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West of Hell (2018)

West of Hell
90 min.
2,6
116
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Disponible en:
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Trailer (INGLÉS)
Sinopsis
Un tirador, un vengativo ex esclavo y un tren de medianoche para Atlanta. Ellos descubren que el tren es asombrado por una fuerza siniestra y deben luchar para sobrevivir a la noche.
Género
Fantástico Terror Western
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Estados Unidos Estados Unidos
Título original:
West of Hell
Duración
90 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
1
El tren del truño
Película ambientada en el oeste con tintes sobrenaturales en el que varios variopintos personajes, todos ellos con oscuros pasados, son atrapados en un tren propiedad de satanás en el cual se tendrán que enfrentar a sus propios demonios. La susodicha malignidad propondrá toda una serie de pruebas, cada una más ridícula que la anterior, a los aprendices de actores de este bodrio infame y a los sufridos espectadores que hemos decidido desperdiciar una hora y media de nuestras vidas en semejante basura. Evidentemente, nada salva esto, ni interpretaciones, ni argumento ni diálogos, ni nada de nada. Eso si, mención aparte la música a lo Ennio Morricone pero en malo, que adornan las escenas de acción y que no dejan de hacer de esta película de lo más desternillante que nos podemos encontrar este año que ya toca a su fin. Al final te encuentras con un batiburrillo de escenas, situaciones y diálogos aburridos y te terminas preguntando como es posible que el cine en los últimos años haya degenerado tanto. Se lleva el 1 y gracias. Por cierto, en España se ha titulado semejante truño " El tren del infierno" , no confundir por favor, con la excepcional película de Andréi Konchalovski de 1985.
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6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
2
Reprimenda al racismo en el tren de los disparates
Me apetecía ver una película de dudosa calidad, y esto lo ha superado con creces. West of Hell es un wéstern sobrenatural cuyo mayor (y único) atractivo es el protagonismo del legendario actor Tony Todd. Todo lo demás es un desastre supino, una concatenación de absurdos para tratar de decir algo que, tras mucho tartamudeo, no significa nada. Una verdadera pena que la combinación del terror con el wéstern sea tan mal dada en el cine desde la espectacular Bone Tomahawk (S. Craig Zahler, 2015), yendo a ciegas en ambos géneros explorando superficialmente la enorme gama de matices que ofrecen. El anodino argumento escrito por Yousef Abu-Taleb consiste en un grupo de personas variopintas que guardan un oscuro pasado y, por ello, el destino los conduce al tren de Satanás con destino al infierno pretendiendo enmendar, así, sus pecados. Con una historia similar pero mucho más elaborada podemos encontrar, sin salir de España, la mítica Pánico en el Transiberiano (Eugenio Martín, 1972), que consigue mediante el hurgamiento en los misteriosos pasados de los personajes un dibujo de redención y yerro que West of Hell está a millas de, si quiera, aproximarse.

Las formas que tiene Michael Steves, director novicio, para tratar el racismo histórico es patético. Casi parece el regañamiento que se le hace a un niño cuando hace algo mal, poniendo ejemplos hiperbólicos para que este vea lo mal que se ha comportado. Me explico: Steves elabora el hilo conductor a raíz de los pasados de los protagonistas, especialmente el de Jericho Whitfield (Tony Todd), antiguo esclavo de un cruel señor. Esto lo une a los pasados de los demás (exceptuando el del sacerdote, quizás el más interesante y que comentaré después) dibujando el distanciamiento social entre blancos y negros característico de la época, pero, a raíz de ello y de iniciar el reconocimiento de los pasados, el director crea escenas retrospectivas totalmente exageradas y fortuitas para enseñarnos a nosotros, como espectadores, lo malo que fue el esclavismo en el s. XIX. Gracias Steves porque si no, jamás me habría dado cuenta. Con el personaje de Jeryl Prescott (Desdémona Lark) consigue rizar el rizo y elevar su burdo ejemplo hasta unos niveles absurdos.

Por otro lado, la atmósfera, elemento imprescindible en una película de terror, queda anulada desde el planteamiento por la efusiva necesidad de alterar la continuidad natural del argumento en pos de una narración más rápida que llega a ser molesta, algo que repercute en el caótico montaje del propio director y Sean Michael Beyer. Los cortes de imágenes son intermitentes y rápidos (que rompen continuamente el ráccord), creando secuencias confusas por la necedad mantenida con los tiempos llegando un momento en el que el espectador se pregunta cómo se ha desenvuelto la acción, parcialmente ausente por el montaje, para que el conflicto se resuelva de esa manera. Steves debería haber estudiado un poco de sus mayores, prestando atención a la frase que un genio llamado Kurosawa dijo un día: ‘el requisito más importante del montaje es la objetividad…’

Las relaciones entre los personajes no son esclarecedoras del por qué de sus acciones, teniendo la única cabida lógica la mitad de ellos: Desdémona, Jericho y el sacerdote Locke (Yousef Abu-Taleb). El pecado de la primera es la culpa por su carácter pasivo, por no haber sido capaz de salvar a nadie, redimiéndose honestamente y creando un refuerzo psicológico para el personaje de Jericho muy interesante, pero que el director no supo explotar, por las cualidades comunes de ‘mártires’ del esclavismo que poseían retratados desde dos ópticas antónimas. Jericho, sin embargo, muestra su carácter vengativo anteponiéndolo a todo por dolor y tristeza, haciendo de él una metáfora andante del daño que ha provocado el racismo institucional desde tiempos inmemoriales a los estados de la libertad, a los Estados Unidos. Por último, y por gusto personal a pesar de la planicie del personaje, el Padre Locke. Un golpe directo a la iglesia, su hipocresía y su vicio, su crueldad y su nulo apego con Dios, escenificado a través de lujuria y rompimiento con los mandatos del Señor que se repiten como un ciclo al conocer al Diablo. Una esquematización muy básica, pero cumple con creces el cometido.

El antagonista, tan importante en este tipo de relatos fantasmagóricos, se balancea entre lo inútil y lo disparatado. Este pone pruebas a los pecadores (parodiando a Dios y las pruebas que este pone en la vida de todo mortal), pero las pruebas de este antagonista rivalizan en dislate con un ‘Prueba o verdad’ de adolescentes que lejos de intimidar provocan atolondramiento en el espectador. Estas sirven para ‘descubrir’, como si de una novela de Agatha Christie se tratara, quién es el más pecador, y quién puede conseguir la redención mediante cáliz y sufrimiento como si fuera John Kramer. Bastante vergonzoso.

La única interpretación que se merece respetos en la de Toni Todd, las demás parecen competir por ver quién lo hace peor. Y hay una ganadora: Jennifer Laporte como la vulgar niña de papá Annie Hargraves. No me voy a demorar explicando la vergüenza ajena que regala a su paso la señorita Laporte y su tonto personaje. Por otro lado, la música de Misha Segal pretendiendo a Ennio Morricone eleva el nivel de absurda pretensión que consigue la producción de Youabu Productions.

Dicho esto, el dos lo pongo por cortesía de Todd que, sin él, el único atractivo de esta cinta sería comprarla y quemarla en una hoguera para mandarla al infierno del que proviene.
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4 de 4 usuarios han encontrado esta crítica útil
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