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El irlandés

Thriller. Drama Frank Sheeran fue un veterano de la Segunda Guerra Mundial, estafador y sicario que trabajó con algunas de las figuras más destacadas del siglo XX. 'El irlandés' es la crónica de uno de los grandes misterios sin resolver del país: la desaparición del legendario sindicalista Jimmy Hoffa. Un gran viaje por los turbios entresijos del crimen organizado; sus mecanismos internos, sus rivalidades y su conexión con la política... Adaptación del ... [+]
La losa del tiempo. La losa del crimen.
Finalmente, Scorsese ha conseguido filmar su película sobre la carga del paso del tiempo. Un asunto que ha estado presente en muchas de sus obras (en casi todas, en realidad), desde el devenir vital de los protagonistas de "Uno de los nuestros" y "Casino" hasta el peso de los años en la carretera para los miembros de The Band en "El último vals", e incluso en la llamada al tiempo de un cine pasado y casi olvidado, con Méliès al frente, en "La invención de Hugo".

Por ello, Scorsese sitúa el comienzo de "El irlandés" en una residencia de ancianos por la que la cámara pasea, ampulosa y rítmica, hasta detenerse en la figura de un decrépito Robert de Niro, dispuesto a relatar (a relatarnos) la historia de su vida criminal. Un anciano que ofrece una confesión con la que busca, quizá, una posibilidad de redención (tema, este sí, central en toda la obra de Scorsese). En el fondo, casi ruega por ella, aunque no la verbalice, aunque no se crea merecedor de una expiación que quedará implícita. No es un hombre arrepentido, sino un sujeto que nos explica por qué se ha condenado. Es Frank Sheeran, un transportista que irá subiendo peldaños en la escalera de la Mafia, siempre de la mano del capo Russell Bufalino y al lado también del legendario Jimmy Hoffa (un personaje real, poderoso líder del sindicato de camioneros e involucrado en el crimen organizado). Un triángulo por cuyas actividades nos guiará la voz en off de Sheeran para acceder sin reparos a los rincones más escondidos de sus existencias.



Tres personajes sostenidos por tres actores inmaculados: Robert de Niro, austero, mesurado, casi minimalista, que consigue que recordemos por qué una vez lo consideramos el mejor actor del mundo; Joe Pesci, entregado a un personaje tan parco en palabras como en gestualidad que domina con impecable compostura, y Al Pacino, mayestático, exultante, avasallador… Personajes que son mostrados a lo largo de cuatro décadas (y aquí llega uno de los reproches que se le han hecho a "El irlandés") y que han sido “rejuvenecidos” mediante tecnología digital con resultados un tanto desiguales, sí. Pero la potencia fílmica a la que nos abocará Scorsese hará que ello se olvide a los cinco minutos, no más.

Bien. Sentadas las bases, vayamos a Scorsese. Porque hemos hablado de potencia. Pero esa es solo una de las caras que muestra en "El irlandés", a la que convierte, digámoslo ya, en una de sus obras maestras. No nos habíamos olvidado de cómo mueve la cámara. Ni de sus planos de larga duración, ni de su casi innata habilidad para encontrar el encuadre justo, el plano exacto, el punto de vista perfecto. ¡Parece tan fácil rodar como Scorsese…! Y, sin embargo, es lo más difícil. Porque en el arte de su puesta en escena se hermanan lo clásico y lo posmoderno, en manos de un cineasta total que llena cada imagen de significado, de contenido, de sugerencia, de expresividad.



Sin embargo, Scorsese ya no mira a la Mafia como antes. Sus héroes son ahora aún más oscuros y lo son tanto más cuanto más envejecen. Están muy lejos del glamour, a nadie podrán seducir salvo a ellos mismos. Y, en su maestría para contar sin palabras, el director deja caer sobre Peggy, una de las hijas de Sheeran, el poder de la mirada. En sus ojos, reposará la nuestra. Peggy no pronunciará más de dos frases en toda la película, porque toda manifestación resultaría inútil ante el horror que le provocan, desde niña, los actos de su padre y de sus amigos criminales. En el silencio de Peggy vive el paso adelante que da Scorsese para su retrato de personajes. Humanos, claro, pero malhechores implacables al fin.

Son gentes que ya conocemos, personajes que ya ha filmado antes, pero a los que en esta ocasión despoja de alharacas para permitir, además, que los veamos envejecer, siempre con la ferocidad a su alrededor y con la televisión como testigo inclemente del paso de los años (reflejado también con violencia, desde el asesinato de JFK hasta la guerra de Yugoslavia). Y es en ese envejecimiento, en ese devenir temporal, donde Scorsese sitúa la clave de "El irlandés". Encanecen sus personajes, ha envejecido el propio Sorsese, envejecemos los espectadores… y envejece el cine, ahora en manos de otros creadores. De Netflix, por ejemplo, de quien el director asegura que ha sido la única receptora posible para hacer la película tal y como quería.



De todo ello proviene que "El irlandés" sea una obra triste y crepuscular, fúnebre, mortuoria incluso. Y que sus intenciones se revelen en toda regla en la última hora y media de sus amplios 210 minutos de metraje. Ya no habrá música. Ya no habrá una cámara desbocada. Porque llega el turno de un canto a la simplicidad expresiva, al igual que a los protagonistas les llega el momento de tomar las decisiones que marcarán sus últimos años de vida. Scorsese toma también las suyas como director y suprime cualquier elemento accesorio para llegar a la imagen esencial. En pocas ocasiones ha ofrecido un clasicismo tan depurado. En pocas ocasiones ha desnudado tanto su cine. Plano-contraplano, cámara fija y De Niro, Pacino y Pesci en pantalla afrontando la losa de los años. Personajes ahogados por el peso de la existencia, por sus propios actos, por su malignidad. Personajes que se extinguen, como se extinguió el cine clásico y como Scorsese extingue su querencia por la exuberancia fílmica.

El arte de Scorsese se verá, ahora, fuera de las salas de cine, locales que también desaparecerán poco a poco, salvo los que se conviertan en museos. "No cierre la puerta. No me gusta" es la última frase que se escucha en "El irlandés". Scorsese no cierra la puerta al cine que amó. Nosotros tampoco, aunque cambiemos de soporte para disfrutarlo.
Escrita por Miguel Ángel Palomo (FilmAffinity)
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