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El parque mágico

El parque mágico
2019 Estados Unidos
Animación
5,4
989
Animación. Infantil. Acción June, una niña de gran imaginación, descubre algo increíble: el parque de atracciones de sus sueños se ha hecho realidad. Con las atracciones más alocadas y gestionado por unos animales muy juguetones, la emoción nunca se acaba. Pero cuando surgen los problemas, June y su inadaptado equipo de amigos peludos empieza un viaje inolvidable para salvar el parque.
Mis vecinas las mascotas
Existe un parque de atracciones tan esplendoroso, que sus visitantes siempre encuentran ahí la felicidad más absoluta. No importa su edad, pues todos los elementos de este mágico lugar les devuelven a esa etapa vital, igualmente mágica, en la que todo parece posible. El milagro del retorno a la infancia se produce por la conversión de la ingenuidad en realidad irrefutable. Aquel tobogán cuyo diseño solo podía caber en una mente desconocedora de cualquier ley de la física, se levanta majestuosamente como testigo de una lógica que ha convertido lo demente en maravilloso.

Este sitio existe, desde luego, porque una niña ha permitido que exista. Se lo ha inventado, sí, pero se lo ha creído, y así, ha logrado contagiar su esencia a sus seres más queridos. En cada congregación de amigos o familiares, la gente rodea a la pequeña June y le pide que dé vida, una vez más, al “Parque mágico”. Ideal. Así de feliz transcurre la niñez de la protagonista de esta historia... hasta que un nubarrón ensombrece su futuro.



Éste es el punto de partida de ‘El parque mágico’, nueva apuesta de la animación CGI made in Hollywood; nueva demostración de que más allá de los grandes referentes (muy esplendorosos todos ellos) queda un panorama muy por debajo de éstos. Una vez planteada la problemática principal, la historia parece convertirse en un eco descarado de ‘Mi vecino Totoro’, obra maestra de Hayao Miyazaki, cinta de fantasía jovial que escondía, no obstante, aquella amenaza permanente que solo puede despertar la pérdida más irreparable.

Pero hay más. La relación que la joven protagonista establece con su propia creación (no solo con el parque, sino también con las mascotas encargadas de gestionarlo) se sitúa claramente en la escala evolutiva (aunque no queda claro en qué eslabón, exactamente) de la línea trazada primero por John Lasseter en ‘Toy Story’ y después por la dupla Phil Lord & Chris Miller en ‘La LEGO película’. Ese mundo de fantasía y sus habitantes, ideados por la inspirada mente de una niña, adquieren vida y conciencia propia, convirtiéndose de paso en manifestaciones, más o menos subconscientes, de los temores, anhelos y demás pulsiones que gobiernan la vida de ese ser demiurgo tan humano.



Algo similar, de hecho, a lo que sucedía en ‘Del revés’, de Pete Docter y Ronnie Del Carmen; algo que, por inevitable carambola, nos lleva a nosotros, espectadores, a bucear en las ensoñaciones de alguien con serias dificultades para conformarse con el mundo real. En algún lugar de la memoria, resuenan las sirenas de aquellos escenarios posibles (pero a la postre improbables) en los que el “Doug” de Jim Jinkins volcaba sus inseguridades. Todas estas referencias conforman tan solo una muestra de la vasta cantidad de ideas prestadas con la que se construye este ‘Parque mágico’.

June, una niña con un mundo interior desbordante, es el personaje central de una película que, irónicamente, está lastrada por sus pobres niveles de creatividad. Al fin y al cabo, este proyecto dirigido por Dylan Brown (animador curtido en la Pixar que fue despedido por Paramount y Nickelodeon poco antes de la finalización de éste su primer largometraje) se comporta como una casa de espejos. Como una galería de imágenes que en realidad son reflejos deformados. O si se prefiere, como un desfile de versiones poco inspiradas de grandes hitos de Ghibli o Disney.



Es la alargada sombra de los puntos de apoyo, que eclipsa todo lo que pretenda salir de su zona de influencia. Lo bueno es que apuntando tan alto, ‘El parque mágico’ nos recuerda que a estos divertimentos, supuestamente diseñados para el uso exclusivo de los más pequeños, se les puede pedir más. Invocando el recuerdo de obras tan importantes, la película se fuerza al menos a afrontar ideas y conceptos que obligan a su audiencia natural a explorar terrenos mucho más allá de la burbuja sobre-protectora en la que seguramente se encuentran.

La felicidad vacía como arma de destrucción masiva, la tristeza como peaje ineludible para comprender el mundo, la soledad como bunker en el que uno no puede refugiarse demasiado tiempo. Temas adultos para una audiencia condenada a crecer. Una base sólida, desgraciadamente desvirtuada por una montaña rusa emocional arquetípica, además de por los tics del cine animado más comercial (a saber, la dependencia al gag efímero y el uso nada inventivo de las escenas de acción como mero acelerador del ritmo narrativo). El resultado es un conjunto vistoso, técnicamente satisfactorio en el plano sonoro, pero nada memorable en los demás. Bienintencionado y entretenido, sí, pero indigno de la herencia que lleva consigo.
Escrita por Víctor Esquirol (FilmAffinity)
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