas empiezan resaltando la cualidad anormal de una persona, y retratan los intentos por aprovecharla, darle uso o facilitar su integración.
Nunca se habla de normalidad o estándar en esas historias, porque se entiende que son conceptos inexistentes una vez que alguien se revela superdotado.

'Un Don Excepcional', sin embargo, hace de la normalidad su principal tema a tratar, y elige olvidarse de lo encantadoramente inteligente y aguda que puede ser una niña de 7 años cuando demuestra su inteligencia superior.
Eso es lo que afronta Frank Adler cada día, pendiente de la pequeña Mary, tratando de darle la existencia más sencilla posible, sin grandes privilegios ni excepcionales tratos.
Al fin y al cabo, si interpretamos cuidadosamente el título original, 'Gifted', se habla de un regalo, algo que no necesariamente se debería exhibir o clasificar de ninguna manera, sino simplemente aprovechar.

Por eso, Frank sigue insistiendo a Mary con ir al colegio, y aceptar las "tonterías" que, a juicio de ella, allí se enseñan.
Por eso mismo, Frank sigue distraídamente ausente cada vez que le recuerdan lo especial que es su niña.
Y, por todas estas rutinas, siempre le recuerda a esa criaja rubia que debe esforzarse por no sobresalir, por mucho que ambos sepan que es especial: porque una niña de 7 años debería aprender antes a jugar que a sumar, por la sencilla razón de que un don no debería borrar el obligatorio camino a la madurez.

Chris Evans y la pequeña Mckenna Grace consiguen un grado tal de cómplice naturalidad, hablando sobre lo divino y lo humano a la luz del crepúsculo, intercambiando el seco cariño del primero y la cómica espontaneidad de la segunda, que no te quedará ninguna duda de que este padre y esta hija merecen toda la vida normal que sean capaces de disfrutar juntos.
Pero es entonces cuando se recuerda que Mary es superdotada: no por parte de ella misma, que es feliz siendo parte de la familia que forma junto a Frank y su vecina Roberta, sino por parte de otros adultos, que creen que la excelencia es una cualidad demasiado importante como para desperdiciarla en tareas mundanas.
Evelyn, madre de Frank y abuela de Mary, llega a Florida casi desde otro mundo, uno de vida pudiente y lujos reservados a una élite, prometiendo a la pequeña que puede escribir su nombre en la historia de la matemática, si tan solo quisiera abandonar ese barrio humilde que ha aprendido a querer.

Todo esto podría haber sido carne de telefilm, una historia poco trabajada donde los buenos están claros y la mala carece de matices, obligándonos a odiarla porque quiere pervertir las ambiciones una niñita.
Pero, muy al contrario, se nos recuerda que Evelyn también es un ser humano, y lo único que quiere es una oportunidad para que su nieta sobresalga, aunque eso implique aislarla de todas las distracciones posibles, porque ella misma se ha criado en un entorno que recompensa la excelencia y desprecia el rumbo libre de gente como Frank.
Un hijo con el que, pese a todo, es capaz de bromear y recordar viejos tiempos, alejándose ambos de ser dos adultos serios en el juzgado, por un breve y liberador momento.

Lo cierto es que llega el momento en que el espectador piensa que está pasando demasiado tiempo entre juicio y juicio.
Que ya no queda nada de esas ocurrencias inesperadas, de esas tardes en la playa o esas noches de karaoke casero que hemos pasado con padre e hija.
Y, de repente, lo ves demasiado claro: de esto quería proteger Frank a Mary. De juicios a su mente y su tiempo, de interminables preocupaciones por un futuro incierto, de calladas renuncias sabiendo qué es lo mejor.
(Aunque da la triste sensación de que Frank también se protegía a si mismo de todo eso)

Las cosas importantes eran otras: sentarse en el sofá a ver la tele juntos, comer pizza los fines de semana, explicar el significado de expresiones oídas de casualidad... todas esas deliciosas cosas que se pierden cuando alguien es especial, como si no tuviera derecho a vivirlas.

En determinado momento, Frank se pregunta: "¿por qué crear algo que sabes que va acabar estropeándose?"
No tengo ni idea.
Pero sí sé que yo también haría lo que fuera para que una niña continuara siendo niña, porque eso va a ser lo más excepcional que ella tendrá jamás.
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51 de 54 usuarios han encontrado esta crítica útil
7
Venganza póstuma
La paternidad no es sólo una cuestión genética, sino que trasciende los meros lazos de sangre hasta erigirse en una experiencia inefable que desborda cualquier explicación racional. Como padres solemos exigir que nuestros hijos alcancen lo que nosotros no hemos sido capaces de lograr, convirtiéndolos en una fotocopia apócrifa o mejorada de nosotros mismos, cegados por la ambición y el afán de notoriedad, aunque sea por delegación. Otras veces nos sentimos incapaces de dar a nuestros vástagos todo lo que creemos que nos demandan y eso nos abruma y desalienta, como si nos enfrentásemos a una tarea titánica de utópico éxito. Y como hijos solemos admirar a nuestros progenitores como si fueran la encarnación de todas las bondades y excelencias de la tierra. O bien odiarlos sin límite ni medida porque nos sentimos ignorados o invisibles, envueltos en un resentimiento indeleble que lo mancilla todo. Nuestra incapacidad para ver nuestras propias angustias y para entender los conflictos de los demás es nuestra condena y nuestra penitencia; tanto más grave cuanto más cerca los tenemos y más cercanos los sentimos.

Estamos ante una modesta película comercial que, sin embargo, nos ofrece un microcosmos rico en matices y rebosante de vida que aborda sin tapujos ni rodeos cómo nos vinculamos con nuestros familiares, los errores que solemos cometer, los aciertos que tendemos a ignorar y las dificultades que encontramos para entablar relaciones sanas y fértiles, más allá de nuestros egoísmos y obcecaciones. Tres generaciones diferentes, cada una con sus heridas, carencias y necesidades, cada una mirando al otro como una herramienta para el propio beneficio y satisfacción, como si fuéramos inmunes a las implicaciones del afecto, del cariño y la seguridad que nos brinda el sentirnos queridos por ser llana y simplemente nosotros mismos, sin manipulaciones ni coacciones en función de unos atributos que esperan o exigen de nosotros.

Todo ello lo consigue, sin aparente esfuerzo, gracias a un excelente guión que pone en pie a unos personajes bien dibujados y llenos de matices, que nos permite entender los motivos de cada cual, dónde no hay ni buenos ni malos, sino sólo almas malheridas e imperfectas que creen estar haciendo lo correcto, pese a sus arrebatos de insensibilidad y codicia, pese a sus disimulos y ardides. Se nos da muy bien mentirnos – no hay mejor ciego que el que no quiere ver – y se nos enciende la boca con improperios y vejaciones cuando nos creemos en posesión de la verdad.

Sería un error confundir la sencillez con simpleza. Estimulante propuesta que encarna lo mejor del cine independiente, gracias a una elegante puesta en escena y a unos actores que brillan en sus respectivos cometidos: sobre todo la niña protagonista, Mckenna Grace, así como la veterana Lindsay Duncan, pero también Chris Evans en un muy encomiable cambio de registro.
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23 de 25 usuarios han encontrado esta crítica útil
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