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7 razones para huir

Comedia Un matrimonio que intenta 'abortar' a su hijo adulto. Una pareja a la que se le presenta el tercer mundo en casa. Una escalera de vecinos que no recuerdan que va después del seis. Un agente inmobiliario que intenta vender un piso con posibilidades, pero con el antiguo inquilino colgando de la lámpara. Un matrimonio 'bien' con setecientos esclavos trabajando bajo el suelo. Un hombre atropellado y una mujer que cree que no merece la pena ... [+]
Evasión o muerte
Llegados a este punto de la Historia, no se puede negar la mayor: el ser humano es un animal social. Ha llegado tan alto porque ha sabido arrimar el hombro y buscar alianzas, para hacer frente así a unos problemas que, como individuo, no tenían ninguna solución posible. La contrapartida está en que el confort alcanzado ha atrofiado nuestros instintos más básicos, y que la dependencia hacia “el otro” ha degenerado en síntoma inequívoco de una enfermedad que pregona, a lo mejor, el fin de nuestra especie. Así, tal cual.

Pongamos, por ejemplo, que unos padres que se preparan para la tan ansiada jubilación, caen en la cuenta de que el cuarto de su vástago está siendo ocupado por un parásito. Por un adulto lamentable, incapaz de hacer algo de provecho, y completamente necesitado de unos cuidados que no corresponden a su edad. Con dicha revelación, los pobres llegan a la siguiente conclusión, aún más espantosa: a lo mejor nunca quisieron a su hijo. A lo mejor, la institución de la familia (hablando de convenciones sociales) se ha convertido en una prisión. A lo mejor, para huir de allí, tienen que reconciliarse con sus impulsos más violentos; más primitivos. A lo mejor tienen que espabilar, y arreglar las negligencias de la selección natural.



Así mismo se presenta ‘7 razones para huir’, proyecto dirigido a seis manos por Esteve Soler, Gerard Quinto y David Torras, y que podría definirse como el resultado de mezclar la canónica “Dimensión desconocida” de Rod Serling con su eco modernizado de más éxito, esto es, Damián Szifrón y sus ‘Relatos salvajes’. La lástima es que la propuesta de ahora queda a años luz de ambos referentes. La idea de base es arremeter, frontalmente, contra siete de los pilares con los que se ha redactado el maldito contrato social.

La solidaridad, el trabajo, el compromiso, el orden o la propiedad se reparten así, y de forma muy civilizada, capítulos en una película episódica que padece un caso agudo de la irregularidad que normalmente se atribuye a este tipo de producto. El prometedor arranque co-protagonizado por Francesc Orella establece una vara de medir (sensibilidades) muy alta, que a su vez marca el tono negro de un conjunto cuyo humor se decanta a veces por lo absurdo, y otras directamente por lo surrealista.



Ingredientes potentes e intenciones loables... sobre el papel. Cuando llegamos a la pantalla, evidenciamos la dependencia de esta suma de cortometrajes con respecto a las ideas de base que la alimentan. Es, para ponerlo en términos de producción, la victoria avasalladora del guion literario por encima del técnico. Cuando las situaciones funcionan, es por la inercia de la ocurrencia primigenia o por el -impresionante- talento actoral conjurado. Cuando no funcionan, la realización, cuya responsabilidad a lo mejor está demasiado compartida, es incapaz de elevar el punto de partida.

El uso abusivo de una música más propia de producciones televisivas mal envejecidas, es solo la punta del iceberg de una ejecución cinematográfica que en realidad parece teatral. Los orígenes del producto delatan y a ayudan a entender los males de una película incapaz de mostrar algo más allá de la literalidad del texto. Las referencias a obras magnas de Luis Buñuel o Juan Cavestany se hacen a través de diálogos y monólogos filmados con gracia funcionarial: la distancia entre lo que se ve y lo que se oye es, por momentos, insostenible.



El efecto que todo esto causa en la valoración final, abraza demasiado peligrosamente la ironía más hiriente. Al fin y al cabo, éste es un film disfuncional que nos habla, precisamente, de una sociedad disfuncional. El presente distópico que dibujan Soler, Quinto y Torras suma méritos por su espíritu altamente corrosivo... pero los pierde casi todos al moverse torpemente por una gran pantalla que, efectivamente, le viene muy grande. La comprensión de la materia tratada (palpable en la falta de reparos a la hora de ir a buscar risas incómodas) no se corresponde con la de un medio desesperantemente infrautilizado.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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