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Ojos negros

Drama Paula, una chica de 14 años, tiene que pasar el verano en Ojos Negros, un pueblo de Teruel, con su tía y su abuela, a quienes apenas conoce. Allí descubre las tensiones familiares que se destapan a raíz de la enfermedad de su abuela. Intentando escapar de esa atmósfera asfixiante conoce a Alicia, una chica de su edad con quien establece una intensa amistad. Al final del verano Paula intuirá lo que significa hacerse mayor.
Ojos que empiezan a ver
Ya en los títulos de crédito iniciales, es decir, cuando la pantalla aún no ha tenido a tiempo a proyectar las primeras imágenes en movimiento, empiezan a ponerse las cartas sobre la mesa. El problema (al menos para la protagonista de esta historia) es que casi todas están boca abajo. Precisamente ahí, en esta falta de información, está el encanto de la propuesta. Cuando la cámara se activa por fin, vemos a una niña que en un futuro más cercano que lejano, se va a convertir en mujer. Su vista y su oído están clavados en un punto inconcreto; en un fuera de cuadro que condiciona sus reacciones.

En la habitación vecina (se supone), sus padres (ídem) discuten por su custodia durante los meses de verano. Al parecer, la madre propone un cambio en la asignación de meses que coge a contrapié al padre, y claro, él decide reaccionar violentamente. A los pocos segundos, estalla la enésima tempestad hogareña. Gritos y amenazas se solapan en una amalgama ciertamente desquiciadora. La chica, como era de esperar, se derrumba. Su barbilla empieza a temblar de forma cada vez más descontrolada, y lo que hasta hace poco eran ojos vidriosos, ahora son dos manantiales desde los que no paran de emanar lágrimas.



Con dicha presentación, el cuarteto de directores compuesto por Marta Lallana, Ivet Castro, Iván Alarcón y Sandra García (estos dos últimos acreditados como colaboradores) demuestra no solo que la actriz protagonista Julia Lallana tiene las aptitudes requeridas para hacerse cargo del único punto de vista que va a explotar la narración, sino además que éste va a asumir, con total sinceridad, las limitaciones de un personaje marcado, precisamente, por unas limitaciones que están a punto de ser superadas... pero que aún se notan. Ahí va, pues, otro coming of age. Otra película que demuestra que nuestro cine se está licenciando (con nota) en la siempre complicada carrera de la entrada en la edad adulta.

La nueva hornada de cineastas salida de la Universidad Pompeu Fabra sigue con la actual moda académica de películas firmadas a varias manos (véanse ‘Les amigues de l’Àgata’, ‘Puzzled Love’, ‘La filla d’algú’...); sumando esfuerzos para ir a desembocar, además, en un lugar y una atmósfera que ahora mismo, también son muy familiares en nuestra cinematografía. Después de ‘Estiu 1993’, de Carla Simón y ‘La vida sense la Sara Amat’, de Laura Jou, llega a nuestra cartelera otro drama íntimo-familiar en el que la vida rural veraniega se convierte en el laboratorio ideal para sintetizar la magia de ese momento en el que nuestra percepción del mundo empieza a emanciparse de la fantasía en la que originalmente fue puesta.



Lejos de la gran ciudad (en este caso, Zaragoza), encontramos el pueblo que da título a la propuesta, sito en la provincia de Teruel. O sea, en esa región definida, en la mayoría de los casos (y siendo muy optimistas), como paso ineludible de un punto a otro. Aplicado a la historia que ahora nos ocupa, la transición de la infancia a la adolescencia se revela como omnipresente leitmotiv. Como objeto de estudio que trasciende lo geográfico para marcar (sin llegar a cargar) cada aspecto de una trama que, de hecho, en ocasiones parece que ni exista.

La promesa de una historia, en el sentido más clásico del concepto, es como si se disolviera en el ritmo amodorrado al que invita la ociosidad del campo. No en vano, ‘Ojos negros’ disfruta deteniéndose en esos momentos en los que el tiempo queda suspendido, esperando a que las insignificantes personas hayan terminado sus insignificantes quehaceres, para reanudar su implacable avance. Es en estos aparentes “no-momentos” en los que el film va dando forma a su cuerpo, rondando la vida, la muerte, la amistad o la familia, temas que no pueden ser respondidos con meros monosílabos. Los directores y guionistas implicados concentran ahí sus dotes retratistas (con marcada filia naturalista-costumbrista), en aquellos juegos y -aparentes- impasses reflexivos que, en realidad, son ritos de iniciación o de aceptación.



En una nueva comunidad; en una etapa vital aún por visitar, en la que todo aquello que nos rodea debe empezar a ser comprendido... aunque esto no significa necesariamente que adquiera auténtico sentido. El descubrimiento como placer, pero también como frustración. Aquel fuera de cuadro de la primera escena como elíptica metáfora de esa verdad que podemos escuchar, pero que no alcanzamos a ver. ‘Ojos negros’ se alimenta de este sentimiento; de esta angustiosa sensación de arrojarse al vacío, abrir las alas y confiar en que, de algún modo, éstas impidan que nos estampemos contra el suelo.

La joven Paula, de apenas 14 años, hace esto mismo: vuela y amenaza con caer violentamente, a lo largo de una escasa hora de metraje tras la cual permanece la sensación de que no se ha contado gran cosa... y aun así, que tampoco queda mucho más por explicar. Es el resultado de aprender que hay preguntas que no deben ser obligatoriamente correspondidas con respuestas concretas. Lallana y Castro plasman la tragicomedia de hacerse mayor cual alumnos con la lección muy bien aprendida, y no tanto como esos -geniales- insolentes dispuestos a rebatir las lecciones de los maestros. ‘Ojos negros’ es, al fin y al cabo, una pieza que a pesar de que no proponga alternativas dentro de las tendencias de nuestro nuevo cine de autor, igualmente es impecable poniendo el ojo sobre este misterio que, ahora lo sabemos, no puede ni debe ser domado.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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