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Ricardo III (1955)

Ricardo III
161 min.
7,2
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Sinopsis
En la segunda mitad del siglo XV, en Inglaterra, estalla una guerra civil: la Guerra de las Dos Rosas (1455-1485) entre la Casa de Lancaster (rosa roja) y la de York (rosa blanca), que será el último enfrentamiento entre el absolutismo real y la nobleza La victoria de Mortimer Cross desplazó del trono a los Lancaster y Eduardo IV de York, fue proclamado rey. A su victoria contribuyeron sus hermanos Ricardo de Gloucester y Jorge Clarence. La siniestra figura de Ricardo -deforme, siempre a la sombra y al acecho- protagoniza una de las páginas más negras de la historia de Inglaterra. Célebre adaptación de la obra de Shakespeare. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Histórico Siglo XV
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Reino Unido Reino Unido
Título original:
Richard III
Duración
161 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Grupos
Shakespeare: Ricardo III
Links
Premios
1956: Nominada al Oscar: Mejor actor (Laurence Olivier)
1956: Globos de oro: Mejor película extranjera en lengua inglesa
1955: Premios BAFTA: Mejor película, actor británico (Olivier) y film británico
1956: National Board of Review: Top mejores película extranjeras
1956: Festival de Berlín: Oso de Plata
7
ANCHA ES CASTILLA
Tras la realización previa de "Enrique V" y "Hamlet", Laurence Olivier produce, dirige y protagoniza la presente película, con la que cerraba su trilogía dedicada a Shakespeare, cuyas obras tantas veces había representado en teatro.

La historia que cuenta "Ricardo III" contiene todas las virtudes clásicas de los dramas shakespearianos, esto es, un desolador retrato de las más bajas pasiones humanas, que afloran siempre cuanto más cercano y mayor es el poder que las anima, en este caso el trono de Inglaterra. Otra de las cualidades características de las obras del genial dramaturgo es la importancia y centralidad que en ellas tienen los malos; en efecto, a Shakespeare debemos varios de los mejores malvados de la literatura universal, siempre consumidos por la envidia y espoleados por el orgullo y la ambición de poder.

La mayor virtud del filme estriba en el respeto con que el espíritu original de la obra es llevado a la gran pantalla, y especialmente en la brillantez con que son interpretados los principales personajes, lo cual debe agradecerse a un reparto excelente, con grandes figuras. Aparte de la interpretación del propio Olivier, buena como siempre, destaca enormemente la labor de Ralph Richardson, que encarna al Duque de Buckingham con gran acierto y contención. Entre los secundarios cabe señalar la presencia siempre estimulante de John Gielgud, mientras que la interpretación de Claire Bloom resulta, a mi parecer, un tanto impostada.

Formalmente, la película posee el añejo encanto que confiere el cartón piedra, profusamente empleado en los decorados, y goza de un vestuario lleno de colorido y gracia. La puesta en escena es teatral, por lo que la labor de realización queda subordinada a los efectos característicos de aquel medio artístico. Así, cuando el personaje principal realiza un aparte, una cámara le sigue y enfoca exclusivamente, y es a ella a la que se dirige Olivier en sus soliloquios. Más original resulta la decisión de mostrar el carácter sombrío y la maldad que caracterizan a Ricardo enfocando su sombra, circunstancia que se repite cuando va a cometer o instigar una villanía. En cuanto al guión nada que objetar, puesto que lo escribió Shakespeare y aquí nos es presentado con leves recortes, sin alterar la historia que se narra. La fotografía no aporta matices de ningún tipo, y sin ser mala tampoco merece mayores comentarios.

Por último, mientras veía las secuencias finales de la película, que narran la batalla de Bosworth (por cierto, bastante pobremente filmada), me sorprendió la extrema sequedad de los exteriores, que para nada se correspondían con la idea que uno tiene de la campiña inglesa. La abundancia de espinosos cardos y polvorientas encinas me hizo sospechar que la contienda se libraba en tierras no muy lejanas. Una breve indagación confirmó lo que ya intuía: Bosworth es La Mancha. En fin, qué grande Shakespeare, y qué ancha Castilla.
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16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
8
BUSCARÉ MI CIELO EN EL SUEÑO DE UNA DORADA CORONA
Laurence Olivier ya había dirigido, e interpretado a la vez, sendas adaptaciones shakesperianas como “Enrique V” (1944) y “Hamlet” (1948). Unas décadas más tarde Kenneth Branagh haría otro tanto con ambas, más oportunistas y con un cierto aire de descaro.

En “Ricardo III”, dirigida en 1955, Olivier intenta ir más allá de la grandeza sublime del texto, trasladando su complicada prosa a los dogmas cinematográficos. A su vez se reviste del tullido y codicioso Duque de Gloucester que en tiempos de paz, después de las crudas batallas entre las rosas de Lancaster y York, urde un maquiavélico plan para alcanzar la corona, a pesar de una inmensa joroba y una pesada cojea que le corrompen su ser hasta tal punto que le han convertido en un frío y despiadado monstruo, nada agradable a la vista del resto de miembros de la corte.

Así Ricardo asistirá a la coronación de su hermano convertido en Eduardo IV, Rey de Inglaterra (Cedric Hardwicke). Para desembrazarse de sus próximos con el fin de alcanzar, maquina una conspiración contra su otro hermano, George, el Duque de Clarence (John Gielgud), encerrándolo en la Torre por orden expresa del Rey, que Ricardo le ha convencido, según una profecía, le arrebatará el trono. Pero aún le queda el heredero directo al trono, el hijo de Eduardo, Edward (Paul Huson), príncipe de Gales y que tiene a Ricardo como tutor, después de la muerte de su padre. El plan sale según lo previsto, se casará con Lady Anna (Claire Bloom), viuda de Edward de Westminster, asesinado por las fauces del Duque de Gloucester, para abrirse camino a sus pretensiones de acceder a la Corona de Inglaterra.

Salvo los exteriores rodados para recrear la batalla final de la sublevación de los Richmond contra Ricardo III, Olivier siempre rodó en interiores, simulando en los decorados espaciosos y fríos de la corte inglesa. Permitió que el resto de actores (sobresalientes Bloom, Hardwicke, Gielgud y Richardson) obraran con gran libertad de movimientos, reservándose eso sí planos de importancia en lo referente a las características intervenciones y monólogos de su pérfido personaje (mirando siempre a la cámara para buscar la complicidad al espectador).

Cuarenta años más tarde, en 1995, Richard Loncraine (Firewall) dirigió una libre adaptación de la misma obra interpretada por Ian McKellen y Annette Bening, rodeada por una turbia atmósfera pseudofascista que obtuvo admirables críticas.
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9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
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