Larga noche de julio (1974)

Si chapucero acaba resultando el plan, no menos lo es el ladrón, por lo que al complicarse la cosa con una muerte imprevista y con la imposibilidad de abandonar ese piso y volver a la carrera, la trama deriva hacia un interesante thriller psicológico, rodado de forma cuasi amateur por el catalán Lluís Josep Comerón (coguionista de algunas de las referencias – "Distrito quinto 1958", "Estambul 65 1965", y "Las Vegas, 500 millones 1968" - de la época dorada del thriller español rodado en los 50/60 del siglo pasado), en el que la creciente tensión entre un superado por los acontecimientos Eusebio Poncela (interpretando uno de esos personajes suyos marca de la casa) y ese vividor que interpreta Simón Andreu entrando en una espiral de malas decisiones, y la serie de hechos que cada vez augura un futuro más negro para la pareja, logra mantener de forma más que digna el suspense hasta su ultimo fotograma, y la bastan para resultar entretenida y hasta interesante en su parte de thriller dramático (la subtrama con el hermano Paco corriendo solo en cada vez peor estado físico acompaña de forma acertada, en lo que tiene de incertidumbre, a la principal trama criminal).

Ahora bien, si a todo esto le sumamos las excelentes imágenes de la carrera, la belleza y variedad de esas irrepetibles maquinas, y esas escenas documentando la vida en boxes que trasladan al espectador de forma magnífica la atmósfera y singularidades de la mítica prueba, tenemos por si sola una película casi diría de obligada visión para cualquier motero que se precie (sin casi, si conoces de primera mano las sensaciones que producían aquella maquinas) dado lo escaso de la filmografía patria en cuanto a películas con una cierta presencia de motos (escenas aisladas en alguna de Chris Mitchum - "Un verano para matar 1972" y Una gota de sangre para morir amando 1973" y Alfredo Landa con su Poderosa en "El puente 1977", que recuerde ahora mismo).

Súmese la presencia de una muy guapa Marisa Paredes en el papel de una prima lejana de Simón Andreu cuyo devenir tiene mucho peso en la historia, y 2 o 3 escenas con Alfredo Mayo, y el hecho de ser considerada en su día una película de culto en países del Este (de lo que se entera uno escarbando por la red), y a mi juicio tenemos una escondida rareza más que merecedora de un visionado (hasta esos cansinos que ante un torso desnudo y/o un cruce de miradas masculino, sueltan aquello de "tintes homoeroticos", tienen pábulo para ello).