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Blanquita (2022)

Blanquita
94 min.
6,5
339
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Sinopsis
Blanca, una residente de un hogar de acogida de 18 años, es la testigo clave en un escándalo que involucra a niños, políticos y hombres ricos que participan en fiestas sexuales. Sin embargo, cuantas más preguntas se hacen, menos claro se vuelve exactamente cuál es el papel de Blanca en el escándalo. (FILMAFFINITY)
Género
Drama Drama social Abusos sexuales Basado en hechos reales
Dirección
Reparto
Año / País:
/ Chile Chile
Título original:
Blanquita
Duración
94 min.
Guion
Música
Fotografía
Compañías
Coproducción Chile-México-Luxemburgo-Francia-Polonia;
Premios
2022: Festival de Venecia: Nominada a Mejor película (Orizzonti).
7
Cruda, tensa e incómoda
Desde su escena inicial, Blanquita presenta un ambiente convulso y pone en el centro de la trama a los jóvenes residentes de un centro de menores. Esta historia, inspirada en un caso real, sigue los pasos de Blanca (Laura López) y su mentor Manuel (Alejandro Goic) a la hora de luchar contra figuras importantes involucradas en un escándalo sexual con niños.

La crudeza temática que envuelve la película se construye a través de filtraciones, testimonios y la mención explícita en boca de algunos de los jóvenes. Sin embargo, a pesar de que el abuso, la violación y la pederastia son temas latentes, no son el foco central sobre el que quiere hablar Fernando Guzzoni. El director hace uso consciente de este delicado suceso para construir una crítica contra el encubrimiento del poder, la levedad de la justicia contra los más influyentes y el silencio consecuente fundado en el miedo.

Ese temor y esos silencios se trabajan desde los diálogos y desde el manejo de una tensión sutil, pero constante, que juega con las dudas de lo que está por acontecer y los obstáculos a los que los protagonistas se han de enfrentar. Acompañándose de una fotografía apagada que refleja la dureza del contexto, el sólido guion cae ligeramente en una linealidad que dificulta el avance orgánico hasta su final inconcluso.

En un momento dado, Manuel sentencia que “las buenas mentiras se arman con verdades” y ahí surge una revisión al gran debate de: ¿justifica el fin los medios? ¿Justifica el desenmascaramiento de una aterradora verdad la construcción de una gran mentira armada con pequeñas verdades? Si bien Guzzoni no se lanza a dar respuesta a estas cuestiones, sí que mantiene su espíritu crítico en invitar al espectador a reflexionar y atender a cómo, si las mentiras son juzgables, ni aquellos con poder deberían ser absueltos.

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7 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
4
Solemnidad filtrada
La atmósfera general de la película con esa luz tenue y ese color filtrado que tiende a lo tenebroso, es la estética de lo sórdido que es igual a El club de Larraín. Esa solemnidad nos prepara para una homilía de los desesperanzados y violados, cura incluido. Violados, explotados y asesinados. El asunto es muy muy serio, parecen decirnos desde el púlpito detrás de la cámara. Abusos sexuales, segunda coincidencia.

Igual que hizo Larraín, el tratamiento del tema es muy maniqueo, aunque bien se puede decir que ante un delito tan repugnante no cabe plantearlo de otra manera. Tan solo hay víctimas y verdugos, pero en las dos son santos y demonios, aunque la mentira también esté sacralizada. Un todo vale contra el cacique político religioso. Aquí se llevará con habilidad el tema hasta el final en un fluir de thriller correctamente ejecutado.

El problema es que los abusos los cometen o curas o políticos debidamente filtrados. Todo está filtrado, luz, color aplanado y personajes. Está basado en una historia real, debidamente filtrada. Todo suena a intención política y política de subvenciones, valga la redundancia. Suena a la madre patria. Suena a corrección política o el que se mueva no sale en la foto. Suena a oportunismo, a un corta y pega de Larraín. Todo suena a timo, aunque lo que cuente no lo sea en absoluto o no lo sea del todo. La "reivindicación", la "lucha" y el "mensaje" quedan desprestigiados. Todo queda desenfocado de filtrado que está.

En este caso, menos mal, hay subtítulos, aunque son mucho menos necesarios que en el Club de Pablo Larraín ya que los actores son algo mejores, por lo menos se les entiende mucho más porque hablan con la boca abierta o por lo menos no semicerrada o cerrada, cual ventrílocuo que no vocaliza para que no se vea el truco (eso pasaba en El club y en las salas de cine sin subtitular se entendía a duras penas la mitad de los diálogos y no por los giros propios del idioma, con el lógico cabreo de parte del público). Dicción filtrada. Películas colador.
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5 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
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