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Mirai, mi hermana pequeña

Mirai, mi hermana pequeña
2018 Japón
Animación
6,5
2.923
Animación. Drama. Fantástico Kun, un niño mimado y consentido de cuatro años al que sus padres dejan de prestar atención cuando nace su hermana Mirai, empieza a sufrir situaciones en casa que nunca había vivido. Pero entonces, la versión adolescente de su hermana viaja en el tiempo desde el futuro para vivir junto a Kun una aventura extraordinaria más allá de lo imaginable. (FILMAFFINITY)
Sentido y sensibilidad
Kun es un niño de cuatro años, algo caprichoso y mimado (como todo hijo único a su edad) cuyo status quo se ve amenazado de la noche a la mañana cuando sus padres le comunican la noticia: tendrá una hermana muy pronto. Con esta simple premisa e inspirado en vivencias personales, Mamoru Hosoda nos cuenta en 'Mirai' una historia que puede parecer mínima pero que en manos de su autor se convierte en una de esas épicas intimistas que consiguen trascender sus limitaciones para convertirse, casi sin esfuerzo, en una pieza de sensibilidad y rigor a la altura de muy pocos narradores del cine moderno.



Hosoda, que inició su carrera como animador en 1992 y estuvo cerca de dirigir para Studio Ghibli 'El castillo ambulante' antes de que Hayao Miyazaki tomase las riendas del proyecto, lleva desde 1999 demostrando que es uno de los grandes realizadores de su generación. 'La chica que saltaba a través del tiempo' (2006) le puso en el mapa a nivel mundial pero no fue hasta la excelsa y memorable 'Los niños lobo' (Wolf Children, 2012) que se convirtió, junto a Makoto Shinkai y Masaaki Yuasa, en uno de esos artesanos que más allá de limitarse a construir imágenes se empapa en ellas hasta el punto de que prácticamente toda su obra reciente se puede entender a modo biográfico.

Usando elementos del fantástico como válvula de escape, sus films están repletos de momentos reposados, de conversaciones aparentemente superfluas y relaciones (ya sean de amistad o familiares) se terminan por transformar en el núcleo de la historia. En 'Mirai', vuelve a echar la vista atrás para contarnos la historia de cómo su hijo de tres años vivió la llegada de su hermana recién nacida, de cómo creció hasta terminar por aceptarla y entendió que dejar de ser el foco de atención no era tanto una derrota como una oportunidad para aprender mutuamente.



La forma de plasmarlo es naturalista y con trazos pastel que remiten a 'El cuento de la princesa Kaguya' de Isao Takahata; con planos detalle de manos, de ese bebé recién nacido, de Kun, el niño, que la observa con mala cara mientras reclama la atención de su madre y su padre como si Mirai, que así se llama la niña, no existiera. Él lo quiere todo para sí, pero pronto la dinámica cambia. Entra el fantástico, suman los viajes en el tiempo, se plantea una situación de peligro que crea una ruptura de lo cotidiano y lo que parecía un film convencional sobre una relación entre hermanos se convierte en un caos controlado en el que Hosoda se mueve como pez en el agua.

En una de las secuencias de la película, el joven Kun llega a una estación de trenes en la que se cruza con numerosos personajes. Está perdido, busca su casa, y a cada paso que da los andenes parecen más y más largos, de pronto la gente torna en criaturas fantasiosas que hablan de forma críptica y generan una sensación de incertidumbre. De repente, una simple historia sobre la aceptación y la familia se convierte, acaso, en una suerte de reimaginación de la obra más aplaudida de Lewis Caroll, sólo que aquí no hay un conejo blanco al que seguir.



Pero entonces llega él. Llega Hosoda. Nos devuelve a la realidad, lo hace con ternura, con candidez y un un abrazo cómplice. Cuando la película podría perderse y descarrilar, nos demuestra (apoyado por una sensible banda sonora de Takagi Masakatsu) que sabe contar historias. Que lo que Kun pasa no es un drama sino una fase de la que aprender. Que su hermana pequeña, Mirai, no es un obstáculo sino una oportunidad para ir más allá. Que sus padres no han dejado de quererle, sino que ahora tienen que repartir su atención.

De su generación, sólo Koreeda ha entendido igual que bien que Hosoda cómo la familia es un tema suficientemente interesante como para volver a él, una y otra vez, sin ahogarlo en clichés. No alcanzan la pulcritud de Ozu, porque Ozu sólo ha habido y habrá uno; pero de poder ser comparados con alguno de los grandes maestros nipones, desde luego sería -por temas y sensibilidad- con él. Y eso no es poco decir.



Cuando 'El viaje de Chihiro' ganó el Oscar en 2002, era difícil anticipar que sólo seis films japoneses más iban a lograr una nominación a mejor largometraje de animación. Desde ese año, cinco han sido para Studio Ghibli, y el sexto ha sido 'Mirai' de Mamoru Hosoda. Quizá la película más pura de su autor, la más desnuda, la que habla al espectador de tú a tú y expone sus ideas en un tono ligero, sin aparente esfuerzo.

La palabra japonesa 'mirai' se traduce como 'futuro' en castellano. Una palabra muy bonita para sintetizar los temas del film y sobre todo, una declaración de intenciones. Que el futuro del cine de animación japonés está en buenas manos con Mamoru Hosoda como uno de sus estandartes. Porque incluso si 'Mirai' no es tan brillante como 'Wolf Children', existe por una razón y es una pieza más de un puzle fascinante y aún en construcción sobre la familia, las relaciones y el Japón moderno a cargo de un autor del que cabe esperar grandes cosas en los años venideros. En resumidas cuentas, que Hosoda no sólo es el director de 'Mirai', sino que en esencia es 'mirai'.

Escrita por Pablo González Taboada (FilmAffinity)
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